Revista Opinión

Argentina tiene 40 millones de problemas

Publicado el 31 julio 2014 por Vigilis @vigilis
Se atribuye a Paul Samuelson la idea de que en el mundo existen cuatro tipos de países: los desarrollados, los que están en vías de desarrollo, Japón y Argentina. La particularidad japonesa es fácil de entender cuando ves esos hoteles-madriguera y que los trabajadores japoneses cuando protestan, trabajan el doble. Japón es ese país cuya situación macroeconómica, trasladada a Europa, convertiría a cualquier país en Bolivia o Marruecos. El crónico endeudamiento japonés no parece ser problema cuando esa deuda es demandada ya que todo el mundo sabe que Japón, como los Lannister, siempre paga sus deudas. Así, el Imperio del Sol Naciente lleva décadas en una crisis del copón que no les impide seguir exportando a todo el mundo productos de un altísimo valor añadido, desarrollando nueva tecnología y enviando sondas al espacio. Y todo ello pese a la enorme deuda y a su horrorosa gastronomía.

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El eje del chichinabo.

Sin embargo, en Argentina, que es un país donde se come estupendamente y que al contrario que Japón dispone de amplios recursos naturales con los que entorpecer su economía e impedir la generación de exportaciones de alto valor añadido, sucede lo contrario. Argentina vive en un pozo de sobreendeudamiento y como nadie se fía de los argentinos, quiebra de forma cíclica.
El último episodio de quiebra soberana se está produciendo en estos momentos. Este episodio tiene su origen en la anterior quiebra, la quiebra famosa del corralito, que hizo desaparecer 150.000 millones de dólares de un plumazo. Aquella deuda impagable de 2001 pudo ser renegociada bajo los gobiernos de los señores Kirchner. La deuda soberana argentina se reestructuró en dos ocasiones, el 92% de los tenedores de deuda aceptaron una quita —cobrar una fracción de lo que habían pagado— y el país siguió funcionando con sus cotidianos guiños al tercermundismo, su estructura corrupta de gobierno y con la demanda democrática de perpetuar esa estructura de robo nacional que algunos llaman peronismo pero que bien podríamos denominar cleptocracia. Argentinazo.

Argentina tiene 40 millones de problemas

Cuando en tu país hacen estas cosas, es que ya has llegado tarde.

De entre los que no aceptaron aquellas quitas se encuentra un señor que se llama Paul Singer. Paul Singer es el fundador de Elliott Management Corporation, empresa que a su vez es dueña del hedge fund NML con domicilio fiscal en las Islas Caimán (¿por qué no en Galicia? Algo estamos haciendo mal). Este señor era un abogado obeso que en los 70 trabajaba para un banco en Nueva York. Cierto día tuvo la idea junto a unos colegas de montar una empresa para comprar deuda soberana basura de países no acostumbrados a pagar —por lo tanto deuda con tipos de interés muy altos— y en caso de impago litigar hasta conseguir cobrar. Su empresa se dedica a eso, a litigar. Normalmente pierde los litigios, pero cuando gana, gana muchísimo dinero (por lo que decíamos de los intereses).
Como vemos, este señor ni es un buitre, ni roba a nadie (como sí hace el gobierno argentino, aunque lo de llamarle "gobierno" a eso es hacerle un favor). La manera de actuar del gobierno argentino es definitoria de su proceder independientemente del color del que gobierne. Todo gobierno argentino desde 1920, cada vez que mete la pata, echa la culpa a otros. La estrategia les sirvió hasta la década de los 50. Cuando Europa se empezó a recuperar en la posguerra, Argentina se despidió del primer mundo y abandonó la sala.

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Esta imagen del Congreso Nacional es ridícula.

Quizás, sólo quizás, el gobierno argentino tenía la opción de no endeudarse tanto, de perseguir la corrupción —auténticas vías de agua de fondos públicos—, de no dedicarse a capturar electores con limosnas públicas y de mostrar cierta apariencia de seriedad de cara a sus tenedores de deuda. En lugar de eso está eligiendo la huida hacia adelante: "es que nos tienen manía". Argentina, con cariño, crece de una vez.
Por complejos mecanismos jurídico-financieros Argentina todavía puede salvarse: tiene la opción de pagar a Paul Singer lo suyo y confiar en que ningún otro tenedor de deuda exija el pago de la deuda en su totalidad. Otra opción es lograr que otros actores —se habla de la banca privada nacional— renegocien esa deuda y adelante los fondos. Acabe como acabe este episodio, Argentina continuará mostrando una imagen de país poco fiable.
Argentina tiene 40 millones de problemas
Y es que es complicado salvar a Argentina. El ofuscamiento nacionalista que tiene capturado a la población incide en una pésima calidad democrática. Los mecanismos de rendición de cuentas, de contrapoderes y equilibrios son tan solo papel mojado. La función gubernamental se ha convertido en una mera carrera por el enriquecimiento personal: cada oficina, cada negociado tiene su estructura paralela en la que nada se mueve sin sobornos. Da igual quién gobierne: la capa administrativa que intermedia entre el ciudadano y el político es disfuncional.
Cambiar eso significa cambiar la concepción política del estado desde su papel de mal reparto de la riqueza hasta su papel de actuación en casos puntuales. El problema es que los mecanismos de elección democrática allá se parecen más a los centroafricanos que a los de Europa occidental. Ojo, que en Europa también tenemos problemones: en el nuevo aeropuerto de Berlín metió la mano en la saca todo cristo, los diputados británicos no tienen precisamente fama de honorabilidad, media Italia se la podríamos vender a Al Qaeda y sin ir más lejos, en España tenemos unas cosas que se llaman Junta de Andalucía y Generalitat de Cataluña, que son como la casa de Vito Corleone los domingos por la tarde.
En el problema argentino también hay una cuestión estética. Más allá de la herencia artística y literaria del país, nos llega la imagen que nos transmite la televisión y la prensa: el fútbol. Lo del fútbol es enfermizo pero me parece bien. Lo que no veo tan bien es que la protesta política callejera se parezca tanto a las celebraciones de fútbol. ¿Qué anda mal en la educación argentina?
Un país empieza a funcionar en el momento en que la gente puede confiar en que su gobierno no es tan trucho como la media peatonal. Y un gobierno empieza a funcionar en el momento en que acepta su responsabilidad y deja de culpar a otros. Tampoco olvidemos lo que ayuda que en lugar de repartir pan, promueva que la gente monte sus propias panaderías. Ah, pero en el momento en que la gente monte sus panaderías se acabó el negocio para esa "Argentina paralela" que tiene secuestrado el país.
En fin, este problema sólo lo pueden resolver los propios argentinos. Les deseo suerte.
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