Construir una central nuclear no es una tarea sencilla. Además del acero, el hormigón, la tecnología punta para ponerla en funcionamiento y el personal especializado, lo fundamental es el lugar donde emplazarla. Esto conlleva una parte de ordenación en la que existen muchas capas implicadas que nos lleven al emplazamiento ideal.
Según las regulaciones actuales en España, y a buen seguro en todos los países que tienen alguna central nuclear o centros donde se almacena material radiactivo, es necesario que el emplazamiento tenga una serie de premisas básicas. La primera y nada desdeñable, tal vez la mayor limitante, se trate del riesgo sísmico del lugar, algo que podría ser peligroso a buena cuenta de que la vida de los edificios e infraestructuras asociadas a la construcción deberán seguir en pie por miles de años para evitar el riesgo de fugas radiactivas. Todo un desafío.
A partir de esta postura obligada por el terreno, las políticas atienden a otros aspectos. Medioambientalmente se protegen zonas de ZEPA y parques nacionales. La existencia de ríos cercanos de caudal continuo, para refrigerar y poder generar la energía en la central. Para el completo desarrollo se buscan carreteras, autovías, redes de alta tensión. En política se trata de alejar de centros poblados de importancia, por encima de 100.000 habitantes, por una parte para evitar la presión que estos puedan ejercer sobre la construcción de la central o el centro nuclear y por otra para minimizar los daños humanos ante una posible situación de riesgo.Todos estos planteamientos entran dentro de una lógica aplastante, pero, como casi siempre, el estudio real del terreno, el punto exacto donde después de que todo tenga su OK, no está regulado.
En las instituciones parecen caer en el que todo vale, que es lo mismo construir en medio de un batolito granítico, que sobre una cuenca sedimentaria de 2.000 metros de espesor o en la ribera de un río y todo según un presupuesto marcado, del que, como no, siempre existen sobrecostes por aspectos no tenidos en cuenta y que la mayor parte de las veces es por aspectos no previamente estudiados y que suelen ver con la geología del lugar.
Esto es lo que está ocurriendo con el ATC (Almacén Temporal Centralizado),
donde están existiendo problemas con el terreno donde se pretende construir.Primero un poco de historia. En España no existe un almacén de residuos nucleares a gran escala. Solo existente en de El Cabril (Córdoba), donde se almacenan residuos de media y baja intensidad procedentes de hospitales, centros de investigación y centrales nucleares, pero los desechos de mayor intensidad, los producidos en los reactores, deben ser enviados a lugares preparados para ello y en este caso se envían a Francia.
Esto supone un coste muy alto y Francia exige cuotas más altas por recibir la basura nuclear de su país vecino. Por esta razón se decidió la construcción del ATC en 2009, planteando un concurso público por parte del Ministerio de Industria, para que aquellos pueblos que decidieran ser su sede plantearan su candidatura.
Aquí es cuando llegó la parte política. Se presentaron once candidatos de los cuales son seleccionados cuatro por “técnicos” del ministerio como los lugares más idóneos para la construcción del ATC a finales del 2010. Es cuando empieza un rosario de caídas cómicas. El primero de la lista, Ascó, se retira por presiones de la Generalitat de Catalunya. Zarra, en la comunidad Valenciana, por la presión pública a un alcalde con causas judiciales por corrupción (que raro). Quedan Yebra, en Guadalajara, cerca de la central nuclear de Zorita, que cae por la desacreditación de la presidenta de Castilla La Mancha hacia el alcalde de la localidad. Pero donde dije digo, digo Diego, y días después la misma presidenta decide dar beneplácito a que se construya en el último candidato: Villar de Cañas. Esto es parecido al episodio de los Simpson donde los buenos jugadores beisbol van cayendo por las más inverosímiles causas y solo queda el reserva, del reserva, del reserva, es decir, Homer.Una vez más política.
En mi opinión, sabiendo los once candidatos iniciales, no hubiera apostado nada por Villar de Cañas.
Se encuentra en la poco conocida provincia de Cuenca, en la zona centro sureste del país, donde un vistazo rápido en superficie se aprecia su relieve bajo y que la función principal del campo es la de proveer una agricultura de secano (famosos son los ajos conquenses).
Adentrándonos en el mapa geológico de la zona (hoja 661, Villarejo de fuentes E
1:50.000), el lugar propuesto por el municipio para la construcción del ATC se encuentra sobre unas capas de arcillas rojas, limos, arenas, conglomerados y yesos, de edad paleógeno-neógeno. Estos depósitos son de tipo abanico aluvial, con una última fase lacustre salina que permite la formación de los yesos de tipo primario.Estos y otros yesos, presentan a lo largo del área representada en la hoja, principios de karstificación en forma de pequeñas dolinas producto de la disolución y el colapso de los yesos citados, lo que es muy similar a los que se pueden encontrar al norte, en la provincia de Zaragoza, algo que se recordará por la construcción del AVE por la zona.
Pero el problema real surge al estudiar la geotécnia de los materiales citados. Estos presentan sulfatos y capas que pasan de ser impermeables (arcillas) a permeables (arenas). Los sulfatos, además de estar presentes en los yesos, se encuentran con las arcillas y las arenas, lo que hace que el terreno tenga una cierta agresividad. Esto quiere decir que si se quiere colocar un hormigón sobre esta superficie puede producirse una reacción indeseada con los sulfatos, al interaccionar aguas cargadas con sulfatos (aguas meteóricas) y el cemento que compone el hormigón, produciéndose ettringita, que es un gel expansivo que produce un daño en forma de fracturas en el hormigón, reduciendo su carga mecánica y por lo tanto la resistencia que este pudiera tener en un primer momento.
Claro está que me estoy refiriendo a hormigón de cimentación, pero el pliego de condiciones indica que el hormigón con el que se construya el ATC debería resistir el impacto de un avión durante su vida útil y por supuesto el terreno se podría tratar, pero la solución no es barata. Aquí llegan los sobre costes.
Una vez más se muestra el poco conocimiento o la poca razón que se hace a los geólogos cuando alzan la voz. Un simple visionado de la geología de la zona con el mapa geológico y la lectura del libro que lo acompaña, podrían haber dado una idea de lo que se podía esperar, pero la política a veces no entiende de razón científica, de datos puros y duros aportados por profesionales. Ahora la patata caliente del ATC debe de estar pasando de mano en mano y nadie sabe a quien le acabará explotando.