Tan extraño para la mente humana es concebir un espacio sin su tiempo como un tiempo sin su espacio. Sin embargo, a pesar de que las disciplinas de la geografía y la historia aceptaron desde el principio ir siempre agarradas de la mano, la combinación rara vez desciende del universo perfecto de las ideas al mundo incompleto de lo comprobable y comunicable.
Con este blog del viajero medieval juego a desdibujar la frontera entre estas dos dimensiones de la experiencia personal. Más apropiado hubiera sido hacerlo desde la Física, desde el relativismo einsteiniano o la mecánica cuántica. Pero me ha tocado hacerlo desde la perspectiva antropológica o histórica. Así las cosas, no hay mejor remedio que fijarse en como abordó la situación la tradición antigua. La tradición semítica entendía que el tiempo comenzaba en el Oriente, de donde provenía el sol y estaba situado el Jardín. Todo movimiento hacia el Este era por tanto un movimiento hacia el Origen y el desplazamiento hacia el Occidente lo era también hacia el Porvenir. El movimiento del hombre italiano, catalán, tangerino o tunecino discurría por un mundo de obstáculos y bendiciones físicas pero si le tocaba compartirlo y argumentarlo, el viaje siempre atravesaba algo del espacio y algo del tiempo.
Mis investigaciones sobre los viajeros medievales del siglo XIV estuvieron desde el principio atravesadas por una sospecha; la del cambio radical a los ojos de las elites latinas del valor de los emigrantes, los mercaderes, los mendicantes y hasta los renegados que de ser despreciados pasan a convertirse en potenciales agentes de expansión y cambio (olé por las elites latinas). Eso me ha ido llevando a una indagación menos sosegada y más compleja por los registros de la política y el pensamiento europeo y, cómo no, hacia los orígenes de la llamada Modernidad.
Digo menos sosegado porque de haberme conformado al conocimiento en profundidad de esos extraordinarios viajes que por primera vez pusieron en contacto un Occidente encogido y provinciano con el fabuloso Oriente ahora estaría escribiendo libros sin parar y dando charlas ante audiencias fascinadas por el yoga, el budismo, los reyes magos, el preste Juan, Marco Polo, los sufíes y toda esas leyendas que desde hace setecientos años pululan la mente inquieta y a veces atormentada de nosotros los vástagos de la modernidad – Aquí queda como prueba el link de la entrevista radiofónica que me hicieron los de Radio Euskadi el siete de marzo en el programa “La mecánica del caracol” (a partir del minuto 24) . Ya no tiene remedio, pero como ya me ha ocurrido otras veces, sé que la presentadora esperaba algo menos tiquismiquis. Ea.
No, pero lo que de verdad me ha estado ocupando seriamente estos últimos y largos meses ha sido dos proyectos de investigación sobre el desarrollo – i.e. la proyección en el tiempo y el espacio – de esa nueva manera de ver el mundo a través de los ojos de los descontentos y la necesidad de crear un ámbito donde la antagonía fuera absorbida y neutralizada mediante la fragmentación, la destrucción de alguno de los grandes consensos de la familia humana y la creación en su lugar de las bases para una confluencia de intereses limitada tanto en duración como en extensión. Esto es para mí uno de los rasgos más sobresalientes de la Modernidad, bien difícil de detectar pero por otra parte presente en los terrenos de la literatura (la novela), la cultura (el método empírico), la política (la teologizazión del estado) etcétera…
Dichos proyectos no han dejado aun de ser proyectos. Formalmente siguen aspirando a encontrar financiación bien de la EHESS bien de la UNED. Ambos tratan de la aplicación de la ideología de Recuperación a los siglos XV y XVI y el espacio Atlántico. Es decir, de la influencia del enfrentamiento mediterráneo entre musulmanes y latinos en la configuración del Nuevo Mundo. Este conflicto, que desde la orilla cristiana del Mediterráneo fue afrontado como un conflicto total que requería la alineación de todo tipo de intereses y la refundación de las bases de la teoría de dominio, fue lo que animó desde el principio la navegación hacia el Atlántico o al menos la involucración de las elites políticas europeas en las empresas comerciales y de exploración de las costas africanas y el Plus Ultra.
Se trata de una línea de investigación bien transitada últimamente bajo la denominación de Historia Atlántica que cada vez es más sensible a su raigambre mediterránea. Desde sus sospechosos orígenes a mediados del XX, coincidentes con el despliegue de la OTAN, los primeros apóstoles de la Historia Atlántica se preocuparon por su aspecto más septentrional y tardo-moderno. El vínculo lo proporcionaban los mitos revolucionarios de fines del XVIII y su circulación entre las élites burguesas del Nuevo y el Viejo continente. Casi inmediatamente se sumaron a estas odas miradas menos complacientes con los éxitos de Modernidad como los estudios sobre la circulación de esclavos entre África y las Antillas o la fluidez un tanto al margen de la iniciativa europea de los contactos entre el Índico y las colonias luso-españolas. Ya hace tiempo que la cosa ha transcendido los círculos académicos y cuestiones sobre el café, la patata o la base rítmica afro-latina del jazz y otras músicas actuales se han convertido en vox populi.
A mí lo que más me interesa es ver es cómo esos primeros agentes de exploración y comercio de las Indias Occidentales compaginaron una tradición ampliamente gobernada por una cosmovisión provinciana, mesiánica y fatalista con las exigencias de un nuevo modelo positivista y redentor de colonización y conquista; cómo el conquistador, el hidalgo o el pequeño colono extremeño respondió a las exigencias de un nuevo paisaje y a las exigencias no menores de adecuación a una nueva teoría del poder que preconizaba un derecho de dominación total, no tanto sobre las personas y sus espacios sino sobre la Creación y su Futuro.
No es este el lugar para profundizar en un pensamiento en construcción. Pero no deja de ser un hecho significativo que desde hace solo unos días estas reflexiones estén gobernadas por el sol de El Salvador. Y que os voy a decir: mi estreno en Centro América está siendo marcado por la perplejidad. El que no cuente con más que una cosa tan parecida a mi lengua materna para comunicarme con un universo tan distinto ciertamente agrava esa sensación jugetona de que el tiempo y el espacio ocupan lugares intercambiables. ¿Qué hace en Suchitoto un pueblo manchego amueblado con hamacas, poblado de mangos y gobernado por un volcán?
Mientras escribo ésto Mr. Obama sobrevuela San Salvador. Hace solo unos días dieron aquí la voz de alarma por un tremendo tsunami que comenzó en Japón y ha alterado el eje de la Tierra. En mi antigua casa, al ladito al ladito, siguen mis hermanos musulmanes a tiros contra los tiranos y resulta que en Libia lo que han conseguido es atraer más tiranos con insaciables ansias depredadoras… En fin, permitidme que de entre tantas razones para la perplejidad escoja la más íntima. Nada más llega al Salvador dio un concierto Serrat. Un concierto memorable como seguramente lo sean todos del cantautor. A mí el público me pareció inusitadamente entusiasta y Serrat se adivinaba conmovido. De todas, la canción más coreada, hasta el punto de que Serrat prácticamente no abrió la boca fue, Mediterráneo…
Ya me dirán…