Tirando de Wikipedia, de forma resumida, nos enteramos que: “La patente de corso era un documento entregado por los monarcas de las naciones o los alcaldes de las ciudades, por el cual su propietario tenía permiso de la autoridad para atacar barcos y poblaciones de naciones enemigas. De esa forma el propietario se convertía en parte del país o la ciudad expendedora.” Apuntada la definición, bajo tan sonoro título aglutina Pérez-Reverte la publicación de sus columnas periodísticas rompiendo los márgenes del significado, saltándose a la torera los otorgamientos de mandamases, fondeando el ancla, atracando o asaltando al abordaje lo que le sale de sus reales ganas. Da rienda suelta, según sopla el viento de las preocupaciones cotidianas, a sus filias y fobias expresadas con ironía respetuosa mezcla de sentido común, malaleche, ternura y melancolía.
Homenajea a los perros, amigos buenos, fieles y valientes; a los compañeros de profesión, colegas de andanzas, hermanos de duelos y quebrantos. Retrata a ciudadanos marginales (amiguetes algunos), ejemplares humanos con más verdad a cuestas que la propia vida. Reivindica los bares como refugio de la soledad a la vez oficina y hogar, lugares donde encontrar al amigo eterno, al de verdad, al de toda la vida, al Bogart nostálgico en Casablanca, y honra a los viejos hoteles, venerables en su solera decadente, mejor languidecer en el perpetuo ocaso a reciclarse en la modernidad superficial y hortera. Recuerdos de trincheras y ruinas entre las que surge la esperanza donde parece que no hay esperanza, estampas de guerra de ayer y de hoy, guerras de los abuelos, de los padres y de los hijos, viejas fotografías polvorientas en las que se adivina lo sucio y lo bello, lo claro y lo oscuro de la condición humana, rencores, envidias, el odio cainita tan español. Le duele España (sentimiento compartido), odre geográfico viejo que ha perdido la sustancia, la esencia, pueblo que ha vendido su alma a lo postizo olvidando lo que éramos y seguimos siendo, un atajo de pringaos; bajo la capa de diseño falso, pijopera, rezuma lo cutre, la ordinariez cañí, la chapuza castiza, la chusma maleducada, la suspicacia maledicente falta de humor, la zafiedad de las costumbres (que confunde la cordialidad con la grosería) como el empleo del tuteo en el trato sin venir a cuento (respetar las normas de cortesía es respetarse uno así mismo) o la moda veraniega en el vestir, estación donde la ropa además de aligerarse se usa florida, multiusos y de ofensivo mal gusto, el turismo ejemplifica la decadencia de Occidente. Denuncia las gilipolleces de cada día (eternas como la estupidez y el alma católica), la incultura y el atraso de distinto jaez, la incompetencia y el analfabetismo de lo políticamente correcto. Arremete, Tizona desenvainada, contra la falta de honestidad, los silencios cómplices, el periodismo miserable, los jefes mediocres y los politicastros demagogos, populistas, chanchulleros, sinvergüenzas, irresponsables y cobardes; nadie de los que mandan explica las cosas como debe y asume las consecuencias de sus decisiones, la culpa siempre es del otro. Se mete en charcos y charcones repartiendo estopa a diestro y siniestro separando churras de merinas, la mayoría de las opiniones suscritas con más razón que un santo, aunque a veces el santo puede atemperar la devoción de la feligresía cuando se muestra en actitud de mirar por encima del hombro, de estar de vuelta de todo, de me va usted a decir a mí que he vivido esto, lo otro y lo de más allá.
En uno de los artículos aquí recopilados, repasa el autor libros y revistas publicados en los últimos cien años, la máquina del tiempo funde el pasado con el presente, las cuitas de ayer resisten la comparación histórica del hoy, el mismo mal social y político, cuando no se ha incrementado, se mantiene vigente, igual sucede con esta suma periodística que suena tan actual a pesar de haber transcurrido más de una década desde que fuera escrita la última de las columnas, lo que dice muy poco a favor de la sociedad en la que vivimos y mucho menos de los poderosos y sus cómplices que, con el beneplácito de una crítica pastueña y un pensamiento acomodado, hacen y deshacen e imponen sus normas a las gentes que exprimen y putean.
Defiende la lengua castellana sin pasar por encima de ninguna otra. Defiende el mar, naturaleza libre y sentimental. Aún quedan cosas francas y hermosas.