Revista Arte
Camus, nos plantea el suicidio en, El mito de Sísifo, como metáfora del esfuerzo inútil e incesante del hombre ante el valor de la vida, sin embargo, esa aparente derrota ante la el mundo y ante sí mismo, no le lleva al hombre en la mayoría de la ocasiones a afrontar el suicidio como una salida a su absurda existencia. Si no creemos en ningún dios ni tenemos esperanza en la resurrección, la única meta a nuestro alcance es vivir la vida de la forma más intensa posible; un camino en el que acumular cuantas más experiencias mejor, o como dice Anton Arriola, autor de esta fantástica Rjukan: "vivir la vida y soñar el sueño". A pesar de todo, hay un último espacio para la esperanza, tal y como le ocurre a Sísifo que, tras subir la pesada roca a lo más alto de la montaña, disfruta de un momento de libertad para imaginar y soñar las vistas del valle que su ceguera no le permite contemplar. Es ese último rayo de esperanza al que se aferra Teo, uno de los protagonistas de esta novela coral, para demostrar al mundo y demostrarse a sí mismo, que el último objetivo de la vida no es solo el éxito más palpable, sino aquel que uno sea capaz de darse a sí mismo, y a su vez, compartir con los demás. En esta sociedad tan tremendamente egoísta e individualista, hay todavía espacio para la esperanza, parece decirnos un Anton Arriola que se arrima sin miedo a los desniveles más pronunciados de la montaña, y no solo a esos, sino a las más agrestes cimas de la vida. Espléndida metáfora de la existencia a través del mundo de la montaña que nos reconfortan con el ser humano y su capacidad para afrontar el reto como una inflexión trascendente de la vida.
Rujkan es una suerte de rayo de esperanza visto a través de la naturaleza, pero no la de un entorno concreto, sino la más inhóspita y agreste, y que en esta novela, se alza como la metáfora de las más oscuras cuevas del ser humano. Ahondar en ellas supone, aparte de plantearse muchas preguntas que quizá nunca tengan respuesta, profundizar en ese sentido de la vida al que tanto miedo nos da enfrentarnos, pues si nos empeñamos en seguir por ahí, quizá lleguemos al final de un camino cortado que nos lleva a hacernos la eterna pregunta: ¿mereció la pena vivir esta vida? Sin embargo, Anton Arriola no se para solo en el aspecto metafísico de la concepción literaria o humana, pues aborda el mundo de los sentimientos de la misma forma que su escritura, con un orden y una hondura que te hace coger cariño por uno u otro de los protagonistas de esta inquietante Rjukanque, sin necesidad de plantearnos grandes enigmas, nos mantiene en tensión hasta el final, pues por encima de todo, queremos conocer el destino final de unos personajes, tan vivos, como cualquiera de nosotros. Ese sin duda es otro de los grandes aciertos de esta novela, la construcción de personajes que van más allá de la concepción intelectual o prototípica de unas ideas, para mostrarse frágiles y cercanos a la hora de abordar los pequeños y grandes accidentes de la vida. En este sentido, no podemos dejar de vernos reflejados en Teo, pues sus dudas son las de todos, y esa aparente debilidad de carácter externa, se sobrepone por su hondo discurso filosófico, con el que el propio Camus se hubiese encontrado muy a gusto a la hora de hablar acerca del fin último del hombre.
Además, Rjukan también representa ese sempiterno reto con el que hombre afronta su existencia en el mundo moderno, y donde la conquista de aquello que se ansía es su máxima expresión. Es quizá, por ello, que la naturaleza y los puntos más inexpugnables de sus geografía se nos presenten hoy como esos hitos todavía vírgenes frente al hombre, ante los que este, por supuesto, mientras siga existiendo, tiene que conquistar. Si obviamos esa otra gran carrera del desafío que sería la conquista del espacio, la montaña y sus ejemplos más extremos se nos aparecen hoy en día como uno de los pocos lugares que aun se salvan de la codicia del ser humano. De ahí, que en Rjukan, quede muy bien plasmado ese vigoroso y trágico enfrentamiento de las personas contra las más altas cotas que, las montañas, el hielo, la nieve o los accidentes geográficos representan, pues no se nos debe olvidar, que una de las vías de escape ante el absurdo que nos llevaría al suicidio, es desmitificar el logro y valorar el camino, como muy bien nos recuerda Anton Arriola, pues también quizá, otra vía para salvarnos del definitivo abismo del camino, sea la de afrontar el reto como una inflexión trascendente más de la vida, y no como el sentido final de la misma.
Ángel Silvelo Gabriel.
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