Cualquiera que haya vivido estos últimos meses en España no habrá podido substraerse de oír algo sobre el tremendo suceso acontecido cuando un padre de dos hijos, separado de la madre de ambos, durante una de las visitas otorgadas, mató a los niños y se deshizo de los cadáveres quemándolos con gasoil en una barbacoa. El caso, envuelto en toda clase de controversias, vio su sentencia el pasado viernes 12 de julio con un veredicto de culpabilidad dictado por un jurado popular que, en este país, es una cierta novedad jurídica.
Una materia que que ha suscitado múltiples comentarios es la personalidad del asesino parricida (se dice “parricida” genéricamente a quien mata a alguien de su familia directa, aunque en realidad es un “filicida”). Y no menos la imagen que presenta, ampliamente difundida en los medios, de un personaje frío, que mantiene una mirada fija, que apenas pestañea, como si todo el circo montado a su alrededor le fuera ajeno. El juicio paralelo que han montado algunos medios televisivos han incidido notablemente en este aspecto. Los antecedentes profesionales del asesino, antiguo militar, también han merecido consideración en lo que se entiende como la planificación de un asesinato con la pretensión de no dejar rastros.
Es evidente que las motivaciones–el despecho, el ansia de venganza contra su mujer–, la perversidad del método–empleo de sedantes previo, incineración de los cadáveres–, la actitud general del asesino y la difusión que le han dado los medios, van a hacer del caso algo que va a pervivir en las memorias de las gentes.
Pero el filicidio, el asesinato de niños por su padre, lamentablemente forma parte de la historia de la humanidad desde tiempo inmemorial. En éste blog nos hemos hecho eco de ello con anterioridad. No sólo la historia, sino también su expresión simbólica, la leyenda, nos muestra múltiples instancias. Desde Saturno devorando sus hijos, hasta Abraham compelido a degollar a su hijo Isaac.
El conocido antropólogo Marvin Harris explicó en uno de sus populares libros, Caníbales y reyes, lo común que ha sido el infanticidio a lo largo de la historia de toda la humanidad. Entre otras cosas como método de control demográfico. Parece ser que ese ejercicio de matar niños no es sólo materia de culturas primitivas o de leyendas más o menos remotas. Pero la aireación mediática del horror y la condena judicial, por ejemplar que pretenda ser, no me parecen suficientes para concienciar a las gentes que esto de matar niños es algo intrínsecamente malo.
X. Allué (Editor)