Revista Cultura y Ocio

Arminio, parte II: el unificador de la Germania

Publicado el 03 octubre 2014 por Albilores @Otracorriente

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La derrota de Varo impactó en el emperador Augusto. El historiador romano Suetonio, señaló que Augusto se tomó el desastre tan a pecho que «siempre celebró el aniversario como un día de profundo pesar» y «a menudo se golpeaba la cabeza contra una puerta y gritaba: “¡Varo, Varo, devuélveme mis legiones!”». Tras la derrota, Augusto destituyó a todos los germanos y galos de su guardia personal.

Desde el año IX Arminio se dedicó a intentar unificar la Germanía e intentó crear un gran ejército germano para invadir Roma con el fin de eliminar el peligro que acechaba a su pueblo de una vez por todas. Pero no lo tuvo fácil.

LA BATALLA DE LOS PUENTES LARGOS

En el año XIV, Tiberio sucedió a César Augusto, y siguió manteniendo la política de su predecesor de fijar el Rín como frontera natural, aunque su sobrino e hijo adoptivo Germánico, que había recibido la dirección de la provincia de Germania de manos de Cesar Augusto, en su afán de emular a su padre Druso, vengar a Varo y recuperar las águilas imperiales, se decidió por propia iniciativa lanzar un ataque contra los pueblos germánicos, invadiendo sus territorios y utilizando como trampolín la Galia.

Germánico invadió la Germanía con el propósito de entablar batalla. Sin embargo, éstos evitaban el enfrentamiento directo, replegándose ante cada avance de las legiones. Negándose a combatir en espacio abierto. Germánico, desanimado por la incombatividad de su enemigo que le atraía cada vez más hacia el interior y consciente de que conforme más penetrara en la Germanía, más peligro tenía de verse rodeado, optó por retroceder a la frontera con la Galia. Para ello, de regreso, dividió sus fuerzas en dos: embarcó con los que pudo (unas cuatro legiones romanas y 10.000 auxiliares) y ordenó al resto, comandados por Cécina Severo, regresar a pie por el camino más rápido, atravesando un peligroso pantano aprovechando que en él había pasos elevados para cruzarlo.

No obstante, Arminio y los germanos se encontraban muchísimo más cerca de lo que los romanos pensaban, y al ver que su enemigo dividía las fuerzas y parte de ellas se internaba en un pantano, decidió pasar a la ofensiva.

Cécina, general romano con más de 25 años de experiencia militar, encargado de dirigir el avance, se mostró cauto y optó  por acampar, pues sabía que los germanos los estaban vigilando. Cécina avanzó mucho más lento de lo esperado debido al mal estado de los puentes, ya que muchos tramos se encontraban deshechos y se veían obligados a reparar continuamente los deteriorados pasos para facilitar el paso de los carruajes, que no cesaban de hundirse en el barro. Finalmente la noche llegó antes de que los romanos salieran de la laguna, lo que ofrecía una oportunidad a Arminio y sus hombres.

Arminio se decidió entonces a atacar abiertamente a los romanos durante su cruce por el pantano. El cuadro que se abría ante el general romano no era muy esperanzador. Una larga columna romana en medio de un extenso pantano flanqueado por bosques repletos de enemigos. No podía ofrecer batalla ni parecía posible seguir avanzando y la retirada era sencillamente imposible.

El romano, no perdió los nervios y afrontó con entereza las dificultades; ya que había que seguir adelante, la única opción que se abría ante ellos era la de seguir con la reconstrucción del camino mientras parte de sus tropas hacían de barrera entre los zapadores, que trabajaban sobre los puentes, y los germanos que desde todos los lados tratarían de entorpecer el trabajo de sus hombres.

Aquella jornada fue sin duda terrible para los romanos. La lucha se generalizó en un terreno cenagoso que impedía a éstos cualquier tipo de maniobra de combate. Clavados en el barro o el agua, los legionarios se veían impedidos de luchar de la mejor forma que sabían. Sus armas arrojadizas eran inútiles sin poder maniobrar en formaciones y su artillería no era utilizable.

Hundidos en el fango por su pesado armamento, tenían que soportar los indiscriminados ataques de los ágiles germanos. Para los guerreros nativos este era su terreno ideal. Sin corazas, loricas o grandes y pesados escudos, se movían con relativa facilidad por aquel endiablado terreno. Su arma más común, la alargada framea, les permitía lancear a distancia a unos ateridos romanos que caían a decenas sin casi defensa, al no poder alcanzar a sus contrarios.

Sólo la noche puso fin a los combates cuando los germanos se retiraron a los bosques. Sin embargo, las calamidades romanas no habían acabado aquí. Arminio había enviado a parte de sus hombres a trabajar en los cursos de agua cercanos. La idea era desviar las corrientes hacia la laguna en donde los romanos se encontraban clavados por el ataque. Si Cécina creía que aquella noche disponía de algún tiempo de respiro estaba muy equivocado. De repente el nivel del agua del pantano comenzó a elevarse anegando parte de los puentes, inutilizando otros, y en definitiva multiplicando las dificultades a las que ya de por sí tenían que hacer frente.

El recuerdo de Varo y sus legiones estaba sin duda en la mente de todos. Aquella noche, en la que prácticamente nadie pudo descansar en seco, una profunda desmoralización se abatió sobre el ejército romano.

Cécina y su estado mayor sopesaron sus alternativas; ya que resultaba imposible hacer frente a los germanos en los pantanos, pues los hombres estaban tan terriblemente cansados y asustados, que no aguantarían un día más el acoso al que habían sido sometidos el día precedente, la única opción era adelantarse de madrugada al ataque e ir a esperarles en los confines de los bosques en donde acampaban. De esta forma, mientras parte del ejército contenía a los germanos en los lindes del pantano, los heridos, enfermos y todo el material que pudiese ser todavía transportado en los carros, atravesarían los puentes que los zapadores se encargarían de ir terminando. Una vez fuera del pantano existía una llanura, un lugar seco capaz de albergar al ejército y de suficiente extensión como para permitir un despliegue de batalla.

Poco antes del alba comenzó el despliegue romano. Tal y como esperaban los germanos, mientras las cohortes acudían a los flancos, la parte más pesada de la columna comenzó a abrirse paso por entre la ciénaga. Cuando las tropas enviadas a los lados renunciaron inopinadamente a cumplir con su cometido y se desplazaron hacia delante abandonando a su suerte a la columna central, Arminio vio que había llegado la gran ocasión que había estado esperando.

Las legiones de los dos flancos posiblemente no fueron molestadas en su huida hacia la zona seca que se abría a lo lejos, pero cuando en la columna central que avanzaba lentamente debido a su falta de movilidad, las filas de las dos legiones que la escoltaban durante la progresión se desordenaron por completo, por lo que Arminio ordenó un asalto total.

El  mismo conducía una de las cuñas que lanzó contra la columna romana, en su mismo centro, atravesándola entonces y dividiéndola así en dos mitades. El escenario no podía ser más atroz; una larga fila de carromatos cargados de hombres heridos, armas o suministros atascados aquí y allá, trabados por el cieno, y protegidos por una amalgama desordenada de legionarios y auxiliares acosados por ingentes oleadas de enardecidos germanos decididos a exterminar sin piedad a sus enemigos.

Para el combate, Arminio había dado instrucciones de herir sobre todas las cosas a las bestias. Eliminados los animales de tiro y monta, la movilidad romana quedaría del todo comprometida. El propio Cécina perdió su caballo y estuvo a punto de ser capturado. Solo un oportuno contraataque de los hombres de la I Legión permitió al veterano general volver a encabezar el mando de la desastrosa columna de marcha. Al final, gracias a la habitual indisciplina germana, pues buena parte de los guerreros se dedicaron a saquear los innumerables carromatos atascados en el barro, por lo que permitieron que la mayor parte de los romanos pudiesen atravesar espada en mano el camino y llegar hasta la llanura en donde les estaban esperando ya las legiones V y XX.

Es difícil calibrar las pérdidas humanas y materiales que sufrieron las legiones durante este episodio, sin duda altas, pero, en principio, la gran mayoría había conseguido pasar esta primera prueba.

Profundamente desmoralizados, los romanos comenzaron a preparar, para pasar la noche, una especie de campamento fortificado. Habían perdido en las ciénagas todos sus bagajes, y entre ellos tiendas, azadas para cavar o medicinas. Era un ejército deshecho, prácticamente roto, pero que, principalmente gracias a su general, mantenía la disciplina necesaria para ponerse a trabajar y al menos lograr levantar una especie de empalizada sobre algo parecido a un foso. Dentro del perímetro, unos 25 ó 30.000 hombres esperaban asustados lo que les deparaba el destino. Ateridos de frío y tumbados en el húmedo suelo, soldados de toda índole; heridos, enfermos, algunos civiles, escuchaban aterrorizados los gritos y cánticos de guerra que a lo lejos se dejaban oír de los germanos. Hubo momentos en que el pánico estuvo a punto de prender en todo el campamento. Sólo la decidida actuación de Cécina evitó que la totalidad el ejército romano echase aquella noche, literalmente, a correr.

Después de un conato de pánico habido en el campamento, una vez restablecido, tímidamente, el orden, los oficiales romanos en un nuevo consejo de guerra convocado por su general volvieron a tratar sobre la batalla: Su situación era claramente desesperada, las tropas estaban al borde del colapso, se hacía pues inútil todo nuevo intento de proseguir la retirada. Así pues, ya que no podían irse, la única opción era plantar cara a los germanos. Cécina, veterano bregado en mil combates, sabía que una de las pocas opciones que podían tener era la de realizar una salida en masa en cuanto los germanos asaltasen el campamento. No había otra alternativa, la decisión estaba pues clara. La importancia del momento no se le escapaba a nadie, era sencillamente vencer o morir, y por ello se aleccionó a todos los mandos, desde los tribunos a los centuriones, para la batalla. A la tropa, los considerados más valientes, sin distinción de origen, bien auxiliar o romano, les fueron entregados los pocos caballos que se conservaban. Sólo habría una oportunidad, una sola embestida, si unos u otros flaqueaban estarían todos irremisiblemente condenados.

A la mañana siguiente, Arminio, ordenó no atacar, tan solo sitiar el campamento romano a la espera de que la falta de víveres en las filas romanas provocase que saliesen o se rindiesen. Estaba decidido tan sólo a continuar con su excelente estrategia de acoso a distancia, sabedor de que atacar los campamentos romanos, por débiles que pareciesen, era un suicido.

Pero por suerte para los romanos, fue apartado a un lado por los líderes germanos tribales más impulsivos, que debido a su ignorancia, creyeron poder ganar la batalla sin las ordenes de Arminio. La impaciencia de los creídos reyes germanos, provocó que se lanzaran sobre la empalizada, para exterminar a los romanos y hacerse con el ingente botín que les esperaba.

Guiados por Inguiomero (tío celoso de los éxitos de Arminio), los germanos rodearon el campamento y sin miedo comenzaron a rellenar el foso que protegía la empalizada. Los romanos, siguiendo el plan preestablecido, hicieron una tímida defensa de sus posiciones, tal y como correspondía a una fuerza que aparentemente había perdido toda su capacidad de combate. Y llegaban ya a lo alto de las defensas cuando desde dentro, en perfecta formación, las legiones se dispusieron para el contraataque.

De repente el sonido de decenas de trompetas y cuernos marcando el inicio de la carga dejaron clavados sobre el terreno a los desconcertados asaltantes. Todas a una, las puertas del campamento se abrieron y largas y compactas columnas de legionarios salieron a la carrera contra unos sorprendidos germanos. En un momento el ejército de Inguiomero perdió toda cohesión de sus hombres y el pánico se propagó entre sus filas. No hubo apenas resistencia organizada. La matanza fue terrible, y el propio Inguiomero fue alcanzado y herido por los romanos. Al finalizar la jornada, los otrora victoriosos germanos habían sido muertos o dispersados.

Una vez cansados de la persecución, los romanos se reagruparon, recuperaron de entre el botín del enemigo todo lo que pudieron llevar consigo y, un tanto recuperados, volvieron a ponerse en camino hacia el Rhin.

El ejército romano se había salvado por poco, gracias al necio y celoso Inguiomero que nunca acataría las ordenes de Arminio, pero el daño recibido por las legiones había sido considerable.

LA BATALLA  DEL RIO WESER

En el año 15, el odio de Segestes hacia Arminio entró en juego, y secuestró a su propia hija embarazada, Thusnelda la esposa de Arminio, para entregársela a Germánico como un acto de venganza. Segestes y su clan eran favorables a los romanos y se oponían a la política libertadora de Arminio, lo mismo que Flavo, el hermano de Arminio.

En el año 16, Germánico preparó una ambiciosa operación anfibia que trasportó tropas por las costas hasta el estuario del río Ems y penetró en el interior hasta el poblado de Idistaviso, que estaba situado entre una curva del río Weser y un bosque profundo. Las tribus germánicas evitaban los combates a gran escala pero esta vez, Arminio, tras el rapto de su esposa se vió obligado a aceptar el desafío de Germánico y presentar batalla para poder liberarla.

Entre el río y el bosque existía una colina donde esperaban a Germánico las tropas germanas al mando de Arminio. Germánico contaba con cuatro legiones más un refuerzo formado por cohortes de otras cuatro legiones. En total 24.000 legionarios romanos. Tiberio además, para dar muestra de su apoyo a la campaña había enviado dos cohortes reforzadas de pretorianos. También contaba con 20.000 auxiliares galos, bátavos (germanos fieles) y helvecios de lealtad probada. Por último contaba con 6.000 jinetes de caballería pesada y 1.500 de ligera. En total unos 57.500 soldados. Arminio por su parte contaba con 50.000 infantes de varias tribus y 1.000 jinetes.

Arminio ocultó a su caballería y parte de la infantería en el bosque con la orden de atacar el flanco derecho romano. El resto del ejército se colocó en la colina frente al ejército romano.

Germánico desplegó en la primera línea de combate a las tropas auxiliares con la misión de desgastar al enemigo. En una segunda línea colocó a cuatro legiones y a la guardia pretoriana comandada por él mismo, en el centro. En la tercera línea colocó a las cohortes. Germánico además intuyó las intenciones de Arminio de flanquearle y atacar por la espalda y colocó a su caballería en el bosque.

La infantería germana comenzó lanzándose contra los romanos. La lucha fue igualada y parte de los auxiliares tuvieron que refugiarse tras la 2ª línea que consiguió, no sin apuros, contener a las fuerzas germanas.

Pero nuevamente Inguiomero (el tío de Arminio), volvió a atacar desobedeciendo las órdenes de Arminio, precipitándose así. La caballería romana no esperó verse atacada y tomó la iniciativa poniendo en fuga a la rival. Mientras la caballería ligera perseguía a la caballería germana, la caballería pesada atacó el flanco derecho germano y los auxiliares pudieron romper la línea germana cercando a sus rivales en grupos.

Los germanos viéndose perdidos huyeron con la dificultad que tenía por el bosque y la curva del río. Los romanos llevaban esperando ese momento desde la batalla del bosque Teutoburgo y masacraron a sus enemigos causándoles 15.000 bajas por tan solo 1.000 romanas. Arminio al ver que la batalla estaba perdida y que la caballería germana huía sin recuperar a su esposa, embadurnándose el rostro con sangre de un soldado muerto para que los romanos no lo conocieran y huyó.   .

Thusnelda fue llevada a Roma y exhibida en el desfile de la victoria de Germánico. Arminio nunca volvió a ver a su exposa. Tumélico, el hijo de Arminio que ella tuvo en cautiverio, fue entrenado como gladiador en Rávena y murió antes de los 30 años de edad en un encuentro de gladiadores.

Germánico pese a la victoria, no logró la conquista esperada y Arminio siguió gobernando, consiguiendo volver a restablecer los ejércitos germanos, por lo que Germánico, una vez más, tuvo que retirarse detrás del Rin para el invierno. Tiberio se negó a continuar las costosas campañas militares en el norte de Germania, por lo que ordenó a Germánico poner fin a su campaña y regresar a Roma. Después de esto, Roma nunca más volvió a intentar conquistar la Germania.

Arminio le había pedido a Marbod rey de los marcomanos, que se uniese a la lucha contra los romanos antes de la victoria del bosque de Teotoburgo.

LA GUERRA CON LOS MARCOMANOS

Marbod se negó a asistir a la lucha para poner fin a la conquista romana, de una vez por todas, incluso cuando el Querusco le envió la cabeza de Varo junto con otra petición urgente de ayuda. Lo más probable es que temía la ira de los romanos en caso de caer derrotados y no estaba dispuesto a poner en riesgo a su ejército ni a su posición política.

Ambos fueron educados en Roma y, se criaron allí. Los dos fueron desarrollados como los líderes germanos más importantes y sobresalientes del primer siglo. Ambos luchaban por extender las regiones germánicas y establecer una firme coalición de las tribus libres y desunidas. La diferencia es que uno de ellos se dedicó toda su vida a liberar a su patria de la dominación extranjera. Y el otro a su engrandecimiento personal.

Estaba claro que Tiberio tarde o temprano, regresaría a su antiguo plan, por lo que Marbod envió el trofeo macabro de la cabeza de Varo a Augusto en una clara demostración de que no tenía nada que ver con Arminio y su política de resistencia. No quería parecer un bárbaro a los ojos de Roma, quería actuar como un romano, desde la misma posición de poder absoluto y el mismo rango.

Al parecer tenía envidia del joven Arminio a causa de su gran éxito. El caso es que Arminio con unos pocos combatientes campesinos poco organizados, había vencido al ejército más altamente capacitado y mejor equipado de un imperio mundial. Un gran líder como Marbod, debería haber sido capaz de reconocer esto sin envidia. Sin embargo solo vio un competidor en Arminio, en lugar de un compañero combatiente en una causa noble. Al parecer estaba más preocupado por el éxito de Arminio, más de lo que ya le temían los romanos.

Hasta cinco años más tarde, cuando Arminio y su débil confederación luchaban contra Germánico en una lucha desesperada y solitaria que duró tres años, todavía no veía razón para presar toda la asistencia, tomar cualquier riesgo, o hacer cualquier sacrificio en favor de los germanos.

Marbod estaba decidido a eliminar a Arminio como un competidor. Pero Tiberio se mostró indiferente, sin embargo. Le preguntó donde había estado Marbod en el año 9, cuando roma estaba amenazada por una invasión de este mismo enemigo. Marbod se arrepentiría de su error ya que Roma siguió tratándolo como a un bárbaro que en gran medida subrestimó su importancia. Roma no podía tratar a los gobernantes de otros países como iguales, a pesar de su neutralidad durante la revuelta en Panonia.

El tío de Arminio, Inguiomero, el compañero de armas de Arminio durante la batalla de Varo, lo abandonó acercándose a la parte de Marbod, convirtiéndose en un renegado y un traidor. El viejo guerrero estaba harto de tener siempre un papel secundario, como hombre de más edad, ya no podía estar subordinado a su sobrino. El orgullo herido se convirtió en enemistad irreconciliable. Además Inguiomaro, esperaría que Marbod le ayudara a alcanzar el título de rey.

Podemos sospechar que los pactos secretos entre Marbod y los enemigos de Arminio no se produjeron solos. Bien podría ser que Roma jugase una vez más a su juego favorito de “divide y vencerás”. Nada habría que a Roma le hubiera gustado más, que la de debilitar a los demás sin necesidad de blandir su espada. Para ellos era como un sentarse en el coliseo, y observar la rubia carnicería de bárbaros matándose entre sí, mientras hacían apuestas.

LA BATALLA GERMANA

La lucha por la supremacía entre los dos líderes germanos principales, era inevitable y estalló la guerra civil en la Germanía. En el año 17, dos poderosos ejércitos germanos se enfrentaban entre sí con formaciones de batalla romanas en algún lugar entre el Elba y las montañas de Hartz ya que ambos comandantes  fueron educados por los romanos con tácticas romanas. Roma estaba llena de júbilo.

Marbod, que había atacado a Arminio, se vio obligado a volver con sus marcomanos a posiciones defensivas. Mientras que las tropas de Arminio se vieron diezmadas y agotadas también al perseguirlos.

Pero las tropas de Marbod desertaron en masa para ponerse del lado de Arminio que prefirieron morir por su causa, y Marbod se vio obligado a huir a su fortaleza en Bohemia. Con esto el sueño de Inguiomero de ser rey de los queruscos, también llegó a su fin.

Marbod se vio obligado a huir de allí a Roma y suplicar ayuda. Roma no le reconoció su buena conducta del pasado, pero Tiberio probablemente con la intención de mantener una pieza de ajedrez política, no por bondad, le asignó una villa en Rávena, un cómodo exilio sin tierras ni poder para el solicitante, donde murió 18 años más tarde olvidado por todos.

Thusnelda esposa de Arminio y su hijo Tumélico, vivían cautivos en esa misma ciudad.

MUERTE DE ARMINIO

Con esta gran victoria, Arminio había logrado unificar prácticamente toda la Germania pero tuvo desde siempre muchos problemas en el seno de su familia. El odio de su suegro Segestes, los celos de su tío Inguiomaro y muchas pugnas secretas por el poder de una Germania que estaba más unida que nunca y con independencia de Roma provocaron conspiraciones entre familias y amigos.

En el año 21 d. C., a la edad de 37 años, fue asesinado por miembros de su familia política por lo que no pudo concluir su sueño totalmente: unificar de forma definitiva la Germania y crear un estado unido y sólido bajo un mismo gobernante.

A pesar de que no logró la consolidación total, la Germania quedó libre de Roma para siempre y en la actualidad es la fuente de inspiración de muchos pueblos que desean librarse de la opresión de pueblos opresores y gobernantes tiranos.


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