En política, a veces, se ven espectáculos carnívoros. Un señor, que cuando hace su declaración de la renta y patrimonio declara poseer una pila millones, que gana – al margen de su ingresos como parlamentario- más de un “cuarto de kilo” al año, viene, con sus pilas japonesas, a decir que se come los yogures caducados.
La fórmula es fácil, te casas con la novena hija de Juan Pedro Domecq, caballero a caballo de las Andalucías y otras luchas de clases, y, además te haces cargo –eterno- de Alianza Popular y el Partido –no menos- Popular.
Muchacho, tienes la bragueta abierta.
Sí, es que voy destinado a Jerez.
¿Allí hay hijas solteras de marqueses?
A eso voy. Marquesa de Valencina, condesa de Asalto, alguna Urquijo…
Llegaras lejos, comerás muchos yogures.
Lo tenía claro desde el primer momento. Miguelito era una especie de Pantagruel madrileño que se comía los pollos al ast como si fueran caracoles. Se fue a Jerez y se afilió a un partido de orden y de derechas al mismo tiempo. Muchas fiestas camperas, tientas y derribos, soleras, jacas y garañones y rubias señoritas, recién llegadas de estudiar inglés en Irlanda en un colegio de monjas adoratrices.
Como estaba programado, este abogado del Estado y su bragueta, hicieron un manteo redondo. Emparentó con la prole de un señorito postinero, con ganadería de reses- bravas- y toreo a caballo. Rejoneo, que se llama. Casi daba igual, podía ser Osborne, Terry, pero fue Domecq, ¡caballero, que coñag!
Se ha dado usted cuenta que es todo un animal político.
Si, voy para ministro, senador y eurodiputado.
¿Y qué hará con el caballo?
Me lo llevaré puesto. Tengo una cuadra en Bruselas.
El Partido Popular hace el milagro de que señoritos de pura cepa, casados con la más rancia ralea del señoritismo andaluz, se presenten como candidatos, y mecánicos y porteras en paro los voten. Es una grosera popularidad, pero sacan la tira de votos.
Miguelito, que siempre ha compaginado con éxito sus rentables negocios y empresas que pagan impuestos en cualquier isla o “Gibraltar” que pilla de paso con el carguito de turno, acaba de hacer una “Ley de Costas” ejemplar. Nada de metros exentos de construcciones inmobiliarias y hoteleras. Nada de milongas, que diría otro señorito, el de Olvera. Hoteles, chiringuitos y restaurantes desde la misma orilla. Eso del Medio Ambiente es cosa de rojos y él se ducha con agua fría. Dice. Para ahorrar no se sabe qué.
Oiga pollo, ¿qué eso de que se come los yogures caducados?
Es que yo me lo trago todo.
¿También el Medio Ambiente?
Soy señorito campero y andaluz.
¡Que la Magdalena te guie!
En el Barrio de San Miguel, los gitanos calentitos, cantaban por bulerías. Domecq, Osborne y Terry se disfrazaban de noviembre.
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