Muñecas depositadas en un ataúd o tiradas por la parte trasera de un camión, son sólo uno de los leitmotiv del nuevo vídeo del grupo canadiense. Estas figuras en forma de iconografías, les sirven de tarjeta de presentación de lo que será su nuevo álbum, pero no sólo eso, porque entre los susurros en francés de la grandísima Régine Chassagne y los
coros de David Bowie, esas imagenes de pérdida de la inocencia son la primera
impresión que se nos queda grabada en la retina después del visionado del
videoclip. A lo que hay que añadir unos hipnóticos y repetitivos sonidos disco
plagados de bolas de cristales y un muñeco (a modo de robot) también de cristal,
que se transforman a lo largo de discurso hecho imágenes en iconos de esos
reflejos de otros tiempos de los que uno quiere desprenderse y parece que nunca
puede dejar atrás. Ellos lo hacen a modo de fuga en la noche en un camión de la
Segunda Guerra Mundial, jugando con ello, a una forma de escapismo de la infancia
o primera juventud, en un ajuste de cuentas en blanco y negro nocturno que se
asemeja mucho a una huida de un campo de concentración que se reviste de tintes
futuristas en mitad de una pradera esperando una señal del más allá, y que
jugando a las hipótesis, podría representar la continuación existencial de ese
majestuoso The Suburbs de su anterior
trabajo como lema o refrendo de una adolescencia difícil.
Sea como fuera, Arcade
Fire están de vuelta, y más allá de estos ritmos intensos y repetitivos
de bases y teclados muy años ochenta, siguen manteniendo ese afán por comunicar
a través de imágenes y de una música que se apodera de grandes dosis hipnóticas,
casi paranoicas, para recordarnos que estamos aquí, aunque a veces sea para
enterrar nuestros recuerdos.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.