Se acaba el mes de mayo y yo sigo sin poder con mi cuerpo. Qué agotamiento, que desgana, que calor… Seguro que esto es la astenia primaveral. Está claro.
¡Qué fácil es tener una excusa a mano!. ¿De verdad existe la tal astenia?, ¿no le podían haber puesto otro nombre, que este suena a gusano largo y da fatiga?. ¿No será que llevamos todo el invierno de un lado para otro, qué hemos comido mucho guiso para entrar en calor, que tanto sofá y manta aletarga?. Me pregunto, simplemente.
Y luego está el tema del cambio de armario (que ya hablé de esto en octubre, pero todo vuelve: Cambio de temporada (1)), que encima la ropa de invierno ocupa más espacio y no sé donde meterla. TENGO QUE GUARDAR EL EDREDON. A ver dónde.
Me parece muy bonito vivir en una zona con pinos alrededor, pero cuando estos pinos empiezan a soltar ese polvillo amarillo me da algo. Tengo los muebles blancos como si hubieran cogido ictericia.
Menos mal que (supuestamente y como resultado de las pruebas mil veces realizadas) no soy alérgica. Porque a pesar de todo me paso el día picajosa y estornudando.
Total. Que no soporto esto ya. Que acabe. Ya se me están empezando a hinchar los pies con el calor (porque todavía sandalias no me pongo que estoy muy cruda). Ya empiezo a tomar los sobrecitos de Venoruton para la circulación (que van muy bien y los recomiendo).
Que si las ferias, que si la playa, que si la madre del cordero. Yo no quiero ir a ningún sitio. Yo quiero dormir.
Uf.
Está claro: La primavera la sangre altera. No hay otra explicación.