¿Acaso no matan a los caballos? - Horace McCoy
Publicado el 16 mayo 2011 por Esquenun
"Me puse en pie. Por un instante vi nuevamente a Gloria sentada en aquel banco del muelle. El proyectil le había penetrado por un lado de la cabeza; ni siquiera manaba sangre de la herida. El fogonazo de la pistola iluminaba todavía su rostro…El fiscal se equivocó cuando dijo al jurado que había muerto sufriendo, desvalida, sin amigos, sola salvo por la compañía de su brutal asesino…Estaba muy equivocado. No sufrió. Estaba completamente relajada y tranquila y sonreía. Era la primera vez que la veía sonreír. ¿Cómo podía decir pues el fiscal que sufrió? Y no es verdad que careciera de amigos. Yo era su mejor amigo. Era su único amigo."
Momentos antes de que el jurado del estado de California dictamine la sentencia a muerte del único imputado por el asesinato de la joven; Robert, el acusado y narrador de este espectacular libro escrito en 1935, repasa los acontecimientos que lo llevaron a tan delicada situación. Poco tiempo atrás había conocido a Gloria, cuando ambos fueron rechazados como extras en una producción de cine. Ella venia en falsa escuadra, al borde del fangal como diría el filosofo, huyendo primero de la casa de un tío abusador y luego de un sirio que amago prostituirla, con intentos de suicidio y cárcel mechando su currículo. Ambos se encuentran sin laburo y necesitan imperiosamente la moneda que promete un concurso de baile y a instancias de ella se inscriben.
"Comenzaron el concurso de resistencia de baile ciento cuarenta y cuatro parejas, pero sesenta y cuatro abandonaron ya durante la primera semana. El reglamento exigía bailar una hora y cincuenta minutos sin interrupción seguida de un descanso de diez minutos, y durante aquel intervalo se podía incluso dormir. Pero aquellos diez minutos debían servir también para afeitarse, ducharse, curarse los pies, o realizar cualquier otra necesidad."
Con el transcurrir de los días, el cansancio se acumula y los organizadores, ávidos por aumentar el volumen de espectadores, comienzan a incluir mayores desafíos a los participantes, quienes inducidos por acuciantes necesidades personales se sumergen en feroz lucha, caldo de cultivo que fermentará lo peor de cada uno. A medida que las parejas se caen y aparecen las apuestas, las restantes se ven levemente beneficiadas ante la aparición de algún sponsor que les aportará algún minúsculo rédito económico, aunque el goce de tales beneficios se cotice en una minuta de bajezas y traiciones. Suerte que existen espíritus que no las soportan, aunque les vaya la vida en eso.
Sydney Pollack llevó al cine este libro en 1969, bajo el título de Danzad, danzad, malditos transformándose hasta el día de hoy en el film que más nominaciones al Oscar recibió (9 en total) sin que entre ellas estuviese el de mejor película. Es comprensible, a nadie le gusta mirarse al espejo mientras juega de estúpido.