Allá por los muy últimos años 80 y hasta mediados de los 90, tras el derrumbe del sistema de la Europa del Este, comenzaron a llegar a los equipos de la liga de fútbol española multitud de jugadores polacos, rusos, búlgaros… liberados de las rígidas políticas de retención impuestas a su clubes aparecieron pro aquí mitos del otro fútbol como los polacos del Osasuna, el gran Jan Urban caso aparte, o los extravagantes fichajes del entrañable C.D. Logroñes o del Betis entre otros equipos de la edad más demente del fútbol español. Del serbio Atila Kasac a los polacos Gregorz Lewandowski, Jacek Ziober o Ryszard Staniek pasando por el búlgaro Trifon Ivanov, el checo Roman Kukleta, el indispensable rumano del Real Oviedo Marius Lacatus o tantos otros. Lo que más me impresionaba de todos ellos era su aspecto; era como si procediesen de unas difusas coordenadas espacio-temporales ancladas en algún punto entre 1978 y 1982, viajeros desde el tiempo detenido de los totalitarismos.

Ver esta furiosa Malenkaya Vera, que llegó a estrenarse en VHS en España y fue un considerable éxito internacional debido a su franqueza sexual, un elemento por completo radical y rupturista dentro del contexto URSS, produce el mismo efecto que ver los rostros, estilos y maneras de aquellos futbolistas. No recuerdo donde leía que hay caras, fisonomías, que se ponen de moda una temporada y luego desaparecen. Aquellos rostros venían del pasado, no de uno remoto como esos tipos de los que se dice que tienen cara de antiguo, sino de uno que emergía de los restos del naufragio tras quedar atrapado en el pasado. No es esa sensación elegante de lo retro, más bien una mezlca de patetismo, sordidez y carisma atravesado.

Malenkaya Vera, La pequeña Vera, nombre de la protagonista, pero también “poca esperanza” está fechada en 1988, a aunque sea un film de una década anterior. No quiero decir que tardase diez años en estrenarse, sino que hay diez años de desfase impuesto por ese tiempo propio. Estética, espiritual y tonalmente es una película punk de los años 70, la versión tardosoviética de las crónicas cutre-juveniles del Paul Verhoeven holandés culminante en 1980 con Spetters, solo que Malenkaya Verna pertenece a los que se llamó la chernukha, la negrura, la mierda negra.

De igual manera, y continuando con este hilo especulativo, esta película de Vasili Pichul escrita por su esposa Mariya Khmelik y el movimiento en el cual se inserta serían réplicas homologables a otros movimientos reactivos anteriores, de raíces igualmente naturalistas, desde el neorrealismos, si nos queremos poner estupendos, o el free cinema, donde una estilización estética muy poderosa ejerce de superación de lo estrictamente documental. Pero más que con estos pilares, aunque si tenga relación de padrinazgo, el chernukha parece la versión soviética de cines más punk, de actitud abiertamente destructiva y/o desesperada donde conectaría con aspectos del cine brit post-


Malenkaya Vera es un melodrama social de paisajes industriales y suburbanos deprimentes que son reflejo externo de la degradación de una país y sus habitantes, sordidez a toda costa, pelas y gritos en pisos destartalados, parodia brutal de los arquetipos de “lo ruso”, angustia juvenil y terror al final de un tiempo. Diagnostico urgente de la glasnost y la perestroika con un tono tan furioso y desagradable –las humillaciones a las cuales el novio de Vera somete inmisericorde a los padres de la chica en largas escenas física y moralmente insoportables- que termina dando en una comicidad oscura, incómoda. La nausea y el grito convertidos en folletín grotesco, en el cual la violencia, el sexo y el rock son componente de una actitud vital furiosa, obcecada y sin esperanzas de futuro.

Director: Vasili Pichul
URSS
1988
128 min.
Guión: Mariya Khmelik
Fotografía: Yefim Reznikov
Música: Vladimir Matetsky
Montaje: Yelena Zabolotskaya
Reparto: Natalya Negoda, Andrei Sokolov, Yuri Nazarov, Lyudmila Zajtseva, Aleksandr Negreba
