Orgullo de ser sevillano
Fuente: ABC de Sevilla
A veces uno se cansa de haber nacido en una ciudad con tanta fuerza en su interior
Ya lo escribiste una vez, cuando sentiste el cansancio de ser sevillano que tanto se parece al verso de Neruda. A veces uno se cansa de haber nacido en una ciudad con tanta fuerza en su interior, con tanta historia en las huellas que deja el tiempo en su piel esmaltada, en la cerámica que brilla en las alturas de su torre mayor o en la profundidad insondable de sus patios. A veces uno se cansa de ser sevillano, de llevar el pesado fardo del pasado sobre los hombros como una responsabilidad que lastra el presente y que le impide al futuro desplegar sus alas.
A veces uno se cansa de decir en voz alta lo que otros piensan en el silencio cómplice que cambian en el banco de los favores como una moneda desgastada por la cobardía. Y a veces, sólo a veces, nos gustaría vivir en una ciudad donde todo fuera reciente, donde el paisaje urbano cumpliera con el verso que Juan Ramón entrevió en una noche estrellada: todo verdad presente, sin historia. Sevilla como Brasilia. Una ciudad recién creada donde los debates se limitaran a cuestiones prácticas, una ciudad planificada para las necesidades de nuestra época, sin el laberinto musulmán de un urbanismo que con el tiempo iría enredándose aún más en el marasmo del Barroco, sin la señas de identidad que nos retrotraen a épocas cuya cosmovisión no tiene nada que ver con la mentalidad líquida de esta sociedad inconsistente.
A pesar de eso, el cansancio se difumina en cuanto vemos un destello de la eternidad en un rincón dormido, cuando se nos aparece esa belleza que la ciudad lleva dentro como el blanco luminoso que empleó Velázquez en el fondo de su Cristo crucificado para que la luz saliera desde sus mismas entrañas. Esa visión suspendida en el instante nos basta y nos sobra para reconciliarnos con esta ciudad de espléndido pasado, con esta Sevilla que sirve para que puedan medrar los unos y los otros, los que derrotan por el pitón izquierdo y por el derecho.
Una música rescatada de un amanecer de terciopelo y lana de merino, el olor de ese incienso que nos lleva de la mano a la infancia de una tarde santificada por la nostalgia, el sol descompuesto en su propio arco iris que besa una columna de piedra donde se asienta el silencio del Salvador, la sombra de un naranjo como la metáfora perfecta de la palabra ausencia, la emoción que traspasa la mirada para llegar a la almendra amarga del corazón… Son detalles que nos devuelven el orgullo íntimo de ser sevillanos, un orgullo que nada tiene que ver con el carrusel de vanidades que se lleva por delante la finura y la frialdad del sevillano según Unamuno. No hace falta pintarlo en una camiseta ni proclamarlo a gritos. Es mejor llevarlo en los hombros de la responsabilidad y en la firmeza del compromiso. Haber nacido en esta ciudad es algo más que un motivo de orgullo: es una forma como otra cualquiera de encontrarle un sentido a la vida.