Revista Arte

Área de descanso

Por Anxo @anxocarracedo

¡A Madrid, a Madrid! Íbamos a Madrid, la ciudad de los pícaros y de los excelentes. Íbamos por la magnífica autovía. Llavábamos abrigos y gafas de sol para pasar el invierno. En España, las autovías son magníficas y son gratuitas. Un espíritu juguetón decidió qué trayectos se hacen por autopista de pago y qué trayectos se hacen por autovía gratuita. Las autovías suelen estar magníficamente asfaltadas, pero no tienen áreas de descanso. Si estás cansado, sigues conduciendo. Te jodes y sigues conduciendo o sales de la autovía y buscas un pueblo. La Dirección General de Tráfico dice descanse usted cada dos horas, pero no hay áreas de descanso, al menos en las autovías. Jódase, salga a los pueblos, mézclese con el pueblo, conózca el pueblo, conozca el folklore, la gastronomía, el paisaje y el paisanaje, parece decir el subtexto de las campañas por la seguridad en la conducción de la Dirección General de Tráfico. En las autovías, aunque no hay áreas de descanso para que los automovilistas tengan ocasión de conocer los pueblos e imbuirse del espíritu popular, hay cada vez más gasolineras. Todas ofrecen lo mismo y al mismo precio. Cada cierto tiempo los dueños de las gasolineras o sus delegados plenipotenciarios se reúnen y acuerdan los precios. El resultado de esos discretos concilios ofrece al automovilista una gran seguridad financiera. Pares donde pares, la gasolina te va a costar lo mismo.

Íbamos a Madrid por la deliciosa autovía y le confesé a Aurora lo mucho que me gustan las gasolineras. Me gustan las gasolineras, le dije. Amo ir a Madrid por la autovía que costó tantos millones de euros y parar en las gasolineras, si no en todas, en casi todas. Disfruto con la seguridad financiera que me garantiza el sistema de precios acordados y también disfruto de los magníficos servicios higiénicos que ofrecen las gasolineras de Repsol, de Cepsa, de Galp, de British Petroleum y de todas las demás. Siempre que echo gasolina, meo. Lleno el depósito y vacío la vejiga, es perfecto. Cada vez que meo en los pulcros urinarios que esas grandes empresas ponen a mi disposición siento deseos de besar las manos de los consejeros delegados de Repsol, de Cepsa, de Galp, de British Petroleum etcétera para de ese modo expresarles mi enorme gratitud. Aurora me preguntó por qué no me conformaba con enviarles una carta o un email o por qué no publicaba un tuit y yo le expliqué que ni la carta ni el email ni tampoco el tuit permiten transmitir todo el calor de mi agradecimiento, cosa que sí puede lograrse posando los labios humedecidos sobre las finas manos de los consejeros delegados y dejándolos sobre ellas un segundo para compartir el amor de la piel. Luego le expliqué a Aurora que, realmene, lo que más me gusta de las gasolineras de la autovía es entrar en los urinarios y prestar oídos al hilo musical. Fuera, en el espacio destinado a tienda de chucherías y accesorios para el automóvil, suele haber ruido, por no hablar del estruendo que asola las zonas de cafetería y restaurante, presididas por grandes pantallas de televisión. Pero en los urinarios es diferente. Los urinarios de las gasolineras de la autovía son remansos de paz. Si cierras los ojos y dejas salir el aire de los pulmones mientras meas, puedes oír casi todos los matices armónicos de la canción de turno en el hilo musical.

Aquel día que íbamos a Madrid por al autovía, con nuestro equipaje de abrigos y gafas de sol para pasar el invierno, y libros, muchos libros para leer en el metro, en los urinarios de la gasolinera cantaba Rihanna. Reconocí su voz antes incluso de acomodarme frente al recipiente cerámico empotrado en la pared. Abrí la bragueta, hice salir el aire de mis pulmones y comencé a disfrutar de su voz bien timbrada. Me abstraje del mediocre acompañamiento y me centré en la descarga de la vegija y en la voz de Rihanna. Dejé que esa voz potente y un poco chillona ocupase mi cuerpo y comencé a pensar en el suyo, su cuerpo redondeado y flexible de moza casadera. Mientras repasaba mentalmente las caderas de Rihanna como si de un terreno familiar se tratase, me sentí embargado por un enorme deseo de dar las gracias a los grandes ejecutivos de la industria gasolinera y también, ¿por qué no decirlo?, a la propia Rihanna y a los operarios que se afanan cada día para que el urinario esté reluciente. Cuando Rihanna terminó de cantar, sequé las lágrimas que recorrían mis mejillas y cerré la bragueta, pero no quise abandonar los servicios sin repasar la hojita con sello oficial que colgaba junto a la puerta y en la que se detallaban los nombres de las personas que habían baldeado el urinario, precisando en cada caso la hora exacta a la que se había realizado la operación: Soledad G. había baldeado el váter a la 3:30 y a las 6:00 y luego lo había baldeado Mario S. a las 11:15 y ya no había registrado ningún otro baldeo hasta las 9:30 del día siguiente, a cargo de M.C., que repetía la operación a las 12:30. Me lavé las manos y la cara, mi rostro resplandecía en el espejo. Salí. Aurora me esperaba impaciente, deseosa de continuar nuestro viaje por autovía. Me dijo pensé que te había pasado algo y yo simplemente respondí ¡a Madrid, a Madrid!,  y corrimos hacia el coche.

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