Revista Arte

Arte y Belleza, dos cosas compatibles pero que no siempre contendrá una a la otra

Por Artepoesia

Arte y Belleza, dos cosas compatibles pero que no siempre contendrá una a la otra.
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La Belleza existirá en casi cualquier cosa de la Naturaleza que sea propia a emitir signos de equilibrio, medida y gusto. Este placer será abundante, y puede hallarse en muchas cosas, incluso en las que no la poseen propiamente, con solo ahora mirarlas de otra forma. Porque serán cosas que, luego, no volverán a ser las mismas, no producirán Belleza si se observan en otro momento, bajo otras condiciones, y entretejidas ahora de modo tal que no correspondan ya a lo que, aquella vez, entonces vimos. Pero el Arte, el verdadero Arte, es otra cosa. Si queremos entender lo que es, lo que es el Arte en verdad, comprenderemos a veces la diferencia entre una cosa que puede producir Belleza y algo que siempre la producirá. No solo Belleza, es decir, no solo equilibrio, medida y gusto, sino que, sobre todo, el Arte motivará ya en el espíritu humano un inacabable gozo de identificación, de un logro especial que marcará ya una impronta definitiva en lo que sentiremos ahora, en ese preciso instante, y que no dejará ya nunca de reproducir lo mismo: inspiración
Sí, inspiración, la misma que el creador tuvo al hacerlo; la misma que le sirvió para obtener la obra universal. Esa misma sensación que ahora, en el preciso momento en que percibiremos la obra de Arte, nos pasará a nosotros, de modo subjetivo, para albergar sus rasgos en lo más profundo y permanente de nuestra conciencia. Por eso mismo, cuando miremos ahora un cuadro tan solo lleno de Belleza, pero que no es Arte en verdad, solo sentiremos ya placer; un placer maravilloso que desaparecerá, que se desvanecerá tan pronto como hayamos encontrado luego otra cosa que lo sustituya. En el Arte, en el auténtico Arte, nada de esto sucederá. Como, por ejemplo, en esa inspiración que tuviese ya genialmente Nicolás Poussin (1594-1665), el gran pintor clasicista francés del Barroco, uno de los más importantes creadores con los que llegar a comprender el Arte, su belleza y su verdad.
En pleno momento barroco, cuando la Belleza había alcanzado ya todas las mayores cumbres de la representación artística de la Historia, un creador que amaba profundamente ya las pautas más clásicas, esas de cómo un Arte debía ser plasmado en un lienzo, alcanzó la grandiosidad con la más simple de las cosas que pudieran ya representarse en un cuadro. Un escenario ahora derruido ante un paisaje frugal, lejano y monocolor. Pero, algo más también reflejaban ahora las pinceladas perfectas del autor francés. Tres personajes en primer plano que interactuarán bajo las sombras imperceptibles del ruinoso edificio. El hombre levantando ahora una gran losa, ellas dos mirando lo que hace. Todo, además, muy correctamente dibujado. Las columnas clásicas perfectas, los arcos separados por el arquitrabe perpendicular de aquéllas, la perspectiva geométrica que acercará los personajes a su plano; y las figuras de éstos, hieráticas casi, endiosadas, además, por el alarde de descubrir algo ya bajo la piedra. 
El Arte siempre contará una historia, una leyenda o un cuento entre las comisuras atrapadas por un color, un trazo y una distancia. Esto era, en el canon académico de entonces, fundamental para ejecutar ya una representación artística cualquiera. Aquí contará la leyenda griega de Teseo, el héroe ateniense que nació huérfano hasta que su madre -en la imagen son su hija también- le anunció ya quién era su padre -Egeo-, y qué le habría dejado ya en herencia, las armas y su legado regio, ahora todo esto bajo la losa sagrada de un templo clásico. ¿Qué mejor excusa para elogiar el mundo, que las virtudes que recogerán los héroes aun a pesar de estar escondidas o perdidas en tan ruinoso lugar? En la imagen clásica su madre le indicará el sitio, y Teseo se esforzará aquí por descubrirlo. Todo estará en la obra, la belleza y el Arte, la magia de la vida, la fuerza del destino y la consagración al mismo.
En un parecido conjunto iconográfico, sustituyendo ahora las columnas dóricas por un vallado pedestre, los héroes clásicos por un conjunto de niños y la leyenda elogiosa por un infantil escenario de arrabal. Pero también aquellos elementos clásicos en perspectiva, esos tan perfectamente delineados, por la misma perspectiva concebida ahora ya, pero aquí con los tableros de madera verticales de una valla de ciudad. Esta obra, Una Reunión, fue pintada al final de su vida por la extraordinaria mujer y artista ucraniana María Bashkírtseva (1858-1884). Pero ella, que consiguió crear imágenes correctas, reflejo además de una época y un momento social determinado, no alcanzaría sin embargo la gloria por sus obras. Pasaría a la historia por su vida, o mejor, por cómo la contó y cuándo. Cómo, porque fue desgarradoramente sincera en su diario; cuándo, porque lo terminó pocos años ya antes de morir. Así consiguió la fama, así, contando otra historia, una que no podría llevarla al lienzo ya para contarla.
En su despiadado diario dejaría escrito cosas como estas: Es una naturaleza desafortunada la mía: yo querría una armonía exquisita en todos los detalles de la existencia. A menudo, las cosas que pasan por elegantes o atractivas me chocan por yo no sé qué falta de arte, de gracia particular... ¿Naderías? Todo es relativo, y si una espina nos hiere tanto como un puñal, ¿qué es lo que los sabios tienen que decir? Desaparecería a los veinticinco años de edad de una tuberculosis, habiendo dejado además un legado de pintura y escultura que no alcanzaría la Belleza y el Arte que su obra literaria, un Diario desgarrador compuesto de hasta dieciséis volúmenes de unas 300 páginas cada uno. 
Cuando la ciudad de Bolonia se planteó construir una catedral en el siglo XIV, sus promotores quisieron que fuese grandiosa, la más grandiosa de todas las edificaciones de la Cristiandad, incluida San Pedro en Roma. La nave es inmensa, su altura descomunal, su volumen arquitectónico llenará así el templo con las capillas y los retablos más artísticos de entonces. Sin embargo, su fachada, su apoteósica fachada, proyectada como una espléndida decoración sagrada representada así a los ojos de todos los transeúntes, no pudo ser acabada nunca. Y así sigue. A lo largo de los siglos fue interrumpida su decoración con los mármoles más aguerridos y renacentistas que Arte alguno entonces pudiese imaginar. Para finales del siglo XV fueron convocados escultores que tallaran la piedra para representar escenas bíblicas. Uno de ellos fue la desconocida escultora Properzia de Rossi (1490-1530). Apoyada por su padre, aprendería de artistas boloñeses en aquel Renacimiento lleno entonces de atrevimiento, sutileza y clasicismo.
Fue contratada para labrar el mármol con alguna historia sagrada conocida. Así, elaboraría sus figuras en bajorrelieve para la fachada de San Petronio, la basílica catedral de Bolonia. Cuenta su obra la leyenda de José, el hijo menor de Jacob, aquel personaje bíblico hebreo que alcanzara la sabiduría en la corte de Egipto. Representará su leyenda el momento en que la esposa de Putifar, un alto cargo del faraón, atropellara a José tratando de seducirlo. Éste se resistió claramente y la historia bíblica así lo contará. Pero Properzia se atrevió ya, en 1520, a esculpir una de las primeras mujeres que descubrieran sus senos desnudos en el Arte. Tal belleza consiguió con sus obras que fue envidiada por otros escultores, seres que trataron ya de denostar su figura y su Arte. Diez años después de realizar este bajorrelieve, morirá en la más desolada situación, sin encargos y desprestigiada entonces por la maledicencia y la ofensa.
(Óleo Teseo encuentra la espada de su padre, 1638, Nicolás Poussin, Museo Condé, Chantilly, Francia; Cuadro La Reunión, 1884, María Bashkírtseva, Museo de Orsay, París; Fotografía de María Bashkírtseva, París; Lienzo de María Bashkírtseva, Autorretrato con paleta, 1882, Museo Bellas Artes de Niza, Francia; Óleo En el estudio, 1881, María Bashkírtseva, Museo de Arte de Dnipropetrovsk, Ucrania; Bajorrelieve José y la mujer de Putifar, de la escultora Properzia de Rossi, 1520, Museo de San Petronio, Bolonia, Italia; Fotografía de la Basílica de San Petronio, Bolonia.)


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