Queridas amigas y queridos amigos, lo que hoy vengo a contaros es muy sencillo. Quiero explicaros, simple y llanamente, que soy un hombre de izquierdas. No os hablo de centro-izquierda ni de socialdemocracia ni de doctrina social de la Iglesia, ni de ninguna otra pamplina por el estilo. Os estoy hablando de ser de izquierdas de verdad, muy de izquierdas. Para que os hagáis una idea, soy tan de izquierdas que cuando oigo la palabra confluencia doy por hecho que se trata de compartir fluidos.
Sí, amigos, soy de izquierdas y estoy dispuesto a confluir con las jóvenes promesas de la izquierda en el estado plurinacional: el ciudadano Iglesias, el ciudadano Garzón y, por supuesto, el ciudadano Borbón vestido con traje de raya diplomática.
Soy muy de izquierdas, sí, pero no siempre lo he sido. Arrastro una historia atormentada, un pasado más triste que la cuenta de Twitter de la Casa Real. Si lo conoecierais, os sangrarían las encías. Pero no temáis, hoy no os lo voy a contar. Para el sangrado de encías, recomiendo el colutorio específico de la casa Vitis.
Tampoco quiero desviarme del tema. Os decía que no siempre he sido de izquierdas, pero que ahora lo soy hasta la médula. A veces sueño que sujeto con los dientes el frenillo de las grandes promesas de la izquierda en el estado plurinacional mientras mi novio me espía por el agujero de la cerradura. Mientras mi novio observa sin saber que yo sé que observa, mordisqueo con mucho cuidado el frenillo de las grandes promesas de la izquierda, el ciudadano Iglesias y el ciudadano Garzón y el ciudadano Borbón con traje de raya diplomática, ya sabéis, pero ellos, los lozanos kulaks de la izquierda, siguen como si tal cosa. Ni se inmutan. A pesar de lo cual, yo continúo trabajando por la confluencia.
Queridos amigas y queridos amigos, soy de izquierdas, tan de izquierdas que cada día desayuno porqueyós y almuerzo mimeconmigos. Soy tan de izquierdas que me condecoro regularmente con excremento de gaviota y soy la estrella indiscutible de mi barrio. Mis conciertos cotizan a uno con ochenta euros la cerveza, y no admito peticiones. En mis recitales se consumen grandes cantidades de cerveza mientras yo canto canciones de Mercedes Sosa sin pedir permiso a la cintura cósmica del Sur ni rendir tributo a la SGAE. ¡Jódete, Sociedad General de Autories y Editores! ¡Perdóname, cintura cósmica del Sur! La historia de la canción y la historia de la izquierda decaen de forma lamentable después de Mercedes Sosa, ¿qué le vamos a hacer? ¡Confluyamos!, arengo a mi público entregado y ebrio. Soy la estrella de mi barrio.
Soy de izquierdas, pero no soy gilipollas y sé cuándo mi novio me la está pegando. Yo también se la podría pegar y, desde luego, sería un trato justo, un acuerdo win-win, pero prefiero agarrarme un berrinche. Antes que engañar a mi novio que espía al otro lado de la cerradura, que me engaña y que no sabe que yo lo sé, prefiero cubrirme con el chal malva de mi abuela y montarle un numerito, una auténtica escena de diva de las izquierdas.
Como ya os he anticipado —y esto es algo que cae por su propio peso— mis sueños también son de izquierdas. Sueño que sujeto con los dientes el frenillo de mi novio sin que la sangre acuda a los cuerpos cavernosos de su pene. Luego seño que nos vamos de caza, acompañados por un perro pointer muy inquieto. Vamos provistos de escopetas reglamentarias, hasta este punto todo es muy legal, al menos desde la perspectiva del armamento. En el fragor del rececho y sin que el pointer lo advierta, veo a un hombre subido a una altísima columna corintia. No llego a plantearme qué hace encaramado a tan insólita atalaya, simplemente coloco su silueta en el punto de mira, elevo el cañón ligeramente —pues está a gran distancia y pienso que el proyectil ha de describir una trayectoria parabólica— y disparo sin hacerme mayores ilusiones. ¡Pun! Al principio no pasa nada pero, al cabo de una fracción de segundo, el hombre cae. Luego me entero de que es un conocido mío, un reputado izquierdista, probablemente en alguna ocasión haya tenido su frenillo entre mis incisivos. Luego sé que, a pesar del tiro y a pesar de la brutal caída, no ha muerto. La mala noticia es que ha quedado gravemente incapacitado. En ese instante suena el despertador y me quedo con la duda: ¿íbamos a pelo o a pluma?
Sí, soy muy de izquierdas, pero ahora tengo que dejaros. Es la hora de cantar.