Arturo Capdevila escribió un poema titulado “Aulo Gelio” que pasó a las antologías de la literatura argentina. Es el retrato de un erudito alejado de la vida, feliz entre sus conocimientos vanos. Estos días, junto a Diego Kenis, hemos indagado en la relación que Bioy Casares establece con Gelio. Hoy vamos a desvelar por qué Capdevila fue tan importante para este conocimiento. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
Sí, “Gelio” se llamaba “Gellius” en latín. Sin embargo, en una estrofa del poema de Capdevila se nos ofrece un sutil juego con el nombre de Gelio, que aparece ahora denominado como “Agelio”. No es una errata del poeta, sino de un antiguo copista que confundió la inicial del praenomen “Aulo” con el propio nombre del autor, de forma que de “A. Gelio” pasó a interpretar “Agelio”:
Hoy todavía tu lector, Agelio,
en lánguida actitud te evoca y te halla.
Mientras boga tu barca a Grecia o Roma,
festín recuerdas y festín preparas.
Sorprende, cómo no, que Capdevila conozca este pormenor filológico de la tradición textual geliana. Las historias discretas de silenciosos copistas y filólogos que tanto nos apasionan a los estudiosos, pero que tampoco tienen que ver con las vidas heroicas. Compruebo sin esfuerzo que la fuente de esta noticia la extrajo Capdevila del propio comienzo de la introducción a Aulo Gelio escrita por Francisco Navarro y Calvo en su libro de Hernando, es decir, de la misma traducción de Gelio que utilizaron Cortázar y Bioy Casares, y que éste último consulta cuando, como yo mismo, se asombra de la peculiaridad del nombre “Agelio” al escuchar en boca de una amiga los hermosos versos. Esto es lo que nos cuenta Bioy:
Yo los repetí, y de pronto recapacité: Agelio, ¿por qué Agelio? ¿es posible que yo haya leído tantas veces este poema, haya recitado tantas veces estos versos, y que nunca me haya preguntado “por qué Agelio”? ¿O me lo pregunté, pero no tuve el coraje de revelar mi ignorancia? Ahora que lo tengo, pregunto. Mi amiga me propone una explicación que yo mentalmente había desechado: “A por Aulo”. “Yo no me atrevería a introducir en un verso a Acapdevila”, le contesto.
En casa recorro libros de consulta y por último apelo a mi ejemplar de las Noches áticas (este orden de investigación parece digno de los mejores profesores y estudiantes). En la primera línea de las “Noticias biográficas” del libro (Noches áticas, traducción de Francisco Navarro y Calvo. Madrid: Biblioteca Clásica, 1921) leo: “Aulo Gelio (o Agelio como algunos le llaman, por encontrarse consignado así su nombre en algunos manuscritos, sin duda por ignorancia de copistas que reunieron la inicial del nombre con el apellido de familia). (Bioy Casares, Descanso de caminantes, pp. 51-52)
Como vemos, ahora las piezas encajan al fin, pues en un solo texto quedan explícitamente unidos el traductor de las Noches Áticas, Francisco Navarro, el poeta Capdevila y, como lector de ambos, Bioy. Gelio, junto con Montaigne, hicieron posible el nacimiento de Bioy como ensayista, como cronista de pequeñas cosas, a menudo personales, que esconden, ante todo, la clave autobiográfica de la escritura. Hace unos días, paseando por Burdeos (en la imagen), recordé con gratitud todas estas cosas. FRANCISCO GARCÍA JURADO