Publicada dentro de la sección novedades en DVD del portal Cinearchivo:
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Estrenada por la ABC en 1959 y en antena durante cuatro años, objeto de una relectura por parte de Brian De Palma en clave manierista en 1987 y de un remake televisivo entre 1993 y 1994, Los Intocables es una de esas series clásicas de la primera edad oro de la televisión norteamericana, realmente importante en la evolución de la televisión, aunque por debajo de su prestigio y de menor intensidad de como se la suele recordar, gracias sobre todo a la fanática intensidad de Robert Stack en el papel del rígido e incorruptible Eliot Ness.
Bien producida, sólida en conjunto, mantuvo unos buenos índices de aceptación a lo largo de su emisión, con verdadero rango de fenómeno en los primeros tiempos gracias a la polémica originada por su grado de violencia. A lo largo de los capítulos desfilarán por el reparto desde viejas glorias como Claire Trevor, hasta jovencitos como Robert Redford o Louise Fletcher pasando por secundarios del carisma de Ed Asner, Lee Van Cleef, Harry Dean Stanton o Jack Elam, todo presidido por la voz en off característica de la serie, que contribuía al estilo reporteril del conjunto, que era nada menos que la de Walter Winchell, un mítico periodista radiofónico de lengua afilada que ganó prestigio al denunciar el avance del nazismo antes de la guerra y lo dilapidó durante el macarthysmo en virtud (es un decir) de su postura rastrera y alentadora de la paranoia social.
Le serie se inauguró con un piloto, emitido en dos jornadas en abril de 1959 y completando la duración de un largometraje estándar, dentro del Westinghouse Desilu Playhouse que presentaba Desi Arnaz que tenía la misión de introducir a los personajes y su universo al tiempo que intentaba vender la viabilidad comercial del mismo. El encargo recayó en el gran especialista b Phil Karlson, un cineasta de la violencia a revalorizar, especialista en exprimir el bajo presupuesto y con talento para el thriller en su vertiente más dura. La ABC apostaba así por el mencionado tirón comercial de la violencia y por incorporarse, desde la televisión entonces emergente y creativa gracias a toda una serie de talentos que o bien se habían formado en la misma o bien se incorporaban desde los márgenes del declinante sistema de producción b, a la recuperación de la galería de criminales históricos que el cine estaba explotando en aquel momento desde una óptica que pretendía acomodar al lenguaje de los últimos 50 y primeros 60 la narrativa espídica del noir de los primeros 30; un momento histórico ya analizado aquí en un texto sobre la coetánea The Rise an Fall of Legs Diamond, obra maestra de Budd Boetticher del año 60.Los Introcables adaptaba libremente el libro de Paul Monash publicado en 1947 con las memorias del agente Elliott Ness a modo de excusa para una narración cinemática, dura, que en su primer doble capítulo sintetizaba la lucha del integro agente Ness por encerrar a Al Capone. Finiquitada esta saga original la serie se reblandecía rápidamente, acomodándose como un procedimental sólido y agradable, rutinario pero acogedor, de estructura familiar, repetitiva y mensaje tranquilizador por cuanto los agentes permanecen siempre intocables, caballeros blancos a los cuales la podredumbre del submundo nunca mancha, y su labor, abnegada pero ejercida sin causarles ningún tipo de tormento, restablece siempre el orden social y moral aceptable al tiempo que nutre al espectador medio USA de su ración semanal de mitomanía criminal USA.
Lo cierto es que tras el piloto de Karlson, verdaderamente contundente, la serie va perdiendo fuelle hasta diluirse en un marasmo de lugares comunes y moralismos a lo cual se añade una progresiva falta de rigor histórico que conduce a Ness a enfrentarse a todo la galería de canallas del panteón de forajido y grandes canallas de la primera mitad del Siglo XX, aunque en muchos casos uno hubiese tenido lugar o incluso hubiese sido materialmente imposible. No se trata tanto de que Los Intocables se convierta a la mediocridad, que en parte también, sino que el fulgor salvaje de su capítulo inaugural ensombrece al resto, minimizando sus bondades por comparación.
Así y todo resultó polémica en su día por elevar el listón de los estándares de violencia que se mostraba en TV (algo que ayudó a su éxito, por otra parte), ya que los hombres de la ley no tenían miramientos en tirotear, golpear o arrasar con lo que se les pusiera por delante arropados por su estricto código de conducta y una integridad a prueba de balas, demostrando/necesitando ser más duros que los más duros. Aunque incluso esta atractiva característica se diluiría con los capítulos, quedando enseguida muy atemperada y desde luego lejos de la agreste agresividad (en todos los sentidos) de la propuesta inicial de Karlson.
Como era práctica habitual en productos con altos valores de producción y generosos niveles de violencia –la futura Código del hampa de Don Siegel, por ejemplo- Los Intocables fue convertido para su exhibición comercial en salas (e incluso su exportación) como largometraje en Caracortada; ganándose así una vida propia, exenta, con respecto al serial, lista para ser resituada dentro del conjunto de la carrera de Karlson como una de sus obra capitales.
Caracortada exhibe un estilo directo y vigoroso, narrativamente vertiginoso y estilísticamente rotundo, iluminado en un claroscuro que endurece el relato saturandolo de sombras (físicas y morales) de una densidad estremecedora, sin parangón en la televisión coetánea. En consonancia las interpretaciones resultan magníficas, matizando la lucha del bien contra el mal, lo blanco contra lo negro que era, en principio, la base sobre la cual se levantaba la serie. Lo cierto es que ni Robert Stack como Ness ni Neville Brand como Capone se quedan en la superficie moralmente bicroma, sumiendo a sus personajes en un mundo de grises perturbador, propio de la poética cruda de Karlson quien logra trascender en todos los aspectos el material de partida.
Ness y Capone son las dos caras de la misma moneda, de la misma violencia. Si Neville Brand entrega un Capone venal y chulesco, apoyado en su cara cincelada y su rictus cruel Stak opone, como un espejo, un Eliot Ness obsesivo, desagradable y reconcentrado, con ese punto de demencia que asoma siempre en los ojos incandescentes del actor. A su lado un sobrio grupo de secundarios para dar vida a los “Intocables” (quienes por cierto no serán los mismos actores a partir del primer episodio), entre los que destaca el siempre esplendido Keenan Wynn. Un grupo de agentes que no dudan en usar la violencia, la intimidación y el asalto como recursos para contener el mal que los rodea, y del cual en gran medida participa mezclándose en él como anticuerpos. Para tranquilizar a esa América media de la que hablaba antes están obligados a ser peores que lo que tienen enfrente, `para prevalecer deben ser más terroríficos que el terror mismo. Lo cual, como suele suceder en la mitopoética norteamericana, les deja obligatoriamente al margen de la sociedad que defienden.