Revista Arte

Apolo y Marsias, 1637, de Ribera

Por Lparmino @lparmino

Apolo y Marsias, 1637, de Ribera

Apolo y Marsias, 1637, de José de Ribera
Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica

Ribera (1591 – 1652) es un caso excepcional en todo el panorama pictórico español. De hecho, para muchos resulta difícil encuadrarle dentro de la escuela española. El valenciano se encuentra desde tempranas fechas en tierras italianas, donde desarrolla toda su labor pictórica. Centrado especialmente en Nápoles, tuvo la enorme fortuna de encontrar poderosos mecenas en los virreyes de la ciudad, nobles españoles que entraban en contacto con la rica cultura clásica que emanaba la península itálica. Fue esta clientela la que permitió al pintor desarrollar una temática muy propia y excepcional dentro del panorama español, la mitología. En todo caso, sólo podría compararse con algunos temas desarrollados por Velázquez, cuya cercanía al monarca español le permitía una cierta relajación en cuanto a los temas.


Apolo y Marsias, 1637, de Ribera

Apolo y Marsias, de Ribera, detalle

La estancia italiana del pintor es fundamental para comprender su estilo y su desarrollo estético. Riberase establece en Nápoles habiendo asimilado a la perfección los postulados de Caravaggio respecto a la concepción naturalista de la pintura con especial atención a los efectos del claroscuro propios del tenebrismo. Ribera se convierte en el pintor de los santos y los mártires de pieles ajadas y colgantes, de los rostros cansados y marcados por la edad, de los tipos realistas que debían recorrer las calles de Nápoles durante esos momentos iniciales del seiscientos. A partir de la década de los treinta, cuando la pintura italiana inicia un exultante giro en el que empieza a tener cabida una nueva concepción triunfal del arte, Ribera se va despojando de su carácter tenebrista para ir asimilando el color y la luz victoriosa que el nuevo catolicismo postridentino postula. Apolo y Marsias, pintado en 1637 y del que existen varias versiones, podría considerarse un cuadro donde encontramos los dos momentos básicos de la pintura de Ribera: el naturalismo de su primera etapa, con esos fuertes claroscuros, centrado en el atormentado personaje de Marsias, frente a esa nueva luminosidad que se abre a partir de la década de los años treinta, con ciertos tintes del clasicismo que imperaba en la pintura italiana del momento.

El cuadro trata el momento en que Apolo comienza a desollar al imprudente sátiro Marsias, que había osado desafiar al dios en una competición musical sin imaginar cuál iba a ser el cruel y atroz castigo por atreverse, siquiera, a cuestionar la pericia del ser divino con los instrumentos musicales.

Apolo y Marsias, 1637, de Ribera

Apolo y Marsias, de Ribera, detalle

En la escena, Apolo muestra toda su belleza clásica y serena, sólo agitada en el paño que le cubre, mientras lleva a cabo el ejemplar castigo desollando una de las piernas del sátiro. El contrapunto a su majestuosa tranquilidad lo pone Marsias, tendido en el suelo y con las piernas colgando del árbol. Su gesto de dolor insufrible y desesperado se dirige hacia el espectador esperando quizás una ayuda que nunca podrá llegar, mientras su rostro se descompone en un alarido atroz. En el suelo la flauta de la desdicha, que el sátiro creó y cuya música suponía insuperable. Fue el instrumento la causa de su infortunio, al considerar que su música no podría ser superada ni por el mismísimo Apolo al que desafío a un inconsciente reto musical. La escena se completa con el grupo de sátiros que detrás del árbol, del que cuelga una flauta de Pan o siringa de una de sus ramas, muestran horrorizados su compasión por el suplicio del compañero.
Ribera pintó en varias ocasiones este pasaje mítico. Y en cualquier caso, no deja de sorprender en todas sus versiones el gesto de un Apolo impasible ante el sufrimiento y el horrible dolor que sufre el osado Marsias. La rectitud del dios, el símbolo del orden ante el caos y el desenfreno orgiástico de su contrapunto Dioniso. No en vano, Marsias forma parte habitual del cortejo que suele acompañar al dios del vino. Apolo no pierde su gesto sereno ni siquiera cuando ha iniciado el macabro procedimiento separando la piel de la carne en la pata del sátiro perdedor. A veces los dioses son demasiado humanos.
Luis Pérez Armiño

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