“Cuando era pequeño, alguien me dijo un día que no era necesario que construyera la figura de la caja con las piezas que venían dentro de ella”. Es así como Nathan Sawaya, un antiguo ejecutivo de Park Avenue, en Nueva York, cuenta a los visitantes de su exposición cómo comenzó su pasión de construir todo tipo de objetos con piezas de Lego, la popular marca de ladrillos de plástico de colores con los que todos hemos jugado alguna vez a construir una ambulancia, un castillo o una nave espacial.
The Art of the Brick(El arte del ladrillo) es una de esas exposiciones que uno no se plantea visitar a no ser que necesite un lugar donde entretener a los sobrinos durante un par de horas. Pero un cartel tremendamente llamativo de una figura humana con el pecho abierto en canal, del que brotan cientos de piezas de Lego, consigue que uno se acerque a TimesSquare (probablemente la zona más asfixiante de Manhattan y sólo tolerable por los turistas) para visitar una sorprendente exposición de cientos de figuras creadas únicas y exclusivamente por ladrillitos de todos los colores, en un alarde imponente de arte y creatividad.
Una primera parte de la exposición, más familiar, nos presenta conocidas representaciones de cuadros, estatuas o edificios históricos de fácil reconocimiento. Desde el Partenón ateniense, totalmente reconstruido para la ocasión y flanqueado por el emperador Augusto, la Venus de Milo y el David de Miguel Ángel , hasta un mítico Moai de la Isla de Pascua en un imponente tamaño de casi dos metros de alto. Una lograda Gioconda no llega, sin embargo, al nivel del magnífico Beso de Klimt o el trabajado Grito de Munch. El Starry Night o Noche Estrellada de Van Gogh es quizá el mejor ejemplo de cómo crear arte a partir de una copia cuando el artista consigue plasmar un cuadro neo impresionista en una pieza en tres dimensiones, forjada a partir de pequeñas piezas de plástico. Es aquí donde nos entretenemos no sólo comprobando el número de ladrillos de Lego necesarios para cada pieza, y que está indicado en el cartel de cada una de ellos, sino imaginando el tiempo dedicado y la dificultad de encontrar la mejor combinación de tamaños y colores para poder crear, valga este nuevo ejemplo, La Gran Ola de Kanagawa. Habría aquí uno de recordar el billete JapanRail necesario para desplazarse por los trenes de Japón con total libertad y sin arruinarse en el intento.
Sawaya, que confiesa en un vídeo de presentación que esta de Nueva York se trata de su mejor, más grande y más personal exposición, comienza a mostrar una parte más íntima de su personalidad con la presentación de ciertos objetos pop y de su vida cotidiana. Unas manzanas, un teléfono clásico sobre una televisión en blanco y negro o un retrato de su mujer, a la que “le agradece que comparta la vida con alguien que ha gastado una cantidad ridículamente enorme de su vida jugando con piezas de Lego” son la antesala de una galería mucho más intimista y personal del artista. Sus obsesiones (el agua, la libertad) y sus miedos (la oscuridad y la muerte) se ven representados en inquietantes figuras donde las piececitas de plástico consiguen convencernos de que, también por medio de ellas, este norteamericano de Oregón residente en New York consigue hacernos cambiar nuestra percepción de arte. Una de sus preocupaciones, sin duda, a tenor de las veces que reitera la idea de “esto también es arte” no sólo en su vídeo de presentación, sino también en la nota de prensa facilitada por la organización de la exposición.
Para que nadie olvide dónde estamos y con el objetivo de que el 90% de los visitantes a la exposición recuerden lo que son, turistas, la exposición concluye con un espectacular dinosaurio T-Rex de más de seis metros de largo y una panorámica de la ciudad de Nueva York frente a la que la Estatua de la Libertad, imitando a aquella figura humana de pecho abierto desde el que salen vomitadas cientos de piezas de Lego y que me convenció para visitar el Discovery Times Square, nos muestra su rojo corazón. Que sea arte o mero entretenimiento queda para la opinión de los visitantes. Sin embargo, hay algo en la manera en la que Sawaya maneja los piezas de plástico que hipnotiza y que sorprende. Sobre todo cuando demuestra que el miedo a la muerte se puede representar con muchos materiales, entre ellas esas piececitas de “la otra marca de tente” con la que jugábamos de pequeños. Casi todos nosotros, a construir sólo la figura que venía en la caja.