Revista Arte

Antonio Palacios, arquitecto de Madrid

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

El pasado mes de julio, la UNESCO declaraba el madrileño eje Paseo del Prado-Recoletos Patrimonio de la Humanidad.

Un acontecimiento de estas características, fácilmente invita a la reflexión sobre el carácter histórico y artístico de la ciudad elegida.

En esta tarea pueden surgir no pocas complicaciones, y es que Madrid es una ciudad peculiar por su heterogeneidad o carácter híbrido. Su naturaleza podría considerarse artificiosa, por cuanto ha sido resultado de numerosas decisiones tomadas por el ser humano, quien normalmente ha ostentado posiciones de poder bien desde un trono o tras la mesa de un despacho gubernamental.

Desde que en 1561 Felipe II decidió establecer la corte de forma permanente en Madrid, la capital de España dejó de ser una ciudad más para adelantar a Barcelona, Valladolid o Toledo (posibles candidatas a este puesto) e ir ampliando sus límites al mismo tiempo que recibía población de los distintos puntos de la península.

Una ciudad en mitad de la meseta castellana, carente de mar, con temperaturas extremas en las estaciones de invierno y verano. Un asentamiento que carecía de una antigüedad milenaria, como otras ciudades fundadas en el sur (Málaga, Cádiz, de las primeras de Occidente).

El hijo de Carlos V debió sopesar diversas razones, como su posición estratégica (allá donde se cruzan los caminos, que diría Sabina) o su situación central, siendo el "ombligo" del país. Sea por lo que fuere, lo cierto es que Mayrit (o "tierra rica en agua", en árabe) fue poco a poco construyendo su leyenda y simbología, incluyendo su emblema con el oso (o, mejor dicho, "osa") y el madroño.

En el último siglo ha venido experimentando un crecimiento exponencial sin precedentes, resultando a día de hoy una auténtica megalópolis o jungla de asfalto (utilizando una metáfora cinematográfica). Resulta difícil establecer un estilo estético propio para esta ciudad, puesto que por aquí han pasado todos los movimientos artísticos y apenas ha predominado ninguno. Tal vez podemos asociar la antigua villa con la arquitectura de ladrillo y piedra tan de los Austrias, heredada de las construcciones de épocas musulmana y mudéjar.

No obstante, para referirse a la arquitectura en Madrid habría que hablar, no de un estilo, sino de un arquitecto: Antonio Palacios. Este gallego oriundo de Porriño ha experimentado un resurgimiento inusitado recientemente, gracias a la réplica realizada de una de las obras que él mismo diseñó para la ciudad: el famoso templete en la Red de San Luis.

Su construcción no se encontró exenta de polémica, dando lugar a una de las cumbres de la zarzuela o género chico, que llevaría su mismo nombre y cuyos autores fueron Federico Chueca y Joaquín Valverde. Su jocosa letra, a modo de crítica paródica, afirmaba que "según dicen, doña Municipalidad va a dar a luz una Gran Vía, que de fijo no ha tenido igual".

La primera piedra de esta megalómana obra fue puesta por Alfonso XIII; o, mejor dicho, quitada, pues el monarca inició la demolición de uno de los edificios que entorpecía la construcción de esta gran avenida. Visto con el paso de los años, la necesidad de destruir parte de la almendra histórica de la ciudad podría observarse con cierta nostalgia, pues con ello se iba parte de su pasado. Del mismo modo, ciudades como París habían apostado también por la destrucción de su patrimonio en pos del progreso (su responsable, Georges-Eugène Haussmann, iniciaría la transformación urbanística de la capital de Francia sesenta años antes).

Palacios destacaría por el empleo de un estilo mixto, como el de la propia ciudad, destacando el granito y el hierro forjado en sus construcciones. Era el tiempo de los edificios monumentales y de múltiples plantas, favorecidos por la Revolución Industrial del s. XIX. Por ello, sus construcciones fueron pioneras en el empleo de diversos avances tecnológicos como los ascensores. Es el caso del citado templete, con el que se daría conexión al viandante con el metro, otro de los avances más modernos de la época.

Palacios se ocupó del diseño del suburbano hasta en los más mínimos detalles: la cartelería (que incluía su famoso símbolo, con la palabra metro inscrita en un rombo), la azulejería, las escaleras, los escudos o los tótems que señalizaban las entradas de las bocas de metro (también suyas). Una modernidad imbuida en la tradición, que atravesaba estilos españoles como el plateresco o manuelino, pasando por otros de tipo regional que a su vez conectaban con la modernidad europea, con tendencias como la del secesionismo vienés.

Palacios también fue autor del célebre Hotel Florida que se alzaba en la Plaza de Callao; un edificio de gran elegancia y de considerable altura que apenas duró unas décadas, pues fue demolido incomprensiblemente en los años sesenta de la década pasada. Su desaparición fue una más dentro de nuestro patrimonio, que tanto sufrió durante la segunda mitad del s. XX, ante la falta de sensibilidad de la política franquista.

Ernest Hemingway, intelectuales como Antoine de Saint-Exupéry o actores como Humphrey Bogart. Del mismo modo que el Florida, el famoso templete también desapareció por caprichos políticos, siendo desmantelado y enviado en los años setenta a la ciudad natal del arquitecto. En su lugar, se instaló una fuente (sita actualmente en la plaza de Mariano de Cavia). Ahora, por caprichos del destino, ha vuelto a su ubicación original en forma de reconstrucción o réplica.

Otra de las obras reseñables de Palacios es el edificio del Círculo de Bellas Artes, que despunta en el ascenso de la Calle Alcalá hacia la Puerta del Sol y está dominado por la estatua de la Diosa Minerva, como si custodiase la gran fortificación cultural desde lo alto de una torre o faro vigía.

El Edificio de las Cariátides también resulta digno de ser contemplado un poco más abajo. Su clasicismo monumental alberga actualmente la sede del Instituto Cervantes. Tras ser banco, ahora aloja en sus cámaras acorazados los secretos literarios de nuestros célebres escritores y escritoras.

Llegando a la Plaza de la Cibeles, nos encontramos con el actual ayuntamiento de la ciudad (antiguo Palacio de Telecomunicaciones) y que deslumbra por su original arquitectura. Para su realización, Palacios contó con la colaboración de otro arquitecto, Joaquín Otamendi, diseñando una estética donde destacan las trazas del neogótico, la arquitectura americana o el estilo historicista español.

Pero las huellas de Palacios no se quedan en el centro histórico, sino que viajan rumbo a Raimundo Fernández Villaverde. Allí, por ejemplo, encontramos el conocido como Hospital de Jornaleros de Maudes: al paseante le asalta en su camino un luminoso y extraño milagro pétreo dominado por coloristas elementos bizantinos.

Un poco más abajo, en Cuatro Caminos, se encontraban las cocheras del metro, atribuidas a Palacios y demolidas hace unos meses. Aunque apenas poseían elementos dignos de mantener, representaban una parte de la historia industrial de aquel Madrid de principios del siglo XX donde Palacios tuvo tanto que decir.

Aunque nuestro arquitecto llegó a sus últimos días de una forma silenciosa, siendo su canto de cisne entonado con una injusta sordina, afortunadamente en la actualidad está recuperando el estatus que merece.

Él no sólo ha de figurar como uno de los artífices del diseño de Madrid junto a otros como Francesco Sabatini o Ventura Rodríguez, sino que debe destacar como el gran sintetizador de estilos estéticos de la Historia en la conformación de un lenguaje absolutamente nuevo y único.

Aquel con el que entramos en la modernidad.


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