Revista Cultura y Ocio

Asesinato-Capítulo 13

Por Gfg
Los informes y noticias que le había procurado su hija eran de lo más variopinto. Poco criterio. Ninguna priorización. Además, mucha de la información comenzaba en la época de los periódicos en internet. No antes, aunque había recopilaciones posteriores que aludían a su pasado. Qué curioso. Parecía como si para su hija la historia de la humanidad comenzase en los noventa.
A pesar de ello, había un buen recorrido de fotos en conferencias, en inauguraciones, o en fiestas sociales. Mato había sido un hombre atractivo, con ojos abiertos, tez pálida, pelo rizado y buena estatura. Tenía una mirada agradable, franca. Vestía impecable y parecía que le gustaba el estilo inglés, con sus abrigos de cachemire, sus trajes galeses, sus corbatas de nudo ancho y sus zapatos de cuero. Siempre sobrio pero lleno de distinción.
Esa imagen iba cambiando con los años, cuando se le empezaba a encanecer el pelo, a arrugar la cara y a inclinar su cuerpo, aunque se mantenía la constante de elegancia hasta los últimos tiempos, podría decirse que hasta casi el final. En las últimas fotos se le veía una ligera pérdida de compostura, como si en cierto momento hubiera pasado una raya invisible de no retorno, y no tuviese tan claro cuál era su lugar en la vida; como si el tiempo u otras circunstancias le hubieran desquiciado un tanto. Sólo en las últimas fotos del año anterior, en la recepción del premio honorífico de investigación a toda una vida, volvía a ostentar esa mirada de antaño, pero mucho más agresiva, más cáustica.
Le pareció curioso esa evolución física, pero sobre todo le pareció muy destacada su carrera profesional intachable, llena de saltos cualitativos que le habían permitido codearse con lo más granado del mundo científico en su especialidad a escala global.
Angel Mato había sido uno de los orgullos de El País. Nacido de una familia acomodada de la ciudad, con vinculaciones históricas con El Partido, había sido formado desde chico como uno de los líderes futuros en materia de investigación, para lo que estaba muy dotado. Apadrinado por algunos de los exiliados en México y en USA, había estudiado en las universidades de Zacatecas y de Standford, donde se había especializado en física nuclear como paso previo para ser algún día uno de los dirigentes de la central que se estaba montando en La Zona.
En Estados Unidos había pasado diez años en distintos puestos relacionados con esa materia hasta que, con la llegada de la democracia, había vuelto a la ciudad, ya formado y con pleno reconocimiento. En esa época Malpartida recordaba que la central nuclear había tenido una gran oposición social, especialmente por El Terrorismo que había amenazado y matado a varios trabajadores que llevaban las obras de La Eléctrica.
Desechado el proyecto por las autoridades por razones políticas y sociales, y parada la construcción de La Central, había buscado su salida profesional en otros países como Francia e Israel.
Con sus amigos en el gobierno, y cansado de vivir fuera de su tierra, Mato había sido invitado a presidir la Agencia de la Energía y, con posterioridad, el primer Centro Unico de Generación de Valor, dedicado a investigar en esas materias. Para eso se le había dotado de una infraestructura potente y de un presupuesto abultado.
Además, seguía siendo invitado por muchas universidades extranjeras para ofrecer conferencias o estancias en sus facultades, aparte de en la propia Universidad Pública –una de las peores del mundo, a pesar de su juventud y de los esfuerzos de su departamento de comunicación– que necesitaba de éxitos como los de Mato para poder captar recursos de las instituciones, ya que vivía ajena al mundo de la empresa por considerarlo demasiado vulgar.
No estaba mal, se dijo Malpartida. Era un tío interesante. Incluso había estado un par de años en El Gobierno. En los últimos tiempos había ido dejando responsabilidades y se había dejado seducir por la empresa privada, entrando en varios consejos de administración.
Cuando acabó de mirar las hojas, se dio cuenta que apenas había información sobre su vida privada. Probablemente Adriana no había encontrado nada relevante. Su mujer aparecía mencionada en algún evento público, poco más. Debía indagar esa parte de la historia, pero para ello convenía tener toda la información, en especial lo que le había pedido a la viuda y todavía no le había pasado. Le dejaría un par de días y, si no recibía lo que deseaba, se acercaría a su casa a recogerlo y, al mismo tiempo, a fiscalizar todo.

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