¿Se han dado cuenta que todo está en venta últimamente? Ya no les habla de las ofertas intempestivas de compañías de telefonía. ¿Cuántas llamadas puede recibir una persona para que cambie de operador a la hora más insospechada? Las marcas deberían estudiar el impacto negativo que causa el telemarketing sobre su imagen. Recuerda hace años un episodio de Ally McBeal en el que el bufete de la flacucha de marras se querellaba contra grandes compañías por su comportamiento intrusivo. Y le pareció ciencia ficción. Ahora, la acosada por las marcas es ella. Todos ustedes. A la hora de la siesta. A las 9 de la noche. Con todo, si se continúa haciendo es porque funciona. Porque la publicidad, les gusté o no, funciona. Que se lo digan a los 5 prostíbulos valencianos que empapelaban Valencia con sus vallas y que han sido multados recientemente por el consistorio. Y funciona en las redes sociales y fuera de ellas.
Lo que ocurre es que los ciudadanos -acostumbrados a recibir una media de 3.000 impactos diarios, cada vez son, somos, más impermeables. Y la publicidad, como industria, como negocio, se reinventa.
En la Gala de los Goya de hace unas semana hubo dos grandes momentos publicitarios en una televisión, TVE, que hace años decidió prescindir incomprensiblemente de los anuncios. Y de sus ingresos. Dos momentazos.
El primero fue que dos modelos -vestidos con un uniforme con los colores corporativos de una empresa de recursos humanos- entregaron tres premios menores con el logo bordado en sus trajes de noche. No daba crédito. La visibilidad de la marca y la notoriedad, por novedosa, impagable.
La otra acción pasó más desapercibida: dos personajes virtuales sentados entre el público. Las lenguas maledicentes pronto dijeron que ni el cine español era capaz de llenar su propia platea y que se recurría a esta treta como relleno. Ni mucho menos. Eran personajes de cine de animación promocionando su nueva película. En una gala de cine. Wow.