Se cumplen 100 años del nacimiento del escritor y dramaturgo estadounidense Arthur Miller, agitador de las adormecidas conciencias de la clase media americana, quien supo expresar en sus personajes ese espíritu crítico que siempre lo caracterizó. La fuerza de su teatro, su idilio con Marilyn Monroe, los duros años de la Caza de Brujas, su incursión en el cine, su matrimonio con Inge Morath y la extraña relación con su hijo Daniel son algunos de los puntos calientes de su existencia.
«Considero el teatro como un negocio serio, que hace o debería hacer al hombre más humano, es decir, menos solitario». Son palabras de Arthur Miller, uno de los grandes dramaturgos del siglo XX –«el mejor», escribió el checo Vaclav Havel–. Hoy se cumplen cien años de su nacimiento en Nueva York, la ciudad que planeó sobre toda su obra, el 17 de octubre de 1915. En su legado figura un puñado de obras de teatro que marcaron el devenir de la escena internacional: «Todos eran mis hijos», «Muerte de un viajante», «Las brujas de Salem», «Panorama desde el puente», «El precio», «Cristales rotos», «Después de la caída», «Presencia», a las que se suma el guión de la película «Vidas rebeldes». En su memoria, también, sus relaciones con figuras como Marilyn Monroe y con la fotógrafa Inge Morath.
Y es que Arthur Miller es el «Pepito Grillo» de la conciencia americana de posguerra, uno de los más precisos diseccionadores del alma humana y un hábil fabulador de historias. Su máquina de escribir se adentra en la conciencia como si fuera un escalpelo. «Cuenta tu aldea y pintarás el mundo», escribió Leon Tolstoi. Arthur Miller contó las miserias de sus vecinos – un viajante de comercio, el dueño de una fábrica, un estibador. En su teatro hay ecos de Ibsen y del naturalismo, y el autor forma, junto con Eugene O’Neill y Tennessee Williams, la trinidad del teatro estadounidense del siglo XX.
Arthur Asher Miller nació en Nueva York. Sus padres eran dos inmigrantes polacos judíos, Isidore Miller y Augusta Bernett, a los que el negocio textil iba bien hasta que llegó la Gran Depresión de 1929 y con ella la ruina. De Manhattan tuvieron que mudarse a Brooklyn, y Arthur Miller tuvo que ponerse a trabajar para ayudar a su familia y después para pagarse la carrera de periodismo en la Universidad de Michigan. Allí comenzó a escribir. Sus primeras obras teatrales, «No villain» y «Honors at Dawn», obtuvieron varios premios y le estimularon a dedicarse a la escritura.
Se ganó la vida escribiendo guiones radiofónicos. En noviembre de 1944 logró estrenar en Broadway por primera vez. La obra, «The Man Who Had All the Luck» (1944), tuvo sin embargo muy malas críticas y estuvo únicamente cuatro días en cartel. Más suerte tuvo con su siguiente estreno en Nueva York, «Todos eran mis hijos» (1947) – antes había publicado, también con éxito, su novela «Focus» (1945) –. La obra, que estuvo diez meses en cartel, supuso la primera colaboración de Arthur Miller con Elia Kazan, a quien estaría unido de una u otra forma durante mucho tiempo. Elia Kazan no solo dirigió algunas de las principales obras de Arthur Miller – además de la citada, «Muerte de un viajante» (1949) y «Después de la caída» (1964) –; también compartieron ideas y su amor por Marilyn Monroe (el dramaturgo se llevó el gato al agua al casarse con ella), y ambos se vieron envueltos en el proceso de la caza de brujas llevada a cabo en Estados Unidos. Los dos fueron investigados por el Comité del Senado que presidía Joseph McCarthy. Mientras Arthur Miller se negó a revelar los nombres de los miembros de un círculo literario «sospechoso» de comunismo, Elia Kazan sí lo hizo, para así poder continuar su carrera cinematográfica. A Miller se le retiró el pasaporte y en 1957 se le declaró culpable de desacato, aunque un año después esa sentencia fue revocada. La amistad entre Miller y Kazan nunca volvió a ser la misma.
En 1953 estrenó «Las brujas de Salem», basada en una historia sucedida en Massachussets en el siglo XVII, pero que era en realidad un alegato contra la caza de brujas que él mismo había padecido. Miller escribió después obras notables, como «Panorama desde el puente» (1955), «Después de la caída» (1964), «El precio» (1968) o «Cristales rotos» (1994), así como el guión de la película «Vidas Rebeldes» (1961). Su matrimonio con Marilyn Monroe, la gran estrella cinematográfica de los años cincuenta, convirtió al gris dramaturgo neoyorquino en una estrella a su vez. La extraña pareja, el intelectual y la rubia, se casó el 29 de junio de 1956. Miller se había divorciado unos días antes de su primera mujer, Mary Grace Slattery, con la que se casó en 1940 y con la que tuvo dos hijos: Jane Ellen y Robert.
Arthur Miller y Marilyn Monroe apenas estuvieron juntos cinco años; fue un matrimonio inestable y atormentado sobre todo por las inseguridades de la actriz. En 1961, unos días antes del estreno de «Vidas rebeldes», que protagonizaba la actriz junto a Clark Gable y Montgomery Clift, la pareja se divorciaba. Al año siguiente, Miller se casó con la fotógrafa Inge Morath, fallecida en 2002, con quien tuvo dos hijos, Rebecca y Daniel. Este nació con síndrome de down y fue recluido a los pocos días de nacer en una institución pública; Miller jamás hablaba de él y únicamente lo reconoció al morir en su testamento. En sus últimos años, el dramaturgo vivió con la pintora Agnes Barley, 55 años menor que él.
Entre los galardones recibidos por Arthur Miller, que murió el 10 de febrero de 2005, a los 89 años, figuran, entre otros, el que se le otorgó en el Royal National Theatre como mejor dramaturgo del siglo; el premio Príncipe de Asturias de las Letras, en 2002; el New York Drama Critics Circle Award; varios premios Tony de teatro, Emmy de televisión; dos premios Pulitzer, la medalla de oro del National Institute of Arts and Letters y el premo Jerusalén de 2003.
Texto: Julio Bravo. Publicado en ABC.es. 17.10.2015.
Especial “Los 100 de Arthur Miller” en El Cultural:
A la izquierda de sí mismo, por Manuel Hidalgo.
Miller, Ibsen y el teatro de la conciencia, por Ignacio García May.
De la caza de brujas a la ley del silencio, por Román Gubern.
Las mujeres en segundo plano, por Lourdes Ventura.
Un aquelarre salvaje de inadaptados, por Carlos Reviriego.
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