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Los ochos de nuestra vida

Publicado el 15 noviembre 2020 por Trescuatrotres @tres4tres

TresCuatroTres cumple ocho años. El 15 de noviembre del año 2012 se publicaron los primeros artículos de un proyecto que tenía como premisa ofrecer un contenido de calidad alejado de la creciente polarización de los medios de comunicación. Pensábamos que los lectores merecían algo mejor que el periodismo de bufanda.

El blog de fútbol donde la pasión no entiende de colores. Ese es nuestro lema. Hoy, con 2191 historias publicadas, podemos decir con orgullo que sigue estando más presente que nunca.

Para celebrar nuestro aniversario, y tal y como hicimos el año pasado, hemos pedido a nuestros colaboradores que elijan el jugador con el ocho a la espalda que más le haya marcado. Esperamos que disfrutéis del resultado.

Míchel González

Manuel Infante

Poco antes del comienzo del mayor acontecimiento futbolístico que se había disputado en España hasta entonces, el Mundial 82, un chaval imberbe debutaba con la camiseta del Real Madrid a causa de una huelga de futbolistas profesionales. La banda derecha del equipo había sido ocupada en las últimas temporadas por dos mitos como Amancio y Juanito.

El nuevo inquilino de dicha banda portaba el dorsal 8, algo inusual entonces, porque el extremo derecho estaba reservado por una regla no escrita al número 7. José Miguel González Martín del Campo afrontó el reto y rompió la tradición para convertirse en el mejor compañero posible para un delantero centro, ya que sus roscas al área casi llevaban como obligación que el balón acabase en la portería rival.

Durante casi toda su carrera, Míchel tuvo que afrontar duelos épicos con uno de los mejores defensores de la historia del fútbol, Paolo Maldini, pero el español no se arrugaba. El autor del larguerazo más famoso de la selección española, colocaba el símbolo del infinito en posición vertical y se dedicaba a repartir clase por los campos. Sobre todo, porque su clase también era infinita.

Gabi Moya

Enrique Bermejo

El himno clásico del Sevilla Fútbol Club nos recuerda que desde Nervión se representa este deporte hecho arte y filigrana. Tras el inevitable fiasco que surgió de la espantada de Diego Armando Maradona la temporada anterior y, con él, la de Salvador Bilardo, llegó a Sevilla el Sabio de Hortaleza que se hizo acompañar por algunos jugadores de su confianza.

Uno de ellos fue Gabi Moya, jugador barroco y recargado, como la ciudad que le acogió, enrevesado, sorprendente y repleto de chispas de genialidad. Formó una asociación de calidad en la banda izquierda con Miquel Soler y una vanguardia feroz con Davor Suker. Mientras el croata ponía una infinita clase y los goles, el eléctrico ocho de aquellas temporadas aportaba imaginación, desborde y actuaciones, en todos los sentidos, memorables.

No sé si la razón del ocho a su espalda era la de la sinuosidad del camino. Gabi Moya no solía elegir el más fácil y eso hacía que lo suyo fuese más bonito. Jugador de olés y pañuelos. Pero, de alguna manera, aquel Sevilla contragolpeador de Luis Aragonés, el de las temporadas 93 a 95, sembró algo, leves destellos de grandeza y ambición que fructificarían 10 años después. Por eso, del ocho de Gabi Moya, recuerdo, y tengo que sonreír, como los surcos que elegía para sembrar ilusión siempre, pero siempre, eran los más complicados...probablemente, por eso encaja tan bien en la historia del Sevilla.

Los ochos de nuestra vida
(fuente: Sevilla FC)

Hristo Stoichkov

Juan Ariza

Temperamento, irreverencia, potencia, polémica, talento, impulsividad. Si a todo este cóctel le añadimos un cañón en la pierna izquierda y una facilidad pasmosa para meterte en líos dentro y fuera del campo, el resultado se llama Hristo Stoichkov, el mejor jugador búlgaro de todos los tiempos, una leyenda del F.C. Barcelona y uno de los mejores futbolistas de finales del siglo pasado.

Su éxito se lo debe en gran medida a Johan Cruyff, quien se lo trae a la Ciudad Condal siendo prácticamente un desconocido para el gran público. Así, llega a Barcelona con el escaso bagaje de haber triunfado en el poco prolífico balompié búlgaro y desde el minuto uno se hace un ídolo para la afición culé.

Indudablemente son el Barça y el CSKA de Sofía los dos clubes de su vida que, unido a su magnífico hacer en la Selección de Bulgaria, le llevaron a conquistar en 1994 el Balón de Oro, que le acreditaba como mejor jugador del mundo. No fue para menos, puesto que el búlgaro había llevado a los suyos aquel verano a un histórico cuarto puesto en el Mundial de Estados Unidos. Sólo Italia les privó de un puesto en la final.

En definitiva, un futbolista especial, único e irrepetible. Leyenda viva del balompié universal.

Julen Guerrero

Jorge M. Rodrigo

Los que llevamos mucho tiempo viendo fútbol hemos vivido varias revoluciones, cambios o crisis en este deporte que poco a poco dejó paso al espectáculo que conocemos hoy, o mejor dicho que conocíamos hasta 2019. Pequeños detalles como que los dorsales te los tenías que ganar cada partido, que los futbolistas no eran mega estrellas del rock o, incluso, que no se televisaba todo el fútbol, hacían que todo tuviera una mística diferente.

Para celebrar nuestro octavo aniversario, yo he elegido a un futbolista que fue quizás el primero que comenzó a trascender el fútbol en nuestro país, alguien que empezó a ser imagen publicitaria que se dirigía a los jóvenes, con una marca que le patrocinaba, sus propias botas personalizadas y que representaba el nuevo fútbol que llegaba, era un lo que se le podría denominar en aquellos tiempos un JASP (Joven Aunque Sobradamente Preparado).

Todo esto tuvo más mérito porque no jugaba ni jugó (aunque dicen que realmente pudo) en uno de los dos " grandes"de nuestra liga, jugaba en un equipo que cuida muchísimo su cantera y sus valores, jugaba en el Athletic Club de Bilbao y ese futbolista era Julen Guerrero. Un chaval que debutó con 18 años y que literalmente tiró la puerta abajo, siendo el abanderado de su club (One Club Man) y, también, de la selección durante años. Todos habíamos oído hablar de él, todos lo habíamos visto marcar en los resúmenes de los domingos por la noche o ser imagen de Reebok en la tienda de deportes más cercana, pero el día que ese 8 me marcó fue gracias a su fútbol y tuvo que ser en directo, donde se vive el auténtico fútbol

Un 18 de diciembre de hace 27 años, su Athletic visitaba el Pizjuán dirigido por entonces por Luís Aragonés y liderado por Suker y Gaby Moya (otro 8 que marcó a un compañero y amigo de la redacción). Se adelantó el Sevilla con gol del croata a pase del 8 sevillista, pero a partir de aquí un chaval con el 8 a la espalda se echó al equipo sobre ese dorsal y dio una exhibición con sus botas personalizadas Reebok. Dos goles y, casi, un tercero que terminó remachando Ernesto Valverde para dejar el 8 en mi retina. Por cierto, para mí este aniversario y artículo es aún más especial, porque da la casualidad que siempre he llevado el dorsal 8 en toda ¿mi carrera? Yo siempre fui el 8 de Los Platanitos del distrito Nervión-San Pablo.

Djalminha

Alexandre Iglesias

En la temporada 1999-2000, el Deportivo de la Coruña ganó su único título de Liga hasta hoy. Yo tenía 6 años y estaba descubriendo el fútbol a través del equipo de mi ciudad, y cada vez que veía un partido, no podía evitar fijarme siempre en el jugador brasileño que llevaba el 8 a su espalda: Djalminha.

Para mí resulta imposible pensar en el dorsal 8 y no recordar aquella lambretta frente al Real Madrid en el borde del área. Es una de sus jugadas más icónicas y define a la perfección el tipo de jugador que era Djalminha. Más vistoso que práctico, más espectacular que pragmático. Era ese tipo de talento que siempre te sorprendía, que cuando le llegaba el balón, no sabías lo que iba a hacer, pero algo se iba a inventar. Se crecía en los grandes encuentros, pero en palabras del que fue su presidente, Augusto César Lendoiro, "a él no le podías decir que tenía que jugar en Soria, Valladolid o Pamplona con frío lluvia o nieve".

Djalminha te recordaba que el fútbol, a pesar de ser un negocio, también era espectáctulo. Su manera desinteresada de entender este deporte, al más puro estilo brasileño, era la que hacía al aficionado levantarse del sofá. Sus polémicas dentro y fuera del campo, marcaron su carrera, y tal vez nos privaron de disfrutar de su talento durante más temporadas. Aún así, su manera de entender el fútbol caló hondo en el recuerdo de muchos aficionados, e hizo que a día de hoy, cuando pienso en el número 8, sólo pueda pensar en su magia sobre el campo.

Los ochos de nuestra vida
(fuente: La Voz de Galicia)

Andrés Iniesta

Antonio Ros

Soy consciente de que este jugador no sólo me ha marcado a mí personalmente sino que también a millones de españoles. Por lo menos a todos los que estuvieron frente al televisor aquella noche del 11 de julio de 2010 en Johannesburgo.

Sin embargo Andrés Iniesta es mucho más que aquel gol frente a Holanda. Para mí Iniesta es lo que debería ser un jugador de fútbol dentro del terreno de juego y sobre todo fuera de él. En cuanto al césped era el futbolista perfecto. Decía Antic que el balón salía de sus botas siempre mejor de como llegaba. Desde que escuché aquella afirmación, en los partidos del FC Barcelona me dedicaba, cada vez que Andrés tocaba el balón, a pasar por el filtro crítico las palabras del serbio. ¿Y saben qué? Tenía razón.

Andrés Iniesta fue un jugador perfecto. Impecable en el trato de balón y con una calidad fuera de lo común. Pero como decía, lo que más valoraba de él era precisamente cuando el árbitro pitaba el final. Era fuera del campo donde el de Fuentealbilla bajaba a lo terrenal convirtiéndose en una persona normal. Sin tatuajes ni excentricidades. Amable con todo el mundo pese a tu timidez.

No lo necesitaba. En Andrés hablaba su fútbol por él.

Los ochos de nuestra vida
(fuente: marca.com)

Gennaro Gatusso

José Luis Ruiz Mohedano

Nunca destacó por su calidad, pero sí se ganó un hueco a pulso entre los mejores 8 de la historia. Gennaro Gattuso era uno de esos futbolistas que ya hace veinte años, parecía de otra época. Superviviente de ese fútbol de hombres en el barro, del que primaba la técnica a la par que la astucia para dominar los códigos secretos del balompié. El ringhio, rugido en italiano, que es como lo apodaban, los dominaba todos.

Porque para que las estrellas brillen, hacen falta jugadores defensivos como el italiano. Un futbolista que se fajaba en el césped con una intensidad inigualable, heredada de su paso por el rugby. Su capacidad de sacrificio, algo tan denostado hoy en día, lo convirtió en un jugador adorado por los futboleros. Esa combatividad, ligada a la lealtad a los colores rossoneri de su AC Milan, fueron clave en la carrera del calabrés. Con los lombardos alcanzó la gloria levantando dos Champions League, aunque su mayor logro fue el Mundial que ganó en 2006 escoltando a su íntimo Pirlo.

Conozco un solo modo: pasión, pasión y pasión. Ésta es una de las muchas frases que nos ha dejado para enriquecer el patrimonio balompédico y que, a su vez, lo definen. Un mediocentro defensivo prácticamente inexpugnable que no entendía de jugar por debajo del 100%. Una filosofía que parece haber trasladado al banquillo, desde el que exige a sus jugadores la misma intensidad. Aún tiene mucho que aprender de esa faceta, como indica su discreto periplo como técnico milanista, pero ya cuenta con un Copa de Italia, ganada con su club actual, el Nápoles. ¡Cómo se echan de menos futbolistas como él!


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