Cuando andamospor una calle muy frecuentada de cualquiera de nuestras ciudades, aunque nos crucemos cada día con las mismas personas, no nos sentimos obligadas a saludarlas, pues, de hecho, no las conocemos de nada. No sabemos sus nombres, ni a qué se dedican, ni a dónde van ni de dónde vienen cada vez que las vemos.
Distinta es la misma situación cuando, en lugar de en una calle cualquiera, nos cruzamos con otras personas en una calle de nuestro mismo barrio o en nuestra propia calle o incluso en el portal de nuestro edificio. Tampoco las conocemos, pero el saludo nos sale de forma instantánea, como una muestra de educación y de respeto.
Lo mismo nos ocurre cuando nos alejamos de nuestros espacios cotidianos, para caminar por senderos de la naturaleza poco transitados, cuando nos encontramos con alguien que ha tenido nuestra misma ocurrencia. El saludo es casi inevitable. Como también lo es cuando tenemos que afrontar una situación de emergencia, después de sufrir un accidente o la muerte de un ser querido o cuando nos enfrentamos al tratamiento de una enfermedad que nos mantiene tiempo en un hospital. Nadie puede entendernos mejor que alguien que esté pasando por lo mismo que estamos pasando.
En cualquier ciudad del mundo son visibles los efectos de la globalización. Personas de todos los rincones del mundo cohabitan en cualquier parte de la geografía mundial cargando con sus respectivas culturas, sus idiomas o dialectos, sus creencias, su arte y sus peculiares maneras de entender la vida. Todo este enorme tapiz multicultural que se ha ido tejiendo a lo largo y ancho del planeta en las últimas décadas tiene ventajas, pero también inconvenientes. Entre las ventajas encontramos la riqueza del intercambio entre distintas culturas, propiciando un acercamiento entre realidades muy diversas y aprender muchísimo los unos de los otros. Entre los inconvenientes nos topamos con los prejuicios de aquellos que se creen superiores y con el peligro de los guetos, cuando se ubica a determinados grupos de población en determinados barrios o suburbios, teniendo en cuenta sólo su lugar de procedencia, su religión o su estatus económico.
Evolución humana- Pixabay
La antropología, que deriva de los vocablos “antropos” (hombre o humano en griego) y “logos” (conocimiento) es la ciencia que se ocupa de estudiar al ser humano de forma integral, teniendo en cuenta sus características físicas como animales y su cultura. Nacemos con forma humana, pero lo que nos acaba llenando de humanidad es lo que vamos aprendiendo y adquiriendo de la cultura a la que pertenecemos. Si a un recién nacido se le abandona en medio de la naturaleza y éste consigue sobrevivir gracias a la solidaridad de alguna otra especie, todos sabemos que su desarrollo no será el de un niño normal. Ni se moverá ni hablará ni aprenderá como un niño socializado. Se comportará como uno más de la manada que lo haya adoptado, aunque nunca llegue a ser uno de ellos, tampoco será uno de nosotros. Como el pequeño de Aveyron o el protagonista de El libro de la selva, de Kipling. Lo que nos hace humanos es la cultura, la socialización. Crecer entre iguales, compartir conocimientos y mirarnos en nuestros adultos de referencia como en un espejo.
La curiosidad por entender a otros humanos que nos resultaban extraños es tan antigua como nuestra especie. Ya en la prehistoria, cuando las comunidades nómadas se desplazaban de un lugar a otro buscando comida y climas más confortables, se sentían amenazadas si en su expedición se encontraban con otras comunidades distintas. Les veían como rivales, pero al mismo tiempo, se fijaban en sus primitivas herramientas, en cómo se cubrían con las pieles de sus preses o en cómo se comportaban en general. Tiempo después, empezarían los trueques entre tribus distintas, que acabarían derivando en el comercio actual.
Pero el entendimiento no siempre era posible. Sentir que otros no compartían su misma forma de entender la vida podía ser atribuido en aquellas sociedades primigenias a que sus adversarios no eran tan auténticos como ellos y, por tanto, no podían considerarles seres humanos normales. Situar a tu oponente en un plano inferior resulta la manera más cómoda de poder justificar tu ataque hacia él. Lamentablemente, esta táctica se ha venido utilizando demasiadas veces en la historia. Con ella nacieron las guerras de las que no hemos conseguido librarnos por muy civilizados que ahora nos creamos.
Mapa sobre lo que conllevó el descubrimiento de América- Pixabay.
El descubrimiento de América entre los siglos XV y XVI supuso para Europa el inicio de una época de expansión y exploración mercantil. Con ella aumentó el interés por describir y explicar la diversidad cultural. Las múltiples realidades que se encontraron en Latinoamérica los exploradores europeos abrieron los ojos de filósofos, teólogos, hombres de estado y científicos a los asombrosos contrastes de la condición humana.
A mediados del siglo XVIII, durante el período de la Ilustración, comenzaron a surgir los primeros intentos sistemáticos de proponer teorías científicas sobre las diferencias culturales. El tema común de estas teorías era la idea de progreso. Eruditos como Adam Smith, Adam Ferguson, Jean Turgot oDenis Diderot mantenían que las culturas eran diferentes porque expresan niveles diferentes de conocimiento y logros racionales. Estos autores consideraban a las sociedades primitivas del continente americano como “incivilizadas”.
Esta idea del progreso cultural sería la precursora del concepto de evolución cultural que dominaría las teorías sobre la cultura durante el siglo XIX. Se contemplaba a las culturas desplazándose a través de diversas etapas de desarrollo. Auguste Comte postulaba una progresión desde formas de pensamiento teológicas, pasando por metafísicas, hasta positivistas (científicas). Hegel vio un movimiento desde una época en que sólo un hombre era libre (el tirano asiático), pasando por una época en la que algunos eran libres (las ciudades-estado griegas) y culminando en otra en la que todos deberían ser libres (las monarquías constitucionales europeas). Otros escribieron acerca de una evolución desde el estatus (esclavo, noble o plebeyo) al contrato (empleado y empresario, comprador y vendedor); desde pequeñas comunidades de gente en las que todos se conocen personalmente a grandes sociedades impersonales; desde sociedades esclavistas a militaristas y de ahí a Industriales; desde el animalismo al politeísmo y de éste al monoteísmo; desde la magia a la ciencia; desde sociedades hortícolas dominadas por mujeres a sociedades agrícolas dominadas por los hombres; y de muchos otros estadios hipotéticos más primitivos y simples a estadios más recientes y complejos.
Uno de los esquemas más influyentes fue el propuesto por Lewis Henry Morgan en su obra Ancient Society. Morgan dividió la cultura en tres importantes etapas: salvajismo, barbarie y civilización. Estas etapas ya fueron desarrolladas ampliamente en este blog en el post https://sinaptando.blogspot.com/2020/10/salvajismo-barbarie-y-civilizacion.html
La mayor complejidad y detalle de los esquemas evolucionistas del siglo XIX los diferenciaba de los esquemas de progreso universal del siglo XVIII en que postulaban que las culturas evolucionaban en conjunción con la evolución de los tipos y razas biológicos humanos. No sólo se veían las culturas modernas de Europa y América como la cúspide del progresso cultural, sino que también la raza blanca (especialmente su mitad masculina) era vista como el vértice del progreso biológico. Esta fusión del evolucionismo biológico con el evolucionismo cultural es atribuído a la influencia de Charles Darwin, pero de hecho, el desarrollo de las interpretaciones biológicas de la evolución cultural precedió a la aparición de El origen de las especies y el propio Darwin fue influenciado en gran medida por filósofos sociales como Thomas Malthus y Herbert Spencer. Tras la publicación de la obra de Darwin, apareció un movimiento conocido como “darwinismo social”, que se basaba en la creencia de que los progresos cultural y biológico dependían del libre juego de las fuerzas competitivas en la lucha de individuo contra individuo, de nación contra nación y de raza contra raza. El darwinista social más influyente fue Herbert Spencer, quien llegó a abogar por el final de todos los intentos de proporcionar caridad y auxilio a los desempleados, a las clases pobres y a las denominadas razas atrasadas, porque esta ayuda interferiria en la actuación de la llamada ley de supervivencia de los más aptos y porque prolongaría la agonía, haciendo aún más profunda la miseria de los “no aptos”.
Si bien las ideas de Karl Marx se oponían diametralmente al darwinismo social, el marxismo no dejó de experimentar una fuerte influencia de las nociones vigentes en el siglo XIX sobre la evolución cultural y el progreso. Marx consideró que las culturas atravesaban las etapas de comunismo primitivo, sociedad esclavista, feudalismo, capitalismo y comunismo. Recalcaba la importancia del papel de la lucha para conseguir el progreso y la evolución cultural. Para él, toda la historia era el resultado de la lucha entre las clases sociales por el control de los medios de producción. La clase proletaria, que aparició gracias al capitalismo, estaba destinada a abolir la propiedad privada y a provocar la etapa final de la historia: el comunismo. El libro Ancient Society de Morgan proporcionó las bases para el libro El origen de la familia, la propiedad privada y el estado de Engels, que, hasta mediados del siglo XX, sirvió como piedra angular de la antropología marxista.
Esquema sobre las principales teorías antropológicas
A principios del siglo XX, los antropólogos de la época cuestionaron los esquemas y las doctrinas evolucionistas, así como también el darwinismo social y los postulados marxistas. En EEUU, la posición teórica dominante fue desarrollada por Franz Boas y sus discípulos, conocida como “particularismo histórico”. Según Boas, los intentos del siglo XIX para descubrir las leyes de la evolución cultural y para diseñar las etapas del progreso cultural se asentaban sobre una base empírica de evidencias insuficientes. Sostenía que cada cultura tiene su larga y única historia y que, para comprender esa cultura particular, lo mejor que se podía hacer era reconstruir el senderó único que ésta había seguido. Esto implica la negación de una ciencia de la cultura generalizadora. Otro rasgo importante de su teoría es la idea del relativismo cultural, que sostiene que no hay formas de cultura superiores o inferiores. Para contestar a las teorías especulativas “de biblioteca” y al etnocentrismo de los evolucionistas, Boas y sus discípulos recalcaron también la importancia de llevar a cabo trabajos de campo etnográficos entre los pueblos no occidentales. El logro más importante de Boas fue demostrar que la raza, el lenguaje y la cultura eran aspectos independientes de la condición humana. Al encontrarse culturas y lenguajes diferentes dentro de la misma raza, no había base para la idea defendida por los darwinistas sociales de que la evolución racial y cultural eran parte de un proceso único.
Otra reacción al evolucionismo del siglo XIX es la conocida como “difusionismo”. Sus defensores señalan que la principal fuente de las diferencias y semejanzas culturales no es la inventiva de la mente humana, sino la tendencia de los humanos a imitarse los unos a los otros. Los difusionistas contemplan las culturas como un mosaico de elementos derivados de series casuales de préstamos entre pueblos cercanos y distantes.
En Gran Bretaña, las estrategias de investigación dominante durante el comienzo del siglo XX son conocidas como “funcionalismo y estructural- funcionalismo”. Según los funcionalistas, la principal tarea de la antropología cultural es describir las funciones recurrentes de costumbres e Instituciones, más que explicar los orígenes de las diferencias y semejanzas culturales. Uno de sus representantes más importantes, Bronislaw Malinowski, entendía que el intento de descubrir los orígenes de los elementos culturales estaba destinado a ser especulativo y no científico, a causa de la ausencia de registros escritos. Defendía que, “una vez que hayamos comprendido la función de una institución, habremos comprendido todo lo que podamos comprender sobre sus orígenes”.
A. R. Radcliffe-Brown fue el principal defensor del “estructural- funcionalismo”. Según él, la principal tarea de la antropología cultural era incluso más limitada que la propuesta por Malinowski. Mientras este último enfatizaba la contribución de los elementos culturales al bienestar biológico y psicológico de los individuos, Radcliffe-Brown enfatizaba la contribución del bienestar biológico y psicológico de los individuos para el mantenimiento del sistema social. La función de mantener el sistema tenía preferencia sobre todas las demás.
Rechazando las nociones decimonónicas de la causalidad y la evolución, muchos antropólogos, influenciados por los escritos de Sigmund Freud, intentaron interpretar las culturas en términos psicológicos. Las ideas de Freud y el antievolucionismo de Boas sentaron las bases para el desarrollo del planteamiento conocido como “cultura y personalidad”. Dos de los más famosos discípulos de Boas, Ruth Benedict y Margaret Mead, fueron los primeros en el desarrollo de las teorías de esta nueva corriente. Pueden ser descritas como formas psicológicas de funcionalismo que relacionan las creencias y prácticas culturales con la personalidad del individuo, y la personalidad del individuo con las creencias y prácticas culturales, recalcando la importancia de las experiencias en la temprana infancia, como el aprendizaje del aseo, la lactancia y el aprendizaje del sexo, en la formación de un tipo modal o básico de personalidad adulta o de carácter nacional.
Pasada la Segunda Guerra Mundial, cada vez un mayor número de antropólogos se mostraban insatisfechos con el antievolucionismo y la carencia de generalizaciones y explicaciones causales característicos de la primera mitad del siglo XX. Bajo la influencia de Leslie White, se invirtió un gran esfuerzo para volver a examinar los trabajos de los evolucionistas del siglo XIX, como Morgan, para corregir los errores etnográficos y para identificar su contribución positiva al desarrollo de la ciencia de la cultura. White fue pionero en postular que la dirección global de la evolución cultural estaba determinada, en gran medida, por las cantidades de energía que se podían captar y poner a trabajar per cápita anualmente. Al mismo tiempo, entre 1940 y 1950, Julian Steward sentó las bases para el desarrollo de la perspectiva conocida como “ecología cultural”, que ponía el acento en el papel de la interacción de las condiciones naturales, como el suelo, la lluvia o la temperatura, en factores culturales, tecnología y economía, como causantes tanto de las diferencias como de las semejanzas culturales. Julian Steward estaba especialmente impresionado con los paralelismos de la evolución de las antiguas civilizaciones de Perú, México, Egipto, Mesopotamia y China, y abogó por renovar los esfuerzos por parte de los antropólogos para examinar y explicar estas notables uniformidades.
White y Steward estaban influenciados por el énfasis que Marx y Engels ponían en los cambios de los aspectos materiales de los modos de producción como causa principal de la evolución cultural, pero ninguno de los dos aceptaba todo el conjunto de propuestas expresadas en el punto de vista conocido como “materialismo dialéctico”, que consiguió una popularidad considerable entre los antropólogos occidentales por primera vez en la década de los 60 y 70 del siglo XX. Los defensores de esta nueva corriente sostienen que la historia tiene una dirección determinada hacia el surgimiento del comunismo y la sociedad sin clases. Los orígenes de este movimiento son las contradicciones internas de los sistemas socioculturales.
La contradicción más importante en todas las sociedades es la que existe entre los medios de producción (en general, la tecnología) y las relaciones de producción (quién posee los medios de producción). En palabras de Karl Marx: “El modo de producción en la vida material determina el carácter general de los procesos sociales, políticos y espirituales de la vida. No es la conciencia de los hombres lo que determina su existencia, sino que, al contrario, su existencia social es la que determina su conciencia”.
Una posterior elaboración de las perspectivas teóricas de Marx, White y Steward ha conducido a la aparición del punto de vista denominado “materialismo cultural”. Esta estrategia de investigación sostiene que la tarea principal de la antropología es dar explicaciones causales a las diferencias y semejanzas que se encuentran entre los grupos humanos en el pensamiento y la conducta. La mejor manera de llevar a cabo estas tareas es estudiando los imperativos materiales a los que la existencia humana está sujeta. Estos imperativos surgen de la necesidad de producir alimentos, refugios, útiles y máquinas y de reproducir la población humana dentro de los límites establecidos por la biología y el medio ambiente. Estos son llamados imperativos o condiciones materiales, para distinguirlos de los imperativos o condiciones impuestos por las ideas y otros aspectos espirituales o mentales de la vida humana, como los valores, la religión y el arte. Para los defensores del materialismo cultural, las causas más probables de la variación en los aspectos mentales y espirituales son las variaciones de los imperativos materiales que afectan a la forma con que la gente se enfrenta a los problemas para satisfacer necesidades básicas en un hábitat concreto.
La sociobiologíatambién intenta explicar algunas diferencias y semejanzas entre las distintas culturas. Basada en un refinamiento de la selección natural que se conoce como “eficacia biológica inclusiva” defiende que la selección natural favorece los caracteres que difunden los genes de un individuo no sólo incrementando su número de descendientes, sino incrementando también el número de descendientes de parientes cercanos, que portan muchos genes idénticos. Aplicada a la evolución cultural, la sociobiología humana establece que los rasgos culturales se seleccionan en caso de que maximicen el éxito reproductivo de un individuo medio en términos de eficacia biológica inclusiva.
No todos los planteamientos de la teoría cultural posteriores a la Segunda Guerra Mundial están dirigidas a explicar las diferencias y semejanzas culturales. En Francia, bajo el liderazgo de Claude Lévi-Strauss, se aceptó ampliamente el punto de vista conocido como “estructuralismo”, preocupado únicamente por las uniformidades psicológicas que subyacen a las aparentes diferencias de los pensamientos y conductas. Según Lévi-Strauss, estas uniformidades surgen de la estructura del cerebro humano y de los procesos de pensamiento inconscientes, siendo el rasgo estructural más importante de la mente humana la tendencia a dicotomizar, o pensar en términos de oposiciones binarias, y luego intentar transmitir esta oposición mediante un tercer concepto, que puede servir de base aún para otra posición. Cuanto más cambian las culturas, más siguen siendo iguales, ya que todas son simples variaciones sobre el rema de las oposiciones recurrentes y sus resoluciones.
En la actualidad, muchos antropólogos siguen rechazando todos los puntos de vista causales generales, manteniendo que la dirección principal de la etnografía debería ser el estudio de los aspectos emic de diferentes culturas, sus visiones del mundo, símbolos, valores, religiones, filosofías y sistemas de significación.
Lo más acertado sería, tal vez, aprender a respetar las particularidades de todos los individuos y de todos los pueblos, sin permitir que esos conocimientos, esas costumbres y esos credos que nos diferencian nos lleguen a separar en mundos distintos y nos enfrenten en nuevas guerras que nunca gana nadie y siempre perdemos todos.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
Bibliografía consultada: Introducción a la antropología general- Marvin Harris- Alianza Universidad Textos. Edición de 1995.