Podríamos regresar a los tañidos
del violín, a las arias de los oboes
dulzones, y escuchar los sonidos
íntimos de Gershwin por ejemplo,
dejándonos obre el Gran Cañón
las maravillas de una suite hecha
solo para cerrar los ojos, y sentir
al final la paz que nos trasciende,
el gozo que reposa en el espíritu,
casi siempre esquivo y tan silente,
tras de una larga mesa de oficina.
Eduardo López Pascual