En cada intento de “estandarizar” la interrelación humana surge inevitablemente el tema de la Atención.Si se debe atender o no, si debe darse una atención total o parcial, si los niños deben ser atendidos en cada reclamo de atención o deben ser sometidos a dosis administradas de frustración.
Si las parejas deben darse atención continua, si esta atención limita o desgasta el vínculo, o si deben darse distancias (que pueden ser concebidas desde los pequeños espacios hasta las fronteras de la indiferencia) , y si estas distanciasfortalecen el deseo o lo degradan.
Se especula sobre la hegemonía de la atención sostenida, sobre la dividida o la selectiva, o sobre el valor de la atención voluntaria por encima la involuntaria y viceversa.
Se nos exige ser atentos, y se nos exige dejar de prestar tanta atención, se nos recuerda que la atención poder ser sinónimo de dependencia, pero que la desatención puede ser sinónimo de abandono.
Los padres se ven permanentemente bombardeados por el colecho, la atención constante, y la escucha empática activa, creativa y dedicada, pero al mismo tiempo se les dice que es necesaria la frustración temprana, la formación de espacios personales, la evolución de un individuo menos dependiente y más adaptable a través del “tiempo fuera”, y dejarlos aburrirse y desilusionarse.
Las parejas son incentivadas a crear juntas, limpiar juntas, comer juntas, cultivar huerto juntas, y al mismo tiempo el individuo es valorado en tanto sea capaz de darse espacio, atenderse a sí mismo, priorizarse, ser efectivo y eficiente en un trabajo que incluye llamados y reuniones en tiempos de descanso…
Entonces es inevitable entrar en un estado bordeando lo esquizofrénico en el que lo que prima es la frustración y el sentimiento de no ser suficiente, de no alcanzar.
Por todas partes surgen los cliché naturalizados del tipo:
- “El niño no se porta mal, sólo quiere atención”
como si en el mundo fuera del seno familiar, este fuese un modo de pedido válido de atención.
- “No quiere maltratarte emocionalmente, ¿es sólo que su inseguridad hace que quiera confirmar el amor todo el tiempo? “
Como si ese modo sádico de “confirmación”, no mordiera de dolor las entrañas de quien ama
- “Ella no es violenta, sólo está tratando de hacerse escuchar sobre los problemas que le importan”
Como si la destrucción fuera la ruta obvia de acercamiento en la búsqueda de detener la destrucción
- “El viola/golpea/hiere porque no recibió suficiente atención en su desarrollo emocional”
Como si cada uno de nosotros no fuera en edad adulta responsable soberano de quién quiere ser.
- “Ellos destruyen una sociedad porque quieren hacerse oir”
Como si gritar produciendo miedo y coerción (con la voz, con el gesto, con el poder) garantizara la comunicación.
Y entonces la atención deja de ser un valor, un privilegio
tanto en la entrega como en el recibimiento,
para volverse un derecho que no requiere valoración o retribución,
y una justificación para cualquier egotismo demandante.
Sin embargo, no se trata del modo correcto de la atención, ni de la técnica precisa de discriminación… se trata, como en todos los órdenes de la vida, del sentido.
De la lista de “Para qué” que rodela cada atención y de cómo esos “para qué” son o no funcionales al individuo que queremos realizar en nosotros mismos.
La palabra “atención” viene del latín attendere.
Originalmente compuesto por:
el prefijo ad- “aproximación
el verbo Tendere “Estirar”
el sufijo –cion “acción o efecto”
Podríamos decir que en términos etimológicos
ATENCIÓN significa
“la acción de estirarse hacia”.
Así que, como a cualquier otro estiramiento en nuestra vida, el análisis primario debería estar enfocado en el sentido que construye.
¿Esa atención que voy a dar, o que me es reclamada, o que estoy requiriendo, está dentro de los parámetros de lo que me es posible dar/sostener, de lo que me hace sentir bien? Y si no lo está, ¿qué significado tiene para mi ese posible estiramiento?, ¿qué me aporta, qué construye en mí?, ¿qué me dice de mí y del otro?
Se trata de saber sí, en términos de la persona que estoy siendo y/o construyendo, ese modo de amor pretendido (en la atención a dar y a recibir) suma, expande y abre posibilidades. Y de si esas posibilidades son para mi beneficio exclusivamente o pueden generar bien común entre el atendido y quien atiende.
O si, por el contrario, la atención requerida es producto de una inmadurez (cronológica o emocional) que tiene más de demanda egocéntrica y/egoísta que de la posibilidad de compartir en amor.
Pero aún en este caso, será necesario saber si estamos en condiciones de dar esa atención sin sentirnos reclamados, o abusados y entonces no sería un problema. O si acaso también entra en escena el hecho de que por más que a nosotros no nos moleste darla o recibirla (o incluso que nos de placer), no estaremos contribuyendo a la pérdida del sentido en caso de una relación, o de “de-formidad” en vez que de la formación del ser humano del que aceptamos ser responsables en nuestro rol paternal.
No pretendo saber cuál es la respuesta válida para cada una de esas preguntas, porque, de hecho, creo que la respuesta válida es la multiplicidad de respuestas, tantas como individuos y sus interrelaciones se presenten.
Sólo reflexionar sobre el pensamiento ANTES de la respuesta, sobre los valores que queremos fundar, los sentidos que queremos que construyan nuestra vida.
Para, de ese modo, evitar “REACCIONAR” a la atención en completa transparencia, movidos por paradigmas y mandatos que no nos pertenecen y en muchos casos nos destruyen, y empezar a ser ACCIÓN ATENTA desde el inicio mismo de la atención.
Uno de los requisitos iniciales del dar y el recibir es la disposición; y para poder estar dispuestos a dar y a recibir debemos saber en conciencia presente qué damos y qué recibimos…Y, sobre todo