Revista Cultura y Ocio
La mesa estaba puesta con todas las galas, no faltaba ni un detalle. Sólo sentarse. En la puerta de la casa el acebo prendía del pomo, junto a la chimenea el nacimiento barroco y en el porche un árbol de cosecha propia iluminado con lucecitas y campanas de rojo pasión; se lo había regalado una de las nueras. Desde la cocina salían nubes de sabores inundando la casa. María se afanaba dando los últimos retoques. Por último alisó la mantelería azul a juego con la vajilla. Junto a las copas de fino cristal alemán, colocó doce monedillas doradas de exquisito chocolate. Los hijos a punto de llegar. José había puesto las sillas de nogal alrededor de la mesa. Se dio una ducha rápida y se puso un traje.Fue entonces cuando, José le dijo a María, “mientras te vistes, voy a ir a comprar tabaco” Ella se acicaló y se engalanó para la ocasión. Pronto llegaron los dos hijos y una de las potenciales nueras. Sirvió unos aperitivos; José no llegaba. Lo llamaron pero no contestó. Tampoco estaba el coche en el jardín. “Mamá deberíamos llamar a la policía”. La policía les dijo que a las setenta y dos horas podrían hacer la denuncia, sí no aparecía. Fue la Nochevieja del año dos mil, a José todavía lo están esperando. A José y a una de las potenciales nueras, la que se llamaba Magdalena. La historia es caprichosa… Se repite.Texto: Carmen Martínez Marín