Con alegría y tristeza al mismo tiempo luchando a tumba abierta en su pecho, aquella fría mañana Alberto Gómez Martínez recorría sus calles. Obviamente, no eran de su propiedad las aceras, ni tampoco las antenas que poblaban los tejados de aquel barrio.Los consideraba en un pequeño porcentaje suyos debido a que pasó más tiempo en ese escenario, aprendiendo a golpear un balón, que entre libros de la escuela. Su madre lloraba por ello.
El hecho es que pondrá rumbo a Europa, algo que nunca pudieron lograr ni sus padres ni sus abuelos, a pesar de toda una vida dedicada al esfuerzo diario nunca recompensado con el suficiente sueldo. Lo más cerca que estuvo alguien de su familia de salir de Argentina fue su padre. Vinieron los dictadores a salvar la patria y los británicos con sus oxidadas ideas de antiguos imperios, que no importaban un carajo, siguieron el juego. Su progenitor ganó tres tiros en las Malvinas.
La mano que apretó el gatillo era made in London. Dos meses y doce días de guerra, mientras la ausencia de toda razón pasaba tarjeta de visita, Maradona cocía a fuego lento la venganza para hundir el orgullo británico con un balón de fútbol y la mano de dios. Aunque recuerda mejor el gol de los ingleses antes de detenerse ante su puerta.
La conoce desde la infancia y no tiene palabras de despedida. Si tuviera una décima parte de valentía con aquellos ojos almendrados de la que demostraba sobre el verde, Lucía López Díaz hace tiempo que sería su novia. Gómez Martínez nunca olvidará a su abuelo con una vieja camiseta de Boca raída por el tiempo. Nunca quiso recibir de regalo una nueva, esa sería la primera camiseta del equipo de sus amores y la última. De niño, Martínez creía que aquella camiseta era más importante para el anciano que su abuela.
A Lucía no le gustaba el fútbol. Es más, cuando quería hacer rabiar de verdad, mostraba orgullosa los colores de River. Como si ese gesto, con la clara intención de herir a los apóstoles de La Bombonera, no tuviera importancia. Igual hacía su abuela con su abuelo. Y estuvieron juntos setenta años. Mientras, en su mente el Pelusa ya ha recibido balón, Ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha... Toca su timbre.
Ahora qué. Necesitaba segundos para decidir si chutar o pasar a compañero sobre un terreno de juego, fuera de su burbuja necesitaba mucho más tiempo de análisis de la situación. En cualquier momento se abriría la puerta y estaba sólo (...) el genio del fútbol mundial, deja al tercero y va a tocar para Burruchaga... Eso era una final. Ahí estaban los ojos de nuevo. Con una mano se retira ese eterno y rebelde mechón que cae sobre su frente, sonríe. Ahora qué. Actualmente, hay en el mundo 572 millones de personas que hablan español. Esto supone un 8% del total de la población mundial. Y en una humilde calle de Buenos Aires está el pelotudo que no encuentra en la lengua hispana las palabras precisas que decirle a ella. ¡Quiero llorar! ¡Dios Santo, viva el fútbol! ¡Golaaazooo! ¡Diegoooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme... Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos... Barrilete cósmico.
Días después, con una sonrisa imborrable en su rostro, se firma el contrato ante los periodistas. Torpemente, como ha hecho muchas veces la prensa deportiva, analizan el buen humor del hábil extremo como señal de felicidad por su nueva equipación. ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina? Argentina 2 - Inglaterra 0. Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona... Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas... Continuaba narrando en su mente la voz de Víctor Hugo Morales. Ignoran los fotógrafos, los ojeadores, los redactores y el míster, e incluso el Presidente, que debajo del traje y la corbata lleva una vieja camiseta de Boca y el "sí quiero" de Lucía López Díaz.