Por M.S. Dansey
Empezamos mal. La promo –los que se parten de la onda, dirán teaser– no le cayó bien a la audiencia. Si fue una broma, ya sabemos que el humor no es más que un acto liberador, grandioso y patético, que solo sirve para poder sobrellevar lo inevitable. Sinceramente no se quién puede sorprenderse de que el sistema del arte se reconozca excluyente. Así fue siempre. Así funciona el mercado de bienes suntuarios. Ahora, si hablamos de la promoción del mercado, me sorprendió más –y eso no es gracioso– la exclusión de ciertas galerías. El quién si y quién no es siempre asunto de controversia, por eso se nombra un comité de selección, pero no se entiende que Orly Benzacar no haya hecho lo suyo –quizás lo hizo, no lo sé– para que Gachi Prieto no se quede afuera. Digo Gachi porque fue una de las galeristas que apostó por el circuito Chacacrespo. Porque a lo largo de casi diez años a desarrollado un proyecto curatorial serio y tiene bajo su orbita un programa para jóvenes talentos. Porque viaja a otras ferias. Porque es una de las pocas galerías establecidas que consiguió sobrevivir a los vaivenes de los últimos años y este desaire más que un tiro de gracia parece una puñalada por la espalda. Lo mismo, y solo por mencionar otro caso, sucede con Jorgelina Dacil, que este año puso una pie en Nueva York con la intensión de promocionar artistas argentinos. Justamente cuando la Arteba se propone internacionalizar la escena.
En fin. Que nunca queda claro qué fue primero, si Andrea Giunta o la internacionalización, pero aquí estamos todos sin poder zafar de la dualidad: centro-periferia. Y lo cierto es que en la feria en eso se anotó un poroto. Desde hace por lo menos tres años viene creciendo de manera concreta y sostenida el número de visitantes extranjeros. Nunca como en estos días Buenos Aires vio tanta efervescencia forastera, nunca se intercambiaron tantas tarjetas, nunca se dieron tantas discusiones, pactadas y no pactadas, dentro y fuera del predio ferial de Palermo. Digamos que los 300 tipos que vinieron de afuera hicieron su trabajo. Ahora, si la feria efectivamente es en Buenos Aires pero no es local, no termina de quedar claro para quién trabaja esta gente. Nadie duda de que el coleccionista de arte contemporáneo latinoamericano se va de shopping a Bassel Miami, a Arco. Arteba en el mejor de los casos compite por un tercero, cuarto puesto con Zona Maco, ARTBO, SP-Arte, ArtLima y las sucesivas Pinta. Y en esa carrera, lo mejor que tiene para ofrecer es made in Argentina. Por eso resulta al menos cuestionable que casi todos los curadores que sientan criterio dentro de la feria vengan de afuera.
El Dixit de Julieta González –curadora venezolana que actualmente está dirigiendo la colección Jumex– es… como decirlo… demasiado mexicano. Me refiero al postconceptualismo hiperpolitizado que la intelligentsia multinacional le pide al artista latinoamericano. Y digo la intelligentsia porque el pueblo por más primermundista que sea, cuando pide Latinoamérica, pide fiesta. Lo que mejor nos sale. Lo que acá no hubo tanto. Y no solo porque se cortó el chorro de champagne –ahora solo para black VIP holders– sino porque en general todo parecía seco. Si hasta hace poco el colorinche de principios de 2000 fue dando lugar al dorado y a las superficies espejadas, en el 2015 la tendencia parecen ser es el blanco y negro, los grises, el oxido y la aridez amarga de las rocas. Uno pudo haberse topado con acciones que nos ericen los pelitos del brazo y no me refiero al tipo que pinta con la boca sino al artista del colectivo Helena Producciones que se cortó un dedo en protesta por vaya uno a saber que causa noble. Uno pudo haberse detenido ante pequeñas maravillas como las fotos tempranas de Eduardo Kac o los murales de Magdalena Jitrik; pero en general daban ganas de seguir de largo. Lo mismo en el espacio U-Turn, curado por Jacopo Crivelli Visconti –crítico y curador italiano que estuvo a cargo de la última Bienal de Cuenca–. No dudo de que bajo esa superficie yerma había escondidos tesoros imaginarios como los trabajos del paraguayo Fredi Cascos (Mor Charpentier) y los del colombiano Bernardo Ortiz (Casa Riegner). Posiblemente si uno les hubiera dado una segunda oportunidad, habrían brotado manantiales, pero la sensación general es que todo estaba en otro lado. Y quizás así haya sido. No solo estoy diciendo que ya es hora de que se lance una feria satélite que por supuesto tampoco es Eggo. Me refiero a que si antes nos mirábamos el ombligo. Ahora miramos el ombligo ajeno.
Síntoma de este mal es lo que sucede con la argentina for export Amalia Pica. Hace un año no era nadie. Hoy, después de que Pablo León de la Barra la llevó al Guggenheim, aparece hasta en la sopa. Hasta Sebastián Vidal Mackinson, ganador del Programa de Jóvenes Curadores, que se supone un espacio de experimentación, la incluyo en su seleccionado. Si me preguntan, la obra de Pica no me hace ni cosquillas, pero me interesa más el caso de Mackinson que tratando un tópico tan rico como el grand tour de la artista sudaca, con tanta tela para cortar, cae en la trampa del mismo capitalismo cognitivo que pretende poner en evidencia. Digamos la verdad, la muestra que propone este joven-curador-argentino se parece demasiado a la de sus colegas extranjeros. El espacio ya no resulta vacío, sino vaciado: deshabitado.
A favor de esta postura podrá decirse que el siglo está comenzando y que vamos depurando los excesos del siglo pasado. Si algunos vemos vacío otros verán la arquitectura desnuda, la jerarquización del espacio. En este sentido debo decir que la obra que más me gustó es “Corner piece” (1966) de David Lamelas (Ignacio Liprandi) y que mi stand favorito fue el de Bonita Galeria, la única experiencia expositiva que realmente valió la pena en el Barrio Joven. Ojo, hablo de experiencia expositiva no de obras que las había muy buenas. A mi modo de ver, Mariano Mayer –argentino con base en Madrid– y Manuela Moscoso –ecuatoriana en Nueva York– encorsetaron en el formato vintage de la galería los que deberían haber sido ser proyectos experimentales. Pongamos el caso de Hache, una galería joven queriendo, como todo joven, ganar fama y dinero con ¡dos cuadros! –y qué decir que no se haya dicho sobre la adquisición Chandon–. Les cortaron las patas. Ya se. Ya se que nos pasamos los últimos diez años quejándonos del zafarrancho, pero visto esto, está bien, los perdonamos.
Debo decir que caminando por la feria llegue a pensar que estaba ante cierto brote existencialista. El pretendido minimalismo me recordó a aquellos espacios puros que propusieron las vanguardias de posguerra. El punto es que aquellos espacios antes que vacíos estaban cargados de silencio. Era la consagración de un espacio recuperado. A diferencia de este otro vacío, que solo hablaba de ausencia. Diría que a esta altura ya no podemos permitirnos aquella ingenuidad ni mucho menos pensar que ciertos actos de arrojo hoy son tal cosa. Hablo por supuesto del paisaje en general y no de muchos artistas y tantos proyectos valiosos como Henrique Faria y los chicos del Di Tella. Van Riel y esa línea histórica exquisita que traza con Yente, Kemble, Avello y Schiavi. Vasari con el dream team de siempre (Maccio, Cambre, Brugos, Prior, Kuropatwa). Laura Haber con Bony y Aizemberg. Oscar Cruz y lo mejor de Gordín. Zavaleta y el cabinet de Mastracchio. Barro, con Pombo y Legón. Liprandi, con Achinelli, Espina y Fonte. Proyecto A, que siempre tiene en la manga un par de artistas desconocidos que vale retener sus nombres: Nicolás Pontón, Ana Montecucco. Sly Zmud y Miau Miau dos galerías que ya juegan en primera y así lo dejaron claro con la obra nueva de artistas no tanto: Mitlag y Gumier Maier. Otras dos galerías que hacen su aporte calórico: Isla Flotante y Big Sur. Y otras dos más que irrumpieron hace relativamente poco con propuestas arriesgadas y atractivas: Ivo Kamm y Documentart. En síntesis, y a propósito de esa gran estafa que es la foto de Martín Sastre con Marina Abramovic: Solo se pide que el artista esté presente. No todo estará perdido mientras haya gente dispuesta a poner el cuerpo.