Ya es 15 de mayo. Hasta hace cinco años, una fecha más, sin un significado especial para la mayoría de personas en España. Pero después del 15 de mayo de 2011 algo cambió. Algo profundo. La irrupción de los indignados supuso un antes y un después en la sociedad de este país.
Más allá de las implicaciones políticas, el 15M significó el despertar de las conciencias, de millones de conciencias dormidas o, más que dormidas, amodorradas, anestesiadas, resignadas a una realidad que superaba cualquier voluntad de cambio.
España desde hacía algunos años caía por el precipicio de la “crisis”, en un viaje inexorable hacia el abismo de la desesperanza. Nada se podía hacer, salvo encoger los hombros, agachar la cabeza, y tirar “pa’lante” cruzando los dedos para que las cosas no fueran a peor.
Nos pedían sacrificios, que nos apretáramos el cinturón; nos decían que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades y que no quedaba otra que asumir las consecuencias mientras se vertían miles de millones de euros en el cráter inmenso del sistema financiero.
La gente maldecía entre dientes, negaba con la cabeza gacha, con la vista perdida en un suelo que se hundía sin remedio bajo nuestros pies. Ya no se podía confiar en los políticos, y menos en aquellos que se decían socialistas y obreros, que habían claudicado definitivamente a las exigencias de una Europa que, cinco años después, ha demostrado sobradamente lo poco que le importan las personas.
“Que no, que no, que no nos representan”, empezaron a clamar las plazas a partir de aquel 15 de mayo en que, por fin, prendió la chispa de la indignación, del basta ya, del se acabó agachar la cabeza, del queremos construir algo diferente y, sobre todo, mejor.
Aquellas plazas llenas, repletas de color, de ilusión… Ilusión, qué palabra tan bonita, sobre todo después de que nos la hubieran robado sin piedad… Aquellas plazas llenas, en cuyo interior desbordaba la creatividad, la empatía, la inocencia, dibujaron una sonrisa en millones de rostros.
Yo no estuve allí. Sí que participé en manifestaciones, sobre todo a partir de que un sistema desbordado y desconcertado, incapaz de entender qué estaba pasando, recurrió a la represión para apagar la llama. Cómo le gusta al poder imponer sus razones por la fuerza. Paladines de la democracia, del estado de derecho, de su democracia, de su estado de derecho, no hicieron más que cargarnos de nuevas razones, de afirmarnos en la convicción de que aquél era el camino para cambiar las cosas.
Me queda una pequeña decepción por no haber sido parte de aquello, no activa al menos. Pero me siento plenamente representado por el espíritu del 15M. Yo también soy 15M. Estoy inmensamente agradecido a quienes hicieron saltar la chispa, a los que colocaron las primeras tiendas de campaña en la puerta del Sol o en la plaza Catalunya, y a las miles de personas que se sumaron a aquel movimiento que provocó el despertar de la primavera.
Las imágenes de las plazas llenas, los discursos, la solidaridad que se respiraba en el ambiente, hizo que muchos levantáramos por fin la cabeza, que dejáramos de mirar al suelo y enfocáramos la vista en el horizonte, sintiendo en el estómago ese cosquilleo que avisa de que algo emocionante está ocurriendo.
El 15M fue un inicio, un crujido ensordecedor en los cimientos de un sistema podrido, podrido pero increíblemente resistente, profundamente asentado en el cemento armado del franquismo. Fue un estallido que lo desbordó todo.
La represión y la dispersión lógica de un movimiento asambleario carente de experiencia y de objetivos concretos en el tiempo, fue difuminando aquella cascada de ideas y emociones. Pareció que había quedado en una bonita primavera hippie, tan exuberante y efímera como una amapola. “Pobres ingenuos, creían que con unas cuantas plazas ocupadas y algunas manifestaciones conseguirían asaltar los cielos”.
No lo lograron, no entonces. Pero tantas cabezas levantadas que miraban hacia delante, dispuestas a luchar contra las injusticias y a construir, necesariamente tenían que desembocar en proyectos e iniciativas concretas. Mareas por la educación y la sanidad, marchas por la dignidad, plataformas antidesahucios y de defensa de los derechos sociales… y, sobre todo, el despertar de las conciencias. La vuelta al debate público y privado de la política.
El 15M provocó que la gente volviera a hablar de política, no de politiqueo. La mayoría absoluta del PP en noviembre de 2011 fue un mazazo, desde luego. Pero las semillas del 15M no podían germinar tan pronto.
Creo que el rodillo antisocial y corrupto de la organización mafiosa que ha detentado el poder sin miramientos, sumado a la incapacidad del partido anteriormente socialista y obrero, ha acelerado el crecimiento de aquellas semillas.
Seguramente parte de quienes protagonizaron el 15M siguen sin sentirse representados por opción política alguna, pero estaba claro que habría quienes probarían la vía de intentar cambiar el sistema desde dentro. Yo defendía esa opción. Por aquel entonces (aún no existía ‘la recacha’) consideraba que las demandas de los indignados debían asumirlas opciones políticas ya existentes, como Izquierda Unida y el (ingenuo de mí) PsoE. Sin duda, IU lo hizo en parte y, de hecho, incorporó en sus listas para las generales a jóvenes que se habían implicado en el 15M con total convicción (Alberto Garzón, por ejemplo, en la candidatura por Málaga).
Los grandes partidos básicamente ningunearon, primero, y criminalizaron, después, el movimiento y sus ramificaciones. En Catalunya, por ejemplo, no deberíamos olvidar la represión salvaje ordenada por ese partido en proceso de refundación, carcomido por la corrupción, que ha de llevarnos a ese “nou país de somni”.
En cualquier caso, y aunque no quieran admitirlo, el 15M también ha cambiado la forma de hacer política de los viejos partidos, poniendo en primera línea de debate temas hasta entonces invisibilizados.
Y entonces apareció Podemos. Es discutible su representatividad respecto al 15M. Habrá quien considere que la tiene toda; otros opinarán que en parte; y otros afirmarán sin dudar que los impulsores de Podemos no son más que unos manipuladores aprovechados. Yo me incluyo en los del segundo grupo. Lo que es indudable es que sin el 15M Podemos no existiría.
Como decía, parte de los indignados apostaban por cambiar el sistema desde dentro, jugando con las reglas de quienes habían provocado, con su estrangulamiento a las clases populares, aquella explosión de hartazgo.
Las confluencias locales, repletas de activistas, con su éxito en las elecciones municipales de hace un año, fueron la primera señal de alarma de que el cambio llegaba a las instituciones. ¿Quién podía imaginar sólo unos meses antes a Ada Colau como alcaldesa de Barcelona?
La inocencia y la ilusión de aquellos días de mayo daban paso a la responsabilidad de gobernar, de dar, por fin, respuesta desde las instituciones a las demandas de la calle. Y ahora, tras el teatro post 20D, llega la segunda oportunidad de irrupción en el Parlamento estatal, ya veremos si con opciones de gobierno. No lo creo, porque el sistema, mientras le sea posible, no va a permitir a Podemos que gobierne España. Ya escribiré otro día sobre las elecciones.
Hoy quería recordar una fecha que nos cambió, como personas, como sujetos social y políticamente activos, y como sociedad.
Yo voy a celebrar este quinto aniversario del 15M con una sonrisa, rememorando la emoción de aquellos días, y siguiendo soñando, menos inocente y más pragmático, con que otro mundo es posible.
Medio centenar de ciudades españolas han previsto actos de celebración, con movilizaciones diversas, que, además, se suman al #GlobalDebout (con más de quinientas ciudades de todo el mundo implicadas), impulsado por el movimiento de los indignados franceses. #NuitDebout (Noche en pie) lleva desde el 31 de marzo ocupando las plazas del país.
El 15M prendió una mecha que ya nadie va a sofocar.