Editorial Tropo.
176 páginas. 1ª edición de 2014.
Hace dos años comenté en el blog
la novela La estación baldía de Javier
Serena (Pamplona, 1982). Y conté también cómo conocí a Javier en una
reunión de poetas. Desde entonces hemos cambiado alguna impresión por internet,
hemos coincidido de casualidad en la Feria del Libro de Madrid; y hemos quedado
dos veces más para hablar de libros. En una me comentó su lectura de mi novela El
hombre ajeno, y en la otra, durante el último diciembre, me regaló su
nueva novela Atila, una semana antes de que llegara a las librerías.
Atila además de ser el nombre de la última novela de Javier (acompañado
del subtítulo Un escritor indescifrable)
es el título del último libro que escribió antes de suicidarse en el París de
1990 Aliocha Coll, escritor, nacido
en Madrid en 1948, aunque educado allí de donde eran sus orígenes: Barcelona.
Aliocha Coll es el personaje central de la novela de Javier Serena.
Cuando Javier me comentó que su
nueva novela iba a aparecer en la interesante editorial zaragozana Tropo me
preguntó si me sonaba el nombre del escritor secreto, o maldito, o lunático,
Aliocha Coll. Resultó que yo recordaba su extraño nombre (en realidad un
pseudónimo en honor a uno de los personajes de Los hermano Karamazov de Fiodor Dostoyevski; su verdadero nombre
era Javier Coll) de una semblanza
aparecida en el Abc cultural escrita
por Patricio Pron (se puede leer
AQUÍ). Entre otras cosas, Aliocha Coll es famoso (y nunca este adjetivo ha sido
tan mal empleado, porque Aliocha Coll no es famoso en absoluto) por ser el
único autor de la agencia literaria de
Carmen Balcells que no consiguió alcanzar ningún tipo de éxito. Javier
Serena supo de Aliocha Coll a través de algunos cuentos o artículos de Javier Marías, que frecuentó su amistad.
La figura de Coll creció en la fantasía de Javier Serena (nos cuenta en el
epígrafe del libro) hasta desembocar en la ficción que hemos leído al
acercarnos a su Atila, una ficción
mucho más convencional –apunta Serena- que la propuesta por Coll. “Un tipo de
literatura más bien imposible”, apunta Marías que era la de Coll.
Coll publicó en la Alfaguara de
1982 la novela Vitam venturi saeculi, un libro al parecer rompedor y
vanguardista, de difícil lectura. Coll, procedente de una familia burguesa
catalana, después de abandonar la carrera de medicina se traslada a París para
ser un bohemio, o un mártir, de la literatura. Coll no quiere trabajar y
escribir, no quiere replegarse a ningún convencionalismo social, sólo quiere
escribir desde la pureza, sin ningún imperativo comercial. Esto le acaba
conduciendo, pese a su cultura y su inteligencia, a un tipo de escritura
minuciosa y oscura, una escritura de la que él parece ser el único receptor
posible; una literatura no ya complicada sino incomunicable. Y a pensar de
esto, su última novela Atila,
apareció póstumamente en la editorial Destino.
En esta novela, Serena no trata
de reconstruir la vida real de Aliocha Coll, sino que a partir de una imagen
central, obsesiva para él –la del escritor que se va aislando del mundo, tan
absorto en su obra que llega a olvidarse de vivir, e incluso que llega a
olvidar que el objetivo de una novela debería ser el de entretener o comunicar
a otros- inventa una ficción. Los personajes secundarios del libro (el padre de
Aliocha, o su primo, o el narrador) son inventados. Según el nombre que aparece
en la wikipedia, el padre del Aliocha real tiene un nombre diferente al de esta
ficción. Y pese a que los rasgos esenciales de la vida de Aliocha están
extraídos de la realidad, las peripecias narrativas que describe Serena en Atila son ficcionales.
Atila está contado por un narrador sin nombre del que llegamos a
saber que es periodista cultural de una revista llamada El paseante. Conoce a Aliocha, primeramente de forma postal, a raíz
de tener que preparar un artículo sobre los nuevos narradores españoles de los
80.
La novela comienza en febrero de
1990, y por tanto unos meses antes de que Aliocha se acabara suicidando en
octubre de ese año. La idea del suicidio está adelanta en la narración desde la
página dos, convirtiéndose en un leitmotiv del libro. El lector sabe que la
novela acabará con la muerte de Aliocha. Atila
comienza con una de las últimas visitas a París del narrador para encontrarse
con Coll, su amigo cada vez más desvalido. En la segunda parte (que comienza en
la página 43) el narrador retrocede en el tiempo para hablarnos de cómo conoció
a Aliocha tres años antes. De tal modo que la novela está narrada a partir de
la muerte de Coll.
Cuando comenté La estación baldía apunté que el estilo
de Serena era denso en metáforas, y que a veces caía en un exceso de
adjetivación. Cuando comencé a leer Atila,
tras las primeras páginas, tuve la impresión de que el estilo denso en
metáforas y frases largas de Serena seguía cayendo en el exceso de
adjetivación, pero tras unas primeras dudas iniciales, he de señalar que este
ligero problema, este titubeo de su novela anterior, ha sido superado con una
escritura en la que lo perdido en densidad descriptiva se ha ganado en
elegancia narrativa.
El narrador reconstruye la vida
de Aliocha desde la fascinación y el respeto. Duda del sentido de la obsesión
de Aliocha pero no de su pureza: “Hacía muchos años que Aliocha ya estaba
atrapado sin remedio en un infierno circular: había puesto tanto empeño en
escribir, que había terminado sordo y ciego, extraño a todo cuanto le rodeaba,
tan desorientado frente al vértigo del mundo que sus libros estaban abocados al
más sólido hermetismo.” (pág. 77) “Era lo
mismo que culparle por haber luchado hasta la locura y el fracaso por
cumplir su sueño de escritor.” (pág. 118)
“Si había una razón por la que
emprendía aquellos viajes no era otra que conocer mejor esa extraña fiebre que
padecía desde hacía tanto tiempo. Era un hombre verdadero como pocos, con una
mente lúcida e impenetrable al mismo tiempo, infundido de tal talante épico que
a veces parecía que viviera en la ciudad igual que si la hubiera conocido cien
años atrás, perdiéndose en largas rutas que le conducían por brumosas
callejuelas pobladas de leyendas y por los cementerios apartados de los
artistas condenados.” Así nos habla el narrador en la página 72 sobre los
motivos que le llevan a acercarse a Aliocha. Serena utiliza en esta novela la
técnica del narrador testigo, el periodista cultural sin nombre que cuenta la
historia nos acerca al personaje retratado desde su experiencia directa, a través de las conversaciones telefónicas
que tiene con Carlos Valls, el primo de Aliocho, o desde la mera conjetura.
Creo que la novela hubiera
mejorado si la información suministra al lector sobre este narrador hubiera
sido mayor. Estoy pensando en Nick Carraway, el narrador testigo de El
gran Gastby de Scott Fitzgerald,
encargado de acercarnos a la vida de Gastby; o en el Arturo Belano de Estrella
distante de Roberto Bolaño,
que nos acerca a la vida de Carlos Wieder. El narrador testigo de Atila nos introduce en la vida del
personaje de la obra y si a través del retrato de Aliocha en este caso, nos
hubiera acercado más a él mismo, a un personaje con sus luces y sombras
particulares, la novela hubiera podido alzar más el vuelo. Sin embargo, no
quiero con este matiz de forma, con este juego de la novela que podría haber
sido, afear el logro conseguido por Javier Serena en Atila: el uso de un lenguaje elegante para mostrarlos, a través de
vívidas escenas de desesperación y efímeros brotes de vida, la esencia de un
ser –Aliocha Coll- atrapado por la literatura, víctima y paladín trágico del
arte de la novela.
Me comentó Javier Serena que las
novelas de Aliocha Coll están en la biblioteca del Retiro, y que debería
echarles un vistazo. Lo hice. En un sillón de la biblioteca leí algunas de las
páginas del Atila de Aliocha Coll: una
escritura hermética, incomunicable, extraña, tal vez culta y elegante. Una literatura de la diferencia.