Revista Educación
Que el establecimiento de un buen vínculo entre el bebé y sus cuidadores es una circunstancia capaz de predecir muchas cosas buenas en la adultez es algo bien conocido. De ahí que los psicólogos evolutivos insistamos tanto en la importancia de que padres y madres se muestren atentos y responsivos a las necesidades de sus hijos, ya que esa es la mejor fórmula para establecer un vínculo de apego seguro. Pero cada vez disponemos de más datos acerca de los procesos que intervienen en esta relación causal entre las experiencias infantiles y el ajuste psicológico en la adultez. Y la mayoría de los estudios indican que casi siempre se encuentran implicados algunos cambios cerebrales.
Un buen ejemplo sería la relación hallada entre la inseguridad en el vínculo de apego establecido en la infancia y la tendencia a padecer trastornos depresivos en la adultez. En este caso, la responsabilidad de la relación causal la asumiría el sistema límbico- hipotálamo-hipófiso-adrenal (L-HPA) que se activa ante situaciones novedosas y estresantes aumentando la producción de cortisol. Se trata de una respuesta adaptativa ya que las concentraciones elevadas de cortisol favorecen, entre otras cosas, el procesamiento cognitivo de las emociones. Sin embargo, en situaciones de estrés crónico la producción de cantidades excesivas de cortisol no resultaría tan positiva, ya que podrían dañar algunas estructuras cerebrales, y generar una respuesta excesiva ante situaciones poco estresantes, de tal forma que el sujeto se encontraría permanentemente en una situación de alerta que agotaría sus recursos de afrontamiento.
Pues bien, los estudios realizados con animales, y algunos más recientes con bebés, han revelado que los problemas en el establecimiento del vínculo de apego provocados por separaciones prolongadas o falta de cuidados parentales alteran la respuesta ante el estrés del sistema L-HPA. Así, aquellos bebés expuestos en la infancia a estas situaciones adversas y que desarrollaron apegos inseguros, reaccionaron antes algunos estresores con niveles de cortisol más elevados y mantenidos en el tiempo, y con mayores respuestas de ansiedad y miedo. Estos estudios indican que la vulnerabilidad ante el estrés puede ser establecida por las experiencias infantiles tempranas mediante sus efectos sobre el sistema L-HPA.Si tenemos en cuenta que la evidencia empírica acumulada a lo largo de los últimos años pone de manifiesto que la actividad adrenocortical excesiva, tanto medida en sus niveles basales como en la respuesta al estrés, está vinculada con los problemas de ansiedad y depresión, podemos trazar una trayectoria causal que lleva desde las experiencias infantiles con los cuidadores principales hasta los trastornos depresivos en la edad adulta. La relación estaría mediada por algunos cambios cerebrales, concretamente por la respuesta del sistema límbico-hipotálamo-hipofiso-adrenal ante las situaciones y acontecimientos estresantes.
Por lo tanto, una vez más los estudios que van apareciendo nos sugieren la importancia de que madres y padres proporcionen a sus hijos unos cuidados de calidad que lleven al establecimiento de un vínculo de apego seguro. Probablemente sea lo mejor que pueden hacer por sus hijos.
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