Revista Espiritualidad

Archivando Momentos

Por Av3ntura

Hay frases célebres que nunca nos cansamos de repetir. Una de las mías es “el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Pero, ¿cómo hacemos las generaciones actuales para conocer nuestra historia? Sin duda, primero hemos de preguntar a nuestros padres y abuelos y después recurrir a los libros y a materiales audiovisuales, como las fotografías antiguas, las grabaciones en vídeo o los registros radiofónicos. Si aún así nuestra curiosidad nos sigue inquietando, el siguiente paso son los archivos históricos.

Algunas personas se pasan la vida recopilando retales del pasado para legarlo después en su testamento a estos archivos oficiales. Gracias a estas iniciativas particulares cada vez se encuentran más piezas para encajar en el inmenso puzle de nuestra memoria colectiva. Pero también ocurre que, cada vez que se encaja una nueva pieza en él, otras previamente encajadas corren el riesgo de desencajarse.

La misma historia, cuando se intenta reconstruir a partir de las piezas que guarda cada uno, nunca resulta igual para las personas que la han protagonizado. Porque los recuerdos se solidifican en torno a la emoción del momento vivido y se graban a fuego en un lugar concreto.Al tratar de reconstruir ese momento nunca contamos con esa emoción que experimentó su protagonista y desconocemos su localización exacta. Aunque puedan parecer piezas irrelevantes, acaban siendo fundamentales para entender la verdadera naturaleza del hecho que intentamos averiguar.

Si al intentar descubrir la historia de los que nos han precedido caemos en un mar de contradicciones, pese a basarnos en documentos que confirman o desconfirman nuestras hipótesis de partida, al tratar de poner en orden nuestros propios recuerdos nos ocurre un poco lo mismo.

No siempre lo que recordamos resulta ser lo que nos pasó realmente y a veces acabamos olvidando por completo lo que sí ocurrió.

Archivando Momentos

Imagen encontrada en Pixabay.

Nuestra mente es como un enorme archivador en el que todo está registrado en algún compartimento. Hay recuerdos que siempre están accesibles, mientras que otros se nos resisten bajo cámaras acorazadas para las que no recordamos la clave de acceso o las puertas que las custodian parecen haberse tapiado en un intento de enterrar a los fantasmas que las habitan.

El mismo hecho, vivido por dos personas distintas que además lo vivieron juntas, puede llegar a contarse de manera completamente diferente. Ante esa circunstancia, cada una de esas dos personas creerá que la otra está mintiendo deliberadamente, pero lo cierto es que las dos estarán contando la verdad. Una verdad que no tiene porqué corresponderse con lo que realmente les ocurrió, pero sí con la impresión que les causó y con las formas que sus respectivas mentes encontraron para lidiar con un recuerdo angustioso en el que, sin duda, tendrían cabida mucha vergüenza, mucha culpa y mucha rabia.

Cuando no podemos con algo nuestra mente pone a nuestra disposición una serie de herramientas que nos permiten seguir hacia adelante aunque el viento no sople precisamente en nuestra misma dirección. Así es como aprendemos a crearnos realidades paralelas, a disociarnos de una cotidianeidad que nos asfixia, a borrar episodios de nuestro pasado que nos resultan insoportables o a transformar nuestros complejos de inferioridad en una rígida intolerancia hacia los defectos o debilidades de los demás.

Muchas veces, detrás de un maltratador o de una maltratadora lo único que hay es alguien atormentado por sus propias debilidades y complejos, y detrás de un abusador o abusadora de niños un hombre o una mujer que fueron abusados en su niñez.

La mente se protege a sí misma de los episodios que ha vivido y no ha logrado asimilar escondiendo su recuerdo bajo llave y construyendo recuerdos ficticios en su lugar para rellenar el hueco que dejaron años de sufrimiento, de incomprensión o de culpa al ser borrados sin que la persona que los atesora sea consciente de ello.

Desde la psicología se ha tratado de hallar explicaciones lógicas a estos fenómenos a partir de distintas teorías. Una de las más recientes es la de la Segmentación de Eventos. Esta teoría argumenta que el cerebro actúa en base a un sistema de predicciones constantes basadas en la experiencia previa. Cuando estas predicciones fallan el cerebro interpreta que se halla ante los denominados “eventos frontera”, que delimitan la codificación neural de las experiencias vívidas. Estos eventos frontera son consecuencia de un cambio de contexto. Por ejemplo: estando en el salón nos viene una idea a la cabeza y, para llevarla a cabo, hemos de ir a buscar un libro a otra habitación, pero de camino a ella nos suena el móvil y mantenemos una conversación con alguien que nos acaba distrayendo de nuestro propósito. Cuando dejamos de hablar con esa persona lo más probable es que no recordemos el libro que íbamos a buscar y que volvamos al salón, aunque tengamos la sensación de estar olvidando algo.

¿Cuántas veces no habremos experimentado sensaciones parecidas al abrir la nevera, cuando no somos capaces de adivinar lo que íbamos a buscar en ella?

Solemos pensar que estamos perdiendo la memoria o que estamos demasiado estresados. Es lógico. Pero la ciencia no para de buscar explicaciones más plausibles y a veces las encuentra, para sorpresa de muchos.

Pese a que nuestras experiencias del día a día las vivimos de forma continua, sin cortes aparentes, diferentes investigaciones científicas han demostrado que los cambios en el contexto pueden influir en la representación que hacemos de esas experiencias en nuestra memoria.

“Los episodios se construyen a partir de la experiencia secuencial que nos permite general modelos de predicción de lo que puede suceder después. Los cambios de contexto o evento frontera serían percibidos como errores en nuestra predicción y servirían a nuestro sistema de memoria para indicar el final de un episodio y el posible inicio de uno nuevo; mediante este proceso, el sistema de memoria puede implementar, ya durante el curso de nuestra experiencia, un modelo organizativo que impactaría en cómo quedarán almacenados los recuerdos de nuestra experiencia”- comenta Lluís Fuentemilla, profesor de la Universidad de Barcelona y coautor, junto con Ignacio Sols, de un estudio liderado por el Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (IDIBELL).

“Los patrones neurales de la codificación original de la secuencia episódica se reactivan de forma exclusiva durante la aparición del evento frontera correspondiente, y no mientras el episodio se va desarrollando, lo que demuestra que este proceso no comienza durante un episodio, sino cuando el cerebro interpreta que éste ha terminado”- argumenta Ignacio Sols.

Esto explica por qué podemos pasarnos años sin ser conscientes de haber vivido un hecho concreto y de repente recordarlo cuando volvemos al mismo lugar en el que aconteció. De ahí que en investigación criminal se obligue a los asesinos a volver al escenario del crimen o que en determinadas terapias de tratamiento de estrés postraumático se recomiende volver al lugar donde sucedió todo para acompañar a la persona que sufre el trastorno y ayudarle a reconducir y reinterpretar de forma menos dañina el episodio que allí vivió.

Igual que la música y determinados olores son capaces de despertarnos emociones que nos conectan directamente con los archivos donde guardamos vivencias en las que esa misma música o esos mismos aromas estuvieron presentes, la localización exacta en que tuvieron lugar ciertos momentos de nuestra vida resulta fundamental para volver a conectar con aquellas experiencias y para permitirnos reinterpretarlas y volverlas a archivar, pero descargándolas de su connotación negativa.

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749


Volver a la Portada de Logo Paperblog