Hace mucho que las leyes prohíben expresamente la discriminación laboral por razón del sexo. Sin embargo, las mujeres siguen teniendo desventaja en retribución y en promoción profesional. La principal causa estriba en los condicionamientos de la maternidad. Atender a la familia sin perder terreno en el trabajo es difícil, pero mucho más para una madre que para un padre. Ante un problema tan persistente como este, quizá habremos de pensar que hay algún error de planteamiento.
Hace mucho que las leyes prohíben expresamente la discriminación laboral por razón del sexo. Sin embargo, las mujeres siguen teniendo desventaja en retribución y en promoción profesional. La principal causa estriba en los condicionamientos de la maternidad. Atender a la familia sin perder terreno en el trabajo es difícil, pero mucho más para una madre que para un padre. Ante un problema tan persistente como este, quizá habremos de pensar que hay algún error de planteamiento.
Las mujeres son más en los empleos peor pagados, trabajan menos horas y tienen menos continuidad en la carrera profesional.
En 1963, el presidente John Kennedy firmó la Ley de Igualdad Salarial, que obligaba a pagar lo mismo a las mujeres que a los hombres por el mismo trabajo. Casi cincuenta años después, los demócratas y la Casa Blanca quieren impulsar otra ley para reforzar la igualdad de los sexos en las retribuciones. Motivos para aprobarla no faltan, aparentemente. Aunque desde 1963 se ha reducido mucho la diferencia de salarios entre hombres y mujeres, en los últimos veinte años el progreso ha sido muy lento. Hoy, las mujeres ganan todavía, por término medio, un 18% menos por semana que los hombres. Y la tasa de actividad femenina se ha estancado.
Sin embargo, los economistas creen que la nueva ley serviría de poco, pues la discriminación explica solo una pequeña parte de la desventaja femenina que aún queda: menos del 9%, según la profesora Francine Blau (cfr. The New York Times, 13-06-2012). Las mujeres no ganan menos porque les paguen menos por el mismo trabajo, sino sobre todo por tres razones: son más en los empleos peor pagados, trabajan menos horas y tienen menos continuidad en la carrera profesional.
En buena parte, eso responde a opciones tomadas por las propias mujeres, especialmente porque buscan los trabajos que les ofrecen más facilidades para atender a la familia. Pero eso mismo indica que no hemos hallado una manera de que las personas puedan cuidar bien a los hijos y a la vez desarrollar todo su potencial profesional. De modo que las mujeres ganan menos porque se dedican más al hogar, mientras los hombres están en la situación inversa.
Este es un problema general de Occidente por lo menos, aunque aquí lo ilustraremos sobre todo con datos de Estados Unidos, donde está más estudiado. Baste decir que en la OCDE, la diferencia salarial media entre hombres y mujeres es del 17% en contra de ellas (OCDE, Employment Outlook 2008).
Las mujeres casadas ganan menos que las que nunca se han casado, y las madres ganan menos que las mujeres sin hijos.Ellas son más donde se gana menos
Desde hace unas dos generaciones, las mujeres son la mayoría de los graduados universitarios. Deberían ser mayoría también en los trabajos que exigen más cualificación y dan más dinero, pero no es así.
Por ejemplo, los ingenieros ganan más que los profesores. Pues bien, en Estados Unidos, según un estudio de la American Association of University Women, las mujeres son solo el 18% de los ingenieros que se gradúan todos los años, y el 79% de los profesores.
Un acaso similar es el mostrado en un análisis publicado en 1990 en el New England Journal of Medicine (NEJM). Entre los médicos jóvenes, los hombres ganaban un 41% más que las mujeres, sobre todo porque ellas son muchas en medicina de familia o pediatría, y muy pocas en especialidades mejor pagadas, como cardiología.Trabajan menos horas
El mismo informe del NEJM decía también que de los médicos jóvenes, los hombres trabajaban 500 horas más al año que las mujeres. Como dice el economista estadounidense Thomas Sowell en un capítulo de su libro La economía: verdades y mentiras (1), las mujeres tienden más a los empleos con horario regular, y menos a los que piden horas extraordinarias abundantes e imprevisibles, como en los despachos de abogados, las consultoras, las gestoras de inversiones, la cirugía cardiovascular...
Sowell cita datos elocuentes de algunos estudios. Según uno de Sylvia Ann Hewlett y Carolyn Buck Luce en Harvard Business Review (diciembre 2006), de las personas pertenecientes al 6% con salarios más altos, el 62% trabaja más de 50 horas semanales y el 35%, más de 60 horas. Menos de la quinta parte de esos “hipertrabajadores” son mujeres, y esas pocas se declaran la mitad de dispuestas que sus colegas masculinos a seguir así cinco años más.
De ahí, como señala Sowell aduciendo estadísticas del Departamento de Trabajo de Estados Unidos, que la diferencia entre hombres y mujeres es mayor en el salario anual (23,5%) que en el salario por hora (17,2%). Que las mujeres tengan una semana laboral más corta es una fuente muy importante de su desventaja salarial. Pues en los trabajos estresantes se paga más, y aunque se pagara lo mismo, la menor dedicación media de las mujeres mantendría la diferencia. Claro que uno duda entre compadecer a las mujeres por no tener puestos tan bien remunerados y envidiarlas por negarse a jornadas laborales absurdamente largas.
Carreras discontinuas
La tercera causa principal de la desventaja salarial femenina actúa a largo plazo. Tres economistas, dice el artículo del New York Times citado arriba, siguieron la trayectoria de tres mil titulados en MBA de la Universidad de Chicago. Al principio, los ingresos medios de las mujeres eran el 88% de la media masculina, y quince años después habían bajado al 55%.
La explicación está, sobre todo, en que la carrera profesional de las mujeres suele tener interrupciones y reducciones de horario que apenas se dan en los hombres. Por ejemplo, cuando los graduados en Yale cumplen 40 años, siguen en activo el 90% de los hombres contra el 56% de las mujeres. Dice Hewlett: “Alrededor del 37% de las mujeres hacen un alto en algún momento de la carrera profesional, y la duración media de la interrupción es 2,2 años. Otras muchas reducen la velocidad, demorando intencionadamente el aumento de sus responsabilidades. El 36% de las mujeres altamente cualificadas ha tomado trabajos de dedicación parcial durante algún tiempo, han rechazado ascensos o han elegido puestos de menor responsabilidad”.
En consecuencia, al cabo de los años, ellas tienen menos experiencia laboral acumulada que los hombres de la misma edad. Esto perjudica sus posibilidades de ascenso, lo que a su vez se traduce en una desventaja salarial creciente con respecto al otro sexo. Esto, dice Sowell, debe de ser buena parte del “techo de cristal” que impide a las mujeres acceder a puestos elevados, a los que solo se llega tras larga experiencia.
Según un estudio publicado en Industrial & Labor Relations Review, en Estados Unidos solo el 2,4% de los cargos directivos de supremo nivel están ocupados por mujeres, y las que los tienen reciben una retribución media un 45% menor que la de los hombres. Lo primero se debe sobre todo a que hay menos mujeres con la experiencia requerida para esos puestos; lo segundo, a que las mujeres en tales puestos están mayoritariamente en empresas más pequeñas, que pagan menos.
El efecto maternidad
La mayor parte de la desventaja salarial femenina obedece, pues, a diferencias de ocupación, jornada laboral y experiencia acumulada. Cuando se comparan hombres y mujeres de condiciones y circunstancias estrictamente iguales, dice Sowell, sale un caso en que ellas ganan más. Son las que tienen título universitario, trabajan a tiempo completo, tienen entre 40 y 64 años, no tienen hijos y no se han casado nunca: ganan de media 47.000 dólares anuales, 7.000 más que los hombres de las mismas características.
Sowell muestra que el matrimonio y tener hijos tienen efectos opuestos en las ganancias de hombres y en las de mujeres: los hombres casados ganan más dinero que los solteros en situación similar; en cambio, las mujeres casadas ganan menos que las que nunca se han casado, y las madres ganan menos que las mujeres sin hijos. Las madres, al dedicarse en general más a la familia y el hogar, permiten que sus maridos trabajen más fuera de casa, ganen más dinero y asciendan sin las interrupciones y recortes de jornada que retardan el progreso de ellas.
Discriminación de fondo
Tales renuncias femeninas tienen su lógica. Desde el punto de vista individual, la mayor dedicación de la madre a atender la familia es un coste de oportunidad. Pero desde el punto de vista familiar, es una inversión en la carrera de él, de la que se benefician también ella y los hijos. (Claro que en caso de divorcio, se pierde, en parte, la inversión de la mujer en la carrera del marido y se hace efectivo el coste de oportunidad).
Además y en primer lugar, el éxito profesional no es todo en la vida, y muchas mujeres concluyen que no vale la pena si es en menoscabo de la felicidad de tener hijos y criarlos. Y como esa es la opción libre de tantas que quieren ser madres, ante la dificultad de lograr la igualdad de salario y de oportunidades para ellas, una posible respuesta es simplemente renunciar a semejante meta, que en muchos casos no parece interesarles. Lo que no se puede permitir es la discriminación; pero si la desigualdad es consecuencia del distinto camino que toman las mujeres, no hay nada que objetar.
Pero aunque no haya discriminación directa, aún hay que preguntarse si las reglas del juego son justas para las mujeres. Supongamos que ellas deciden libremente, pero solo entre las opciones que efectivamente tienen. Si, de hecho, ser madre implica casi siempre rebajar las aspiraciones profesionales, se desincentiva la maternidad.
Cabe pensar, en fin, que existe una especie de discriminación de fondo, porque la organización del trabajo, su valoración social y su remuneración, los sistemas de promoción, están concebidos de forma que dejan en desventaja a las madres (y a los padres, pero de hecho en mucho menor medida). Todo eso es lo que se debería cambiar.
Colaborador: Rafael Serrano