Revista Literatura
No conocerá Luis Aragonés Eurovegas, ni podrá ver unas Olimpiadas en su Madrid de gallinejas con aliento de Ducados. Se nos ha ido de repente, a la chita callando, pocos sabían de su enfermedad. Se nos ha ido sin reclamar su hueco en el museo de la gloria, sin pedir lo que es suyo: que es mucho. Se nos ha ido, y esos pocos seguidores que imaginamos verlo entrenando a esos pocos equipos que no entrenó nos quedaremos con las ganas. Hay que joderse. Para mí Aragonés, más allá de sus frases, de sus excesos y sus caladas, más allá de sus patillas y de sus atemporales gafas de “concha”, más allá de sus collejas a Romario, y de su tutela a un incipiente Etoo, más allá de su Calderón y ese gol que recoge la Wikipedia, es la segunda parte en la semifinal de la Eurocopa de 2008, frente a Rusia. Anímicamente, puede que la Roja comenzara a ser la Roja en la tanda de penaltis frente a Italia, pero futbolísticamente comenzó a serlo en esos cuarenta y cinco minutos de fútbol de ensueño, magia y precisión. Ni en la Play recrean los chavales... sigue leyendo en El Cotidiano