Aquellos que seguís este blog por twitter, pudisteis ver que a finales del año 2017 acudí hasta Coyhaique, en el sur de Chile, para asistir el congreso internacional de Astrobiología 2017 organizado por la Unión Astronómica Internacional. Durante casi una semana asistí a magníficas ponencias, tanto de especialista invitados como de ponentes venidos de países muy distantes, desde EEUU a India, o Brasil e India, pero con Chile como mayor representante. Algo bueno tenía que tener ser los anfitriones.
En el congreso, además, se presentaron casi un centenar de poster encuadrados en diferentes aspectos que tratan la astrobiología, entre ellos uno mío, todo hay que decirlo.
Al decirle a mi familia y a mis amigos que iba a ir a un congreso de astrobiología me miraron con cara rara. A ver, o es astro (lo de las estrellas) o es biología (todo eso de los animalicos). Mezclar ambas cosas parecía juntar churras con merinas, pero en realidad no es algo tan raro.
La astrobiología es posiblemente una de las ramas científicas más modernas y con mayor progresión en las últimas décadas, sobre todo con los avances científicos en la exploración de nuestro sistema solar y del universo en general. Además, probablemente, sea la más multidisciplinar de las existentes en la actualidad.
Su propósito no es otro que buscar todos, absolutamente todos, aquellos condicionantes que han permitido, permiten y permitirán el desarrollo de la vida en el universo. Y no, no estoy hablando de buscar extraterrestres en Marte o en Encélado. Me refiero a que se debe estudiar desde las grandes nubes de polvo en los que se forman las estrellas, hasta los pequeños detalles donde bacterias forman estructuras imposibles de confundir con otras de origen inorgánico.
La astrobiología parte de un aspecto simple, pero a la vez problemático. Solo conocemos un lugar en el universo donde existe la vida y eso nos condiciona sobre los aspectos que han podido ser necesarios para que la vida se pudiera desarrollar. Solo conocemos un método y unas condiciones, pero no necesariamente tienen que ser las únicas, aunque partiendo de la premisa de que la química o la física se comportan, en apariencia, igual en cualquier punto del universo que conocemos, nada nos contradice a pensar que la vida (o la biología) se tenga porque comportarse de manera diferente en el universo.
Por esto el estudio astrobiológico del universo parte desde la formación de las estrellas que puedan encenderse con un tamaño similar al que tiene nuestro Sol, el cual es sumamente benévolo, poco violento y con una vida lo suficientemente larga para no consumir su hidrógeno rápidamente.
A partir de esta estrella deben surgir planetas que orbiten alrededor de la estrella. Preferiblemente planetas rocosos en los que fijar la posibilidad de réplicas de nuestra única Tierra y que solo quince años atrás eran fantasmas en el universo cercano que no podíamos detectar y ahora sabemos que hay miles dando vueltas. De momento la limitación es a planetas, porque seguramente a su alrededor tengan satélites, tal vez tan diversos como los del sistema solar y donde pudieran darse condicionantes aptos para la vida, como Titan o Encélado, pero de momento nuestros aparatos no llegan a detectarlos y mucho menos determinar cualquier característica.
Descendiendo más en detalle, debemos llegar a saber la posición de los planetas alrededor de la estrella y saber si la energía que le llega es suficiente para achicharrar su superficie o para dejarla como un témpano de hielo. Hablamos de la que se denomina zona de habitabilidad (o como diría Radio Skylab, zona de aguabilidad). Esta zona no nos dice que si pudiéramos montarnos en una nave y llegamos hasta el planeta podamos sobrevivir. Lo único que dice es que si se dan las condiciones oportunas, la cantidad de energía que le llega al planeta es suficiente para mantener agua líquida, una de las cuatro claves para que la vida que conocemos se desarrolle.
El siguiente punto es la necesidad de saber si este planeta posee una atmosfera y su composición. Esto que parece de ciencia ficción es fácilmente desarrollable en los próximos años con métodos de observación simples y conocidos. Una atmosfera con componentes orgánicos fundamentales (C-H-O-N-P-S) nos daría una segunda pata al banco necesario para que la vida se asiente (lo pilláis). El tercero sería la energía para que se desarrolle y el cuarto es el tiempo, como un buen potaje, para que los componentes y compuesto orgánicos puedan interaccionar hasta formas de vida activas, más allá de componentes simples.
A partir de aquí ya existen dudas sobre los parámetros necesarios y debemos recurrir a observaciones más cercanas dentro de nuestro propio sistema solar.
Uno de los elementos clave es la existencia de un campo magnético que ejerce como protector invisible sobre la radiación que llega desde nuestro Sol y que solo está presente en la actualidad en la Tierra entre los planetas rocosos. Este magnetismo está relacionado con una geología activa, muerta en la Luna y prácticamente desaparecida en Marte (parece ser que hace unos pocos millones de años se produjeron erupciones volcánicas).
Todo esto plantea dudas y más dudas, y nos muestra la necesidad de estudiar en con mayor profundidad lo que pasa ahí fuera. Y también a un nivel astrobioético, filosófico. Imaginar que un día las noticias anuncian el descubrimiento de vida o de pruebas inequívocas de que en el pasado la vida surgió en otro lugar del universo. Ese día dejaremos de estar solos, es día responderemos a una de las preguntas fundamentales de la humanidad. Lo que somos cambiará por completo a muchos niveles, desde los religiosos a los políticos, desde nuestra posición como seres racionales hasta nuestro futuro. Entonces deberemos estar preparados a cumplir nuestra responsabilidad. Espero que cuando llegue ese momento seamos lo suficientemente responsables.
Hasta entonces, tratemos de resolver nuestras dudas. Poco a poco, y sin parar.
Anuncios &b; &b;