Uno puede advertir muchas cosas en las ilustraciones de Nader Sharaf, como ese trazo limpio y elegante que le permite imprimir infinitos detalles a sus personajes o los tonos tostados con los que unifica el conjunto. Los amigos de las etiquetas verán algo indie, o puede que folkie en sus trabajos, pero también rigor histórico cuando se mueve entre épocas, ya sea replicando las estéticas estadounidenses de los años cincuenta o los largos pliegues del Medievo.
Porque la historia es tan importante cómo las formas de contarla. Sus personajes son actores de una función cotidiana. Dependen de su vestuario, de elementos de atrezo que hablan de su personalidad y función social (apostando en ocasiones por la simbología y el surrealismo) y unos escenarios parcos en detalle que ambientan sin hacerse protagonistas absolutos.
La clave es el equilibrio, la composición, las interacciones entre el cosmopolita y el escenario rural y las narraciones que, como en un cuento, nos trasladan a mundos maravillosos pero, a su vez, muy cercanos.