De un tiempo a esta parte, la Selección Nacional atraviesa una crisis deportiva muy preocupante. Los 18 años sin poder dar una vuelta olímpica son una muestra clara que el fútbol argentino está totalmente enfermo: desde la mayoría de los entrenadores, muchísimos clubes y, principalmente, la dirigencia de la calle Viamonte.
La temprana eliminación del equipo de Sergio Batista de la Copa América 2011 es otra razón más para cuestionar la posición de los directivos de la Asociación del Fútbol Argentino. Lo mismo se vio en el último Mundial, al que Argentina -con un técnico como Diego Maradona, querido por muchos, pero sin experiencia- entró en el último suspiró y se despidió dando lástima contra una imparable Alemania.
El pésimo manejo de los conjuntos juveniles, que se inició con el alejamiento de José Pekerman, es uno de los pilares de este mal momento. Walter Perazzo y Oscar Garré, entre otros, no dieron pruebas de ser buenos formadores ni tienen los pergaminos necesarios para dirigir a los jóvenes, que conservan su talento intacto pero no son guiados de la manera adecuada. Todo ese trabajo fue tirado por la borda cuando el proyecto de Pekerman fue sustituido por técnicos sin preparación sólo porque fueron “campeones del Mundo en 1986” (dicho por Carlos Bilardo, otro de los culpables de esta nueva caída), una razón ilógica y sin sentido.
El torneo local sufre los mismos dolores. Casi ningún club logra sostenerse por sí mismo; dependen exclusivamente de un grupo externo que pueda sanear momentáneamente las economías de las instituciones o que surja algún crack de sus divisiones inferiores que sea transferido en una cifra millonaria en un futuro. El mejor ejemplo de este presente fue el descenso de River Plate: una de las entidades más exitosas de Sudamérica cayó a la segunda división por las malas gestiones, que diezmaron la cantera y destruyeron su prestigio. Vélez Sarsfield, Lanús, Godoy Cruz y Estudiantes de La Plata son las excepciones a esta triste regla.
En la otra orilla del río la realidad es totalmente diferente. La Copa del Mundo de 1970 fue la última competición que tuvo a Uruguay como protagonista. Pasaron 40 años para que los orientales retornarán a los primeros planos, con el cuarto puesto del cuadro hoy dirigido por Oscar Tabárez en Sudáfrica 2010 y con esta buena performance en la Copa América. Además, su Sub 20 logró la clasificación al Mundial de dicha categoría que se disputará en Colombia y a los Juegos Olímpicos de Londres 2012, torneo que no tendrá la participación de Argentina. Sumado a eso, se destaca también el segundo puesto obtenido por la Sub 17 Celeste en el Mundial de México este año, perdiendo la final justamente contra los locales.
Uruguay no brilla dentro de la cancha y para algunos puede ser un elenco mezquino. Sin embargo, conoce al máximo sus virtudes y defectos, y los explota y disminuye, respectivamente. Pero sin lugar a dudas, su cualidad más importante es el respeto por su rica historia pasada.
Por otra parte, las escuadras uruguayas tuvieron buenas participaciones en la década de 1980. A pesar de esto, su escasez de títulos a nivel internacional en años posteriores relegaron a los clubes charrúas a los segundos planos. Más allá de eso, en la última edición de la Copa Libertadores esa tónica comenzó a torcerse, con el subcampeonato de Peñarol ante el Santos de Neymar.
Uruguay fue un gigante del fútbol mundial que hace 50 años comenzó a ceder terreno, y de a poco lo está recuperando. A Argentina le puede suceder algo similar: su figura de potencia internacional pierde jerarquía tras cada tropezón en los diferentes certámenes en los que participa. El fútbol de este rincón del mundo deberá tener una reestructuración inmediata para volver a ser lo que fue. Para ello, la AFA tendrá que ser intervenida por dirigentes serios y que respeten la historia argentina. De no ser así, todo continuará de la misma forma y Argentina se convertirá en el “Uruguay del siglo XXI”.