Aprender fuera de la pantalla es útil sin desconocer generaciones… Pero qué hace la didáctica para recomponer sus esquemas…
En el campo docente encontramos colegas que llegan por diversas rutas: contamos con el normalista, el licenciado, el experto profesional y el experto teórico. Con toda seguridad usted tendrá entre sus experiencias como estudiante o como profesor (maestro, tutor, orientador o docente), a alguno de ellos, pero lo que quiero señalar en este texto es un tema de mayor calado y actualidad.
Para hacer más visible el asunto, acotaré en este inicio a los colegas que llegan desde disciplinas ajenas a la pedagogía y que por vocación o mercado llegan a descollar en este noble oficio del aprender mientras enseñas. Muchas de mis grandes sorpresas en este ámbito, colegas con inmensa pasión por enseñar son seres humanos que llegan a las aulas porque el contexto y la misma disciplina en la que se desempeñan les ha invitado.
Y la cultura digital enfatizó en eso.
La manera en la que aprendemos y en la que muchos están enseñando de manera directa o indirecta, consciente o no, se ha visto potenciada por la mayor visibilidad que tienen (y obtienen) con los dispositivos digitales que todos tenemos ahora más en nuestras manos (y pronto más en nuestros ojos). El «tío google» reemplazó muchas de las grandes y pequeñas preguntas que hacíamos a nuestros mayores y pares: si alguno de nosotros quería saber acerca de algo, tenía a su héroe de confianza: su padre, su madre, su hermano mayor o la voz de aquel profesor que tenía acceso a lo que nosotros no, sea por edad, dignidad y gobierno o simplemente porque lo explicaba en términos sencillos; la espera y la paciencia eran parte de saber y formular la pregunta. Parece que ahora, «bixby(c)«, «alexa(c)«, «siri(c)«, «google(c)», o ya más personalizado, el audio por whatsapp(c), nos resuelven la duda. Entre tiktok(c), kwai(c) y el «tío google», la koinonía y el núcleo comunicativo que encontraba su primer escala en el ámbito familiar o en el escolar han sido desplazados de su lugar.
La ansiedad por consumir información y «saber» un poco más se ha cubierto hormonalmente por la pantalla infinita y el microcontenido en redes. Nuestros estudiantes pueden llegar a ocupar más sus neuronas en la construcción de conocimiento con media hora de tiktok(c) o instagram(c), que con dos de sesudas sesiones de didácticas emergentes… cualquiera que esta sea. Por supuesto, no discuto el objetivo pedagógico ni el trasfondo de ese conocimiento o lo que puede llegar a ser producido en él, pero no podemos negar que ha aprendido a tener más «enganche» y retención el microcurriculo de tiktok(c) que la malla curricular del MIT, por diversos motivos (aunque el MIT ya también organiza su malla en microcontenidos).
Qué tiene de bueno y qué de malo: de bueno… difícil reunir argumentos que no sean controvertibles o que pueda no contraargumentar lineas más adelante con lo aprendido en términos de neurociencia y aprendizaje profundo, pero vamos: de bueno tiene que ha generado ritmos de aprendizaje que desatan nuevas tendencias y estrategias de comunicación con/en el cerebro; de bueno tiene que mantiene «la neurona» y sus sinapsis en permanente reconstrucción; de bueno tiene que para algunos padres de familia y a pesar de la pandemia, entretiene y educa (estoy tratando de entresacar lo bueno). De malo, también tiene eso: que genera ritmos de aprendizaje cuyas estrategias obligan a repensar las maneras en las que pueda desarrollarse el pensamiento crítico y todas aquellas bondades por las que el ser humano es más que homo sapiens. Desde esta observación se volatilizan todas las nubes que rodean la crítica al uso de tecnología en educación.
Arcimboldo-esque Composite Portraits of Trades (ca. 1800)Curadores de contenido y prosumidores
Pero quiénes están generando contenidos, de quiénes están aprendiendo nuestros estudiantes, de quienes -en alguna medida- nosotros mismos: de seres humanos apasionados por lo que hacen, que en la mayoría de ocasiones ocupan tiempo, recursos y estrategias para aparecer mejor, para ser más «entendibles» si no «virales». Ya ha quedado claro para muchos que no se nace nativo digital, así como no se hace youtuber quien publica un video. Descartando la inocencia, quienes generan contenidos están (terminan siendo) auspiciados por las marcas y las empresas quienes por medio de esos seres humanos y también de algoritmos, llegan a nuestras pantallas para enseñarnos, transmitirnos una pasión, convencernos, vendernos o marcarnos con algún objeto, producto o sentimiento que llena espacio y genera hormonas en nuestros sistemas operativos, tan estresados y automatizables siempre.
Entonces, aparece en el mercado la academia de… _____tubers. Algunos se forman, pero también como con mis colegas, la mayoría llegan: no son licenciados en comunicación pero tienen las competencias que muchos currículos aun no compilan: dominio de tecnología, dominio de estrategias narrativas, re-conocimiento de sus contextos, e incluso tienen objetivos que combinan la pirámide de maslow con estrategias de productividad que apenas se asoman en la academia desde la investigación y algunos pioneros que evitando los formalismos y la burocracia (e incluso superándola) se proponen siempre más. Veremos en siguientes instancias algunos ejemplos que nos ocupan desde la gamificación, las didácticas emergentes y la formación de formadores en diversas lenguas y lenguajes…
¿Qué lugar le depara a la Universidad y cómo haremos converger las estrategias de desarrollo del pensamiento crítico, enseñanza para la comprensión e incluso las didácticas emergentes con las formas de consumo que nuestros cerebros están recableando con la era que estamos experimentando?
Deslizaremos la pantalla para descubrirlo…