Nunca me gustó el arte completamente abstracto y, tal vez por mi hábito a las abstracciones intelectuales, tardé mucho tiempo en saber por qué. La abstracción es una cuestión de grados. Y la encontramos allí donde pongamos la mirada, incluso en los sentimientos. El placer y el dolor abstraen todo lo que no contribuye a producirlos. La atención se concentra en lo que ama o repudia abstrayendo el campo de lo restante. El mayor placer se procura con la mayor distracción de todo lo que lo mitigaría. El buen amante es tan distraído de lo que no es objeto de su amor como un sabio distraído de las cosas ordinarias de la vida.
Para alcanzar su finalidad propia, el arte también debe distraerse, divertirse, apartarse o abstraerse de las cosas útiles que interesan al mundo. Pues, como fuente de sentimientos, no escapa de esta regla de las emociones. Toda forma de arte, incluso la fotografía, es una forma gradual de abstracción. Sin ella no sería posible el conocimiento de lo general ni el sentimiento de lo particular. Pero sólo con ella, y ahí está la cuestión, no se gozaría de la vida ni podría haber arte en sus representaciones.
Rechazo el arte completamente abstracto no porque carezca de sentido figurativo o de formas reconocibles, pues a pesar de ello puede ser grato o emotivo, sino porque no hay arte donde no hay sentimiento ni inteligencia en las representaciones del mundo. La total abstracción, como la de un lienzo en blanco (valorado en un millón de dólares, lo vi en la más prestigiosa sala parisina), no es signo de un arte simbólico, sino de la impotencia o frustración del arte pictórico.
La abstracción que selecciona el color, separándolo de las materias y formas coloreadas en la Naturaleza, puede tener interés para el aprendizaje y experimentación de un componente esencial de la pintura, pero convertida en obra terminada para su contemplación estética no traspasa el umbral de las imágenes espectrales o fantasmagóricas de la realidad, ni evoca el subconsciente de los sueños.
El análisis o descomposición de la luz dio originalidad y grandeza, hasta ahora inigualadas, a las mejores composiciones del impresionismo, porque no dejaron de estar sostenidas por los objetos iluminados de esta manera nueva. Sin ellos, sin figura (en el sentido universal que le dio Wittgenstein), habrá en el mejor de los casos material pictórico, colorido experimental, pero jamás pintura.
El color por el color, la luz por la luz, las combinaciones y matices infinitos que permite el espectro solar, son formas preliminares o experimentales del arte pictórico. Ensayos que por sí solos, y a diferencia de los esbozos, constituyen formas incompletas de arte. Y, en tanto que incompletas, perpetran la mayor traición que pueda concebirse contra la esencia de la obra de arte.
Como es sabido, la nota característica que distingue a la obra de arte de todas las demás manifestaciones del espíritu creador, su cualidad definitoria, reside en la plenitud o completud del universo que representa, en la irreversibilidad de la obra creada. Una cualidad intensiva y extensiva que nunca pueden llegar a tener las producciones reversibles de la humanidad, como las de la ciencia, la técnica o la política. El arte abstracto, ensayo de análisis sin síntesis, supone por incompleto la negación del arte.
Era inevitable que, sin conectar con la vida, desembocara en el arte experimental. Nuevos materiales, nuevos soportes, nuevas estructuras, nuevas técnicas y nuevos efectos parecían imponer un retorno a la concreción de lo particular. Pero lo único nuevo era otro engaño.
A.G.T.