El viernes por la mañana pasa por la oficina José María, un viejo cliente que me pregunta qué tal las vacaciones y si hice muchas fotos.
Antes de responderle, por mi mente pasó un rapidísimo flash de los tres últimos meses con el totum revolutum de las últimas capturas fotográficas más significativas realizadas y aún por revelar.
Le contesto: Sí, fue un verano muy productivo mucho trabajo y con más todavía pendiente.
Se interesa por la exposición que estoy preparando, por las herramientas y materiales que utilizo y se despide.
El sábado descanso, voy a ver el primer partido de pretemporada del Club Baloncesto Breogán del que soy seguidor desde la infancia y a continuación a tomar unos vinos con unos amigos al centro de la ciudad y aguardo temeroso al domingo cuando empieza la verdadera faena.
Domingo por la mañana, me siento en mi despacho delante del ordenador, Pongo música de violín y descargo las tarjetas de memoria de la Nikon
y genero las carpetas correspondientes en el escritorio del ordenador.
Rematadas las descargas, miro la pantalla para empezar a trabajar y leo Book de Lucía, Book de Saleta, cumpleaños de María, Bautizo de Ana, etc...
Todo pendiente de hacer.
Todos los archivos Raw pendientes de tratar con Photoshop
. Todos y cada uno y uno por uno.
Estoy a punto de salir corriendo a la calle a pasear y respirar aire nuevo antes de comenzar con el ratón.
También contemplé la posibilidad de escapar al cuarto obscuro y encerrarme para revelar todos los carretes que tengo pendientes en el frigorífico, pero la temperatura del agua aún es muy elevada y bajarla supone un control adicional muy pesado.
Entonces me volvió a la mente la conversación sostenida con José María, el viernes anterior y concluí que la fotografía tiene que ser otra cosa.
Sí, desde luego que la fotografía es otra cosa.
Recapitulas cómo llegaste a este momento y tienes por una parte a toda la familia, tanto de sangre como política.
Por otra parte están los amigos, están los hijos de los amigos y están los padres de los amigos. Y por último están sabe dios qué compromisos sociales que ya no sabes bien ni de donde vienen.
Y todos, todos, todos se acuerdan del fotógrafo gratuito que conocen y al que se le atribuye una obligación: la realización del reportaje social "barato" (léase gratis) que necesitan.
Eso no es para mí, la fotografía a la que llevo prácticamente dedicado toda mi vida, desde los catorce años. Eso sólo me supone noches de vela delante de una pantalla de ordenador que odio para generar imágenes repetidas que poco significan para mí.
La pregunta que me hizo José María es muy válida, pero mi respuesta no fue correcta.
Discriminar lo que son mis fotos, de lo que son las fotos de encargo es imprescindible y ahí es dónde está la diferencia entre el arte y el oficio.
El arte no es arte si el autor no se siente a gusto consigo mismo y con su obra. El arte no es arte si el resultado final del trabajo del artista no se transforma en un lenguaje, a través de la cual el autor expresa sus sentimientos y su forma de ver el mundo que le rodea.
En mi caso la fotografía de encargo, además de gratis, sólo es un oficio obligado el cual implica un compromiso y una responsabilidad de agradar al solicitante y de entregar una obra predeterminada y a gusto del consumidor, no del fotógrafo.
Eso no es fácil, pero para eso están ahí los maravillosos fotógrafos de reportajes sociales con un oficio contrastado y que se comprometen a cumplir esa responsabilidad ante su cliente a cambio de un precio pactado.
Pero yo no me dedico a eso. Cuando yo hago un retrato, lo hago para mí, y a parte de preservar siempre la dignidad del retratado, no tengo otro compromiso ni obligación más que el resultado final me satisfaga a mí personalmente.
A veces, ni interés tengo en que se reconozca al retratado, es más, adoro el retrato anónimo en el que la figura humana no es más que una parte de la composición, a la que humaniza, temporaliza y la dimensiona.
En su día hice mi elección personal de continuar con la fotografía argéntea.
Desde entonces me tienen mirado muy raro, y al día de hoy son muchos los que se asombran al verme cargar una películas en mí cámara y que me preguntan si aún existen películas o rollos fotográficos, si aún se revelan y si siguen fabricando papeles fotográficos y productos químicos.
La elección no fue fácil, pero fue consciente.
Como persona enraizada entre viñedos como siempre fui, la importancia para elaborar las cosas con mis propias manos siempre fue en mí una constante que mantengo.
Pero claro, la sociedad avanza y aparecen nuevas técnicas y nuevos oficios, aunque yo creo que la forma de avanzar no siempre fue la forma correcta.
Anécdota:
"Mi amigo Luis Manuel se casó hace 18 años; en su día, le hice el reportaje de boda con película en color FUJI NH 400. Esta primavera me pide un book de Lucía, su suegra. Se lo realiza, le entrego el álbum, le envío las JPG en tamaño reducido para poder manejar en los aparatos electrónicos y un par de meses más tarde me pide los algunos JPG finales para hacer copias además de una copia de una foto de su boda que se la había estropeado.
Bajo al archivo, localizo el negativo y le envío un JPG con la foto de su boda. Voy al ordenador reviso, busco y rebusco pero no hay rastro de la carpeta de las fotos de Lucia. Los busco por todos los lados durante una mañana entera, pero no aparecen. Pregunto a un técnico en informática y me comenta que en alguna actualización, el sistema las envió a la Papelera de Windows y como era tan grande y no cabían, las borró definitivamente."
Es decir perdí todo.
En resumen. ¿Avance...? ¿Me pregunto, dónde está el avance...?
Claro, dirán los más puristas que debería tener una copia de seguridad, y seguro que así debía ser, pero mi oficio no es el de fotógrafo, eso se lo dejo a los profesionales de los reportajes sociales, y mi fotografía no incluye copias de seguridad sino otros cuidados que respeto al máximo.
En resumen y en respuesta a mi cliente José María. ¿Qué tal de fotos estas vacaciones?
Cuando tenga tiempo de revelar las películas que están en el frigorífico, hablaremos, mientras tanto... ¿qué vacaciones?
Xosé Manuel Otero