Nosotros nos podemos pasar la vida en una tribuna saltando al ritmo de “El que no salta es un inglés”, pero sería propio de necios no reconocer que los hijos de la “pérfida Albión” son tan fanáticos del fútbol como cualquier italiano, brasileño o argentino. Y que cuentan además con una ventaja: tienen una cultura futbolística absolutamente incomparable.
Desde luego, cualquiera de nosotros conoce a alguien capaz de viajar hasta Indonesia para ver un amistoso de pretemporada del club de sus amores. También podríamos hablar de ese conocido que sabe de memoria los nombres de todos los goleadores del clásico tucumano desde 1923 hasta la fecha. Tampoco nos resultan extraños los estudios sobre la teoría y la táctica del fútbol, o las investigaciones realizadas en el campo de la sociología. Y en las librerías, los cuentos de fútbol ya se consideran un género en sí mismo.
Pero sucede que los ingleses tienen una manera muy especial de abordar su pasión por el fútbol: tienden a pensarlo como un elemento central de su cultura popular, pero siempre susceptible de combinarse con otros de esos elementos (para ellos, indiscutiblemente la música, el cine y la moda) a partir de los cuales se identifican distintas subculturas.
Casi por casualidad me encontré con un libro que lleva por título Casuals. Football, Fighting and Fashion. Su autor, un inglés llamado Phil Thornton, analiza a partir de su propia experiencia un cambio crucial que se dio en la historia de la moda, que él ubica a fines de la década del 70 en las ciudades de Liverpool y Manchester primero, y luego en Londres ya a comienzos de los 80. Ese cambio es la adopción del calzado y la indumentaria deportivas en la vida cotidiana de los jóvenes y ya no únicamente para la práctica del deporte. Pero además -y este es el elemento diferenciador- el uso de la ropa deportiva va acompañado de una cuidada conciencia de cuáles son las marcas que transmiten los valores que definen la propia identidad. Por primera vez en la historia, el logo que adornaba el pecho de una chomba podía ser más importante que la prenda misma.
Para Thornton, la percepción de aquel fenómeno -que hoy parece tan universalmente aceptado- por parte de críticos, periodistas e historiadores se vio dificultada por una particularidad: los jóvenes que adoptaron aquella moda que luego se trasladó al resto de la sociedad tenían como espacio en común un lugar distinto: las tribunas de las canchas de fútbol. Así, quienes fundaron esta subcultura, que primero fueron llamados scallies y más tarde casuals, fueron los jóvenes hinchas del Liverpool y del Everton, del Manchester United y del City, del Arsenal, Tottenham, Chelsea y del West Ham. Todos estos chicos encontraban su ritual de iniciación en los viajes a los estadios y a las ciudades rivales. Por no decir enemigas: aquellos fueron los años de mayor violencia en la historia del fútbol inglés. La pertenencia a tal o cual barra era decisiva para sus integrantes. Y cada una de ellas tenía sus bandas de rock preferidas y su propio dress code: las zapatillas debían ser, por ejemplo, las Adidas Samba, y no otras. Si usabas jeans rectos y oscuros marca Lois, estaba claro que venías del Merseyside, la región de Liverpool. Las parkas azules eran el uniforme obligatorio de este año, pero el que viene podían ser los impermeables amarillos. Y todo debía completarse con el corte de pelo adecuado. Es que, cuando llegaba el momento de repartir, era esencial saber quién era quién.
En su manía por encontrar nuevos estilos y marcas que no estuviesen disponibles en su país, los jóvenes casuals ingleses solían aprovechar los partidos de copas europeas de sus equipos para emprender sus propios tours de compras. Bueno, compra en el último de los casos: los dueños de los negocios alemanes que vendían las codiciadas Adidas y Puma, o los italianos que tenían las tan elegantes Ellesse, Fila y Sergio Tacchini, tardaron bastante en comprender que esos simpáticos inglesitos que entraban a sus locales con un gran bolso vacío al hombro estaban ahí para algo más que mirar. Para cuando empezaron a poner cámaras y detectores, los jóvenes hooligans ya habían pasado cargamentos enteros por el Canal de la Mancha.
Lo cierto es que las rojas Puma Menotti pasaron de largo por Liverpool, pero las azules Puma Argentina llegaron y fueron sensación. Los pibes hacían cualquier cosa por tenerlas. Y no sólo eso, sino que se volvieron parte de los recuerdos de una generación de chicos y adolescentes que, pese a que Inglaterra ni se clasificó, sintieron que Argentina ´78 fue, de alguna manera, “su” mundial. El mundial en el año en que fueron por primera vez de visitantes a la cancha de -digamos- el Chelsea. El mismo año en que fueron a aquel recital de David Bowie y lo vieron con el corte de pelo de la tapa de Low.
El propio Phil Thornton escribió en un artículo de la revista Sneaker Freaker: “Todos queríamos ser Mario Kempes, el atacante de pelo largo que terminó como goleador de la Copa. Cortábamos tiras de papel de diario y las tirábamos en nuestras canchitas, una patética imitación del público del Estadio Monumental mientras cantaba ´¡Ar-gen-tina!´. Y hacíamos chistes entre nosotros, pensando que con sólo mirar los catálogos de las marcas deportivas quizás también nosotros podríamos ser bendecidos con la gracia, la ferocidad y la onda de Kempes y sus exóticos compatriotas. No se equivoquen, después del 78, Argentina reemplazó a Brasil como los pibes de oro de Sudamérica, y aquellos fueron los jugadores que idolatramos: Kempes, Passarella, Tarantini, Ardiles, Houseman”.
Las Puma Argentina fueron en definitiva las zapatillas “oficiales” de los futboleros de Liverpool en 1978. Había que llevarlas al pub y a los recitales, pero muy especialmente a la cancha. Y en 2008, treinta años después de aquel mundial, en estos tiempos en que la moda retro parece que no se termina nunca más, las Puma Argentina tuvieron su merecido revival: una edición limitada de apenas docientos pares, que sólo salieron a la venta en algunas selectas tiendas de Liverpool. ¿Dónde más, si no?
Eugenio Palopoli / Editor de arteysport.com