Obligado de pecho de El Juli. Maurice Berho
Obligado de Manzanares. Si estos son los obligados, como serán los voluntarios... Maurice Berho
Plaza de Toros de Vistalegre. Bilbao. Corridas Generales. Sexta del ciclo. Lleno. Toros del Ventorrillo para Enrique Ponce, El Juli y José María Manzanares.
Hace ya algunos años Espartaco, Ojeda y El Capea llenaron plazas como los Rolling Stones, crearon tendencias estrambóticas y cimentaron las bases arenosas del toreo vanguardista. Aquellos barros trajeron estos lodos. Enfangados de mediocridad y nulidad, Ponce, El Juli y Manzanares han vuelto a demostrar que pueden ser figuras de este algo, esta cosa bonita a veces, y aburrida en otras, a la que nunca se le puede llamar toreo. Tres maestros que no tienen nada que enseñar, nada bueno por lo menos. Toreros a los que les repele el Toro; no les interesa la lidia y sí el resultado, el cuadrito telegráfico de todas las crónicas en las que se rebaja el toreo al nivel de una quiniela. Es triste ver como con la experiencia y número de corridas que llevan en sus esportones aún no son capaces de colocar a un toro en el caballo, poner orden en el ruedo o simplemente, intentar que sus peones hagan el trabajo con eficacia y disciplina. Vergonzosos los tercios de varas, donde directamente no se ha picado, se ha metido debajo del peto, al relance a varios toros y no se han cortado con las cariocas ni las varas traseras y paletilleras. A las figuras hay que exigirles menos poses y más cátedra. De no enmendar la plana, estos lodos terminaran por sepultarnos para la eternidad.
No merece la pena perder el tiempo en hablar de los del Ventorrillo, con fachada de palacete renacentista e interiores e intenciones de poblado chabolista. Blandearon, hubo que cuidarlos con mimo, emplear la técnica no para dominar, sino para ayudar, pegarles los capotazos justitos, dos picotazos ligeritos por barba y no bajar la mano ni atacar con la muleta.
A Ponce no lo vimos con el primero, que pareció dar la sensación de tirar más hacía Caín que hacia Abel, pero que no dejó de ser eso: una sensación reflejo del virulento pico poncista. `No va metido en la muleta y se tira para adentro´ -taurinos buscando excusas-. Mentira cochina. Metió el catedrático tal cantidad de pico y oxígeno (hueco) entre su cuerpo y el toro, que él mismo se descubría, con torpeza novilleril. En el cuarto, manso, de los que le gustan al maestro, hizo una faena de las que gustaría ver a la señora de Obama en Torremolinos. En toriles, zapatilleando, correteando como una flamenca, buscandole las vueltas que se dice ahora. Menuda mariconada. ¿Dónde están los pases de castigo de toda la vida? Me recordó, con esa manera de andarle al toro, con tantos pasitos cortos y con tanto movimiento a los buenos tiempos de Chiquito de La Calzada. O a Cantinflas. Le recetó un bajonazo infame, a los blandos, apuntando ahí, que casi le vale para tocar pelo.
Al Juli le tocó en primer lugar un importante manso, que en cada muletazo se iba como a ocho metros, volviendo como el perrillo que busca a su amo para que le devuelva el hueso, con el mismo trotecito canino y la misma lengua fuera que un chiguagua. Volvió a abusar del toreo mezquino, mecánico, colocándose en cada muletazo de canto, lo que le permite alargar los muletazos hasta donde guste, porque ni toro ni torero van exigidos y no existe ninguna ley física que impida con un simple giro de los talones que esa rotonda en sentido único que forman toro y matador no siga girando hasta que uno de los dos se muera de viejo. A dios gracias, el ventorrillo se rajó, con la música a toda pastilla y el público más asevillanado que nunca. Ya acariciaba un nuevo triunfo importante.
El remiendo de Ortigao Costa, que le va a dar un toque exótico y diferente al curriculum del madrileño, aún siendo más bobo que un juanpedro, le proporcionó tranquilidad, comodidad y una oreja. ¡Qué más se puede pedir! Volvió la burra al trigo, y Julián al martilleo muleteril, al natural fácil y templado, y al derechazo largo, que no profundo. Para no ser menos que Ponce, se llevó un susto arriesgando su vida temerariamente haciendo un circular invertido con el toro ya derrengado. Mató al julipié, pero con bajonazo. Y para bajonazo, el de Matías, que me lo han cambiao, dando una oreja pedida mayoritariamente, legal entonces, pero indigna de este coso.
Cerraba la terna Manzanares, que ha podido hincharse de orejas, rabos y patas, dada la receptividad que tiene ultimamente, y Bilbao no es excepción, el público por lo bonito, lo bello y lo metrosexual. Palabra esta última que define perfectamente el concepto de toreo del alicantino. Guapo, elegante, limpio, depilado, afeitado y pedante. Lo de este chaval clama al cielo. Considerado figura, triunfador de la temporada por detrás de Julián, sin torear en Madrid ni Pamplona. En realidad no torea en ningún sitio. Lo suyo es como en el sexto, lucir la piel tostada, el añil de sus ojos, los trajes tan cargados de oro, la expresividad de su cuerpo, los desplantes desplomados con tintes de tragedia griega mientras la bestia se mueve de aquí para allá. El pobre -me refiero al animal, o sea, al toro- realiza un trabajo más de borrico de los que daban vueltas para sacar agua de la noria que de toro de lidia, que es por lo que se le contrata y da vida. Creo que cortó una oreja, que pudieron ser dos -dicen-. Antes otra faenita de la casa, que le permitió gustarse, sentirse torero, dar lo que lleva dentro, demostrar que está en buen momento, y blá, blá, blá, blá... Pico, hueco y fachada.