Revista Viajes
Embeleso en estado puro es caminar por estas veredas ya casi primaverales que parecen buscar con anhelo y suspiro contenido los colores de la estación, pegados a las hojas de los plátanos, castaños, olmos, tilos centenarios, algunos de ellos de la época de las colonias españolas, allá por los siglos XVIII-XIX.
Muy curiosa me pareció esta imagen del NIÑO DE LA ESPINA, que parece caviloso, distraído en el afanoso menester de sustraer una espina hundida en la carne mollar desnuda. Es un paraje el que le rodea de verdadero ensueño. Quedas atrapado en Aranjuez como un duende del atardecer primaveral que visité recientemente en los jardines diseñados por Boutelou y Villanueva.
Decadencia pétrea que se queda viviendo en simbiosis con las grietas del camino de la vida, que le hace arrumacos a los pliegues y fisuras de la piedra años, a veces deslumbrante, pulida, prístina, a veces desaseada y salvaje... Belleza en todo caso que presume de hermosura por muchos años que pasen pertinaces en su obsesión por el deterioro...
Imprescindible es fundirse con el embeleso de Aranjuez en los jardines del Príncipe, los más extensos de la zona. Fueron diseñados por Villanueva y Boutelou en 1780. Quedarás hechizado ante ese magnífico efebo, Apolo, cincelado en mármol de Carrara o la fuente de Narciso, enamorado de su reflejo en el estanque. Te circuyen miles de árboles centenarios de la época de las colonias españolas: olmos, tilos, tejos, chopos, plátanos...