La Selección perdió 2-0 en el amistoso jugado en Beijing.
Al mal funcionamiento defensivo se sumó la falta de efectividad en ataque.
Messi falló un penal.
Argentina no pudo esta vez contra Brasil. Y no fue una cuestión del azar: la derrota tuvo que ver con los errores propios.
Sobre todo en esos lugares donde los partidos suelen resolverse: las áreas. En la propia cometió errores en las marcas y/o en los rechazos que -en dos ocasiones- derivaron en los goles del 2-0. Y en la ajena no fue preciso y hasta desperdició un penal en los pies de Messi. El martes la gira por Oriente tendrá su segundo y último capítulo: enfrentará a Hong Kong.
No era un partido más. Incluso más allá de los nombres: en la lejana Beijing se jugaba una cita del Clásico de las Américas a 100 años del primer partido entre Argentina y Brasil disputado el 20 de septiembre de 1914 en Buenos Aires (ganó la Selección por 3-0). Desde aquel puntapié inicial se disputaron 95 partidos en otros 16 países. Pero fue la primera vez en China. La globalización de este inmenso duelo tiene un condimento añadido. Estuvieron frente a frente compiten -con sus equipos, claro- dos de los mejores jugadores del mundo que además son compañeros en Barcelona: Lionel Messi y Neymar.
Dentro de ese contexto relevante, fue Argentina el que ofreció lo mejor en el inicio. Lo tuvo a los 19 segundos Sergio Agüero, en una jugada que -al cabo- fue anulada por el árbitro Fu Ming. Fue un indicio y un retrato del comienzo del encuentro. Fue más intenso la Selección de Martino. Quiso más desde el comienzo. Con los arranques de Messi, con la movilidad de Agüero, con los aportes de Di María y con la presencia de Lamela (sorprendió su inclusión cuando todo indicaba que jugaría Pastore).
Hubo otro rasgo en ese dominio inicial de la Argentina: la voluntad de posesión. Un equipo corto, el deseo de recuperar pronto y no tan cerca del arco propio, las opciones de pase. Esa fueron las búsquedas iniciales del equipo. Y así, generó agrado.
Sin embargo, ante el primer error del equipo argentino, Brasil encontró el gol. Fue a los 27 minutos: envío largo al segundo palo, mal rechazo de Federico Fernández, molestado por Zabaleta, aparición de Diego Tardelli y definición cruzada. No reaccionó Sergio Romero. Fue un golpe en el contexto de un partido que parecía dominado por Messi y compañía.
Fue la Argentina tras los pasos del empate. Sin mucha claridad, pero con el peso específico de sus indivualidades. Y así se encontró con una posibilidad inmejorable: un penal. Uso desmedido de la fuerza de Danilo contra Di María y el árbitro Fu Ming (antes había omitido otra pena máxima, ante Agüero) sancionó penal. Fue Messi, a los 40 minutos. Y perdió. Jefferson se volcó a su derecha y evitó el gol.
Ya en el segundo tiempo, el Brasil consolidó su apuesta: recortar espacios a los creativos argentinos y aprovechar la necesidad del rival para jugar de contraataque. Y así, lastimó a un equipo argentino que no encontró su juego. Ni en lo colectivo ni en el brillo de sus estrellas. Los ingresos de Pastore y de Higuaín (por Lamela y Agüero) no cambiaron la ecuación. Brasil pareció más sólido. Y hasta amplió la diferencia con un recurso que a Dunga le gusta: la pelota parada. Corner desde la izquierda, la bajó David Luiz, dudas defensivas y otra vez Tardelli se hizo verdugo y goleador. Dos a cero, a los 18 minutos.
Lo que continuó fue más de lo mismo: Brasil, con solvencia para defender y con velocidad para aprovechar las grietas defensivas argentinas, fue mejor. Y contó, además, con una relevante tarea de Neymar, dueño de los mejores momentos de su equipo. ¿Y Argentina? Poco. Un Messi discontinuo, un mediocampo errático, un Higuaín desaparecido en acción. Apenas los destellos de Pastore le ofrecieron ratitos de luz al equipo. Poco, demasiado poco.
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