Revista Viajes

El corazón de san salvador

Por Toni
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EL CORAZÓN DE SAN SALVADOR

Plaza de Armas. S. XVIII

La Vieja San Salvador tiene la rara facultad de conservar en un estado de absoluta sinceridad cien años de la historia del país; los cien años de mayor esplendor, lujo, ambición, extravagancia y también buen gusto. Los conserva como la naturaleza conserva los fósiles, sin querer, sin cuidado y sin propósito. Algunos son embriones de futuras ruinas; otros ya son escombros adultos. Una vieja tradición islámica dice que las ruinas son el hogar favorito de los genios. Por eso a los salvadoreños asusta el centro de su capital. Pero si uno escucha con atención los susurros de esos espíritus verá como ante sus ojos toma vida un pasado preñado de ensoñaciones pero incapaz a la postre de burlar las exigencias de la naturaleza, los dioses y el alma de los hombres.

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Plaza Morazán 1902

La ciudad es una de las más antiguas de toda Centroamérica y al igual que sus hermanas ha sucumbido numerosas veces a las catástrofes naturales. San Salvador conserva sin embargo vestigios de su pasado colonial, algunas fachadas novohispánicas, mesones con decoración mudéjar y la configuración de sus calles y sus plazas a base de cuadrículas exactamente alineadas con los puntos cardinales al estilo de los campamentos de guerra romanos. La independencia fue un regalo del cielo que la alta burguesía criolla pasó varias generaciones disputándose y utilizando como pretexto para el exterminio de las últimas formas de vida tradicional.
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A finales de la década de 1870 la propiedad compartida (comunal) y la asociación religiosa entre iguales (cofradía) fueron abolidas y con ellas el último fundamento de la organización social indígena. Una exquisita droga empezaba a ser consumida de manera masiva en las antiguas metrópolis. La producción de café requería cierta inversión tecnológica, tierras ricas y de altura, abundante mano de obra y una cuidadosa aritmética en la organización del trabajo. En cuanto las modernas élites salvadoreñas aprendieron a neutralizar jurídicamente la resistencia indígena (no debió ser fácil convertir el ocio en una actividad delictiva, por ejemplo) grandes cantidades de capital empezaron a llegar al paisito desde las capitales de las Europas y las Américas blancas.

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Residencia Quiñonez. Años 20


La capital de El Salvador fue uno de los principales depositarios de los excedentes de la nueva, racional y eficaz producción agrícola. La otrora pequeña capital de provincia de un reino periférico de un imperio a la deriva, se convertía de repente en la “París de Centroamérica”.  De Carrara fueron importados los mármoles más puros esculpidos por las más habilidosas manos italianas. De Cataluña y de Bélgica llegaron láminas metálicas con intrincados y caprichosos diseños. Los más insignes arquitectos y diseñadores que el dinero pudiera comprar llegaron de Europa y Estados Unidos así como artesanos y mercaderes chinos, turcos, árabes, rusos, judíos y quien sabe que otras naciones de la Tierra toda. De allende los océanos y los siglos llegaron también los estilos arquitectónicos del siglo XIX, los historicismos neomedievales, neogriegos, neobizantinos, neorrenacentistas, neobarrocos… San Salvador era poseída por un pasado ajeno, un nacionalismo lejano y un romanticismo fingido que inundaba sus calles y su Ilustre Cementerio.

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Calle Rubén Darío. Años 20


Ya a principios del siglo XX la ciudad poseía una fisionomía característica (y no del todo desprovista de excelentes muestras de arquitectura ecléctica) que la hacían sobresalir por encima del resto de las ciudades de la región. Los continuos quebraderos de cabeza provenientes del campo exigieron mano dura y paternal represión. El punto crítico llegó a principios de 1932 cuando una amalgama de indígenas, campesinos pobres, desterrados y comunistas (los primeros de América) tomaron las cumas y usurparon el poder en algunas plazas menores del occidente salvadoreño. La reacción del gobierno (ya para entonces militar) fue inmediata, contundente y ejemplar dejando regados los campos de cadáveres que en el más optimista de los cálculos se cuentan por decenas de miles.

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Paseo frente a Palacio Nacional. Años 30

La apuesta dio los frutos esperados, la élite burguesa se amplió enormemente y rindió su peculiar homenaje a la ciudad. A partir de los años 30 del siglo XX pocas casas del centro pasaron sin ser renovadas en los nuevos estilos modernistas. Cada vecino asumió la tarea de rivalizar con el contiguo en creatividad, capricho y fantasía. El movimiento que en su conjunto se conoce como art noveau, en El Salvador se convirtió en un abigarrado desfile de formas y colores unas veces con claras reminiscencias mediterráneas, centroeuropeas, anglosajona o asiáticas y otras claramente americanas, hispanoamericanas o exclusivamente locales. Durante los años 40 y los 50, las huellas dejadas en San Salvador por los nuevos estilos internacionales y el art decó sirvieron para marcar el ritmo ascendente de la maquinaria moderna.

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Calle Comercial años 30


En los años 60 El Salvador se convertía en el tercer exportador mundial de café, el país más industrializado de toda la región y el más visitado por los turistas. La revista National Geographic hacía públicos unos sofisticaos malabares estadísticos que hacían de El Salvador el mejor lugar del mundo para vivir. El país atraía grandes inversiones de capital estadounidense junto con sofisticada maquinaria industrial y los mejores medios de transporte. La nueva promesa de una verdadera “Revolución Verde” propiciada por la agroindustria (fertilizantes y pesticidas derivados a base de petroquímicos) encontró en El Salvador el más fértil de los terrenos


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Plaza Morazán años 50

El centro capitalino, fiel a su vocación escaparatista, acogió de nuevo lo mejor de las tendencias internacionales y ahora sus edificios empezaban a hablar los lenguajes de la bauhaus, el funcionalismo, el organicismo, el brutalismo, etc., llegando en ocasiones a elevadas cotas de excelencia creativa (ver sino El Rosario de Rubén Martínez). El más exaltado espíritu triunfalista dominaba todas las esferas de la vida pública del país. Los males del pasado, los siglos de contradicciones y confrontaciones, parecían conjurados para siempre. Nunca en cambio la apariencia resultó tan engañosa. El poder económico, los inversores extranjeros, el ejército y los grandes medios de comunicación pasaban por momentos de intensa autoafirmación que de nuevo los condujo por la senda del exceso. Durante los 70 se produjeron al menos dos clamorosas violaciones de la voluntad democrática del pueblo, se perpetraron varias matanzas de civiles en la universidad y en otras plazas públicas, acabando por institucionalizarse los infames Batallones de la Muerte para la liquidación rutinaria y fulminante de opositores, campesinos, estudiantes, proletarios, mujeres, niños, curas, monjas y el mismísimo obispo de El Salvador. El centro sigue hoy exhibiendo en algunos de sus muros y sus puertas de hierro las huellas de las balas asesinas.

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Plaza Libertad años 60


La guerra de los Ochenta convirtió la capital en un bastión sitiado. Más de medio millón de salvadoreños migraron del campo a la ciudad durante los primeros años del conflicto. La economía dejó de crecer, los inversores se retiraron, los puentes y autopistas fueron volados y los pesticidas agroquímicos arruinaron los campos creando superplagas que aún hoy, cuarenta años después, siguen imposibilitando el cultivo del algodón en las tierras salvadoreñas y mantienen sus aguas subterráneas altamente contaminadas. Pero la ira de Dios todavía encontró una manera más explícita de hacerse notar. El 10 de octubre de 1986 un sismo de 7.5 grados de intensidad y 10 segundos de duración destruyó el 90% de los edificios del centro de San Salvador, matando a 1.200 personas, hiriendo a 8.000 y dejando sin hogar a 200.000.

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Gran Hotel San Salvador. 
Av. España. Años 70


Los edificios más altos y lujosos fueron los primeros en caer. El Gran Hotel, el Edificio del Café, la Biblioteca Nacional, el Ministerio de Educación, el Edificio Comercial, la Lotería Nacional, el Rubén Darío… Las ruinas de algunos de estos majestuosos colosos rendidos siguen hoy esperando a ser retiradas y la mayor parte de los edificios supervivientes está técnicamente inhabilitada para la vivienda. Desde entonces el centro de la ciudad ha perdido sus líneas rectas. Paredes y estatuas cívicas aun siguen dobladas, como humilladas ante el furor de la madre tierra.

Las élites y las autoridades se retiraron definitivamente del centro y con ellos sus extravagancias y sus derroches. Las nuevas líneas rectas (cada vez más rectas, cada vez más altas) están al oeste de la ciudad, rodeadas de amplias avenidas y alambres de espino. El centro en cambio quedó desahuciado y a punto estuvo de desaparecer como desapareció el centro de la Managua de los Somoza. Sin embargo, la densidad demográfica de El Salvador, la particular fisionomía del “Valle de las Hamacas” y las mareas de refugiados provocadas por la guerra inauguraron un nuevo destino para el centro histórico de San Salvador.

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Loteria Nacional. Segunda Av. Norte.

Años 70

El centro es en realidad un enorme intercambiador donde aun hoy más del ochenta por ciento de los medios de transporte público comienza o termina su ruta. Sus usuarios son por lo general los más pobres del país y en torno a ellos se ha desarrollado un vibrante comercio de minucioso menudeo que satisface sus necesidades al menor de los precios posibles. Los artículos ofertados son vendidos generalmente en unidades en el último nivel de subdivisión (pañales, clavos, tomates… por unidades) y los exiguos márgenes de beneficio de los comerciantes dependen en su totalidad del volumen de venta; es decir, de extenuantes jornadas laborales de más de doce horas o tantas como dure la luz del sol sin dejar de ofrecer el producto con una voz adecuadamente modelada y distinguible del resto.


El Alcalde Morales Ehrlich sancionó la iniciativa popular espontánea el mismo año del terremoto y entregó una sección de la calle Rubén Darío desde la Catedral hasta la Plaza Hula Hula a los vendedores ambulantes. A partir de entonces el mercado al aire libre se fue extendiendo hasta cubrir la mayor parte del centro histórico (la sección oficialmente conocida como Perímetros A y B) arrebatándole el paso a los vehículos y llegando en ocasiones a techar calles enteras a lo largo de varias cuadras.


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Biblioteca y Ministerio Educación en

Calle Delgado frente a Excuartel años 70

La oferta es variadísima y tiende a agruparse por gremios. Aperos de labranza, herramientas, herrajes, ropa, muebles, libros, discos, juguetes, electrodomésticos y muchas, muchas peluquerías. Abundan productos raros de encontrar en otras partes de la ciudad como yerbas y plantas medicinales, productos mágicos y esotéricos, objetos de culto así como la variada e imaginativa producción alfarera de raíces indígenas; también petates, morrales, matatas, cebaderas y todo tipo de pequeños y gigantescos canastos de fibra vegetal; caites, delantales de mil encajes, sombreros de paja y hamacas… Entre los puestos abundan las preparaciones rápidas de comidas y bebidas típicas como pupusas, pasteles, tamales, tortas, frescos, horchatas... En algunos lugares se concentran en grandes cantidades y ofertan productos más sofisticados como hamburguesas y cervezas. 

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Azotea del Gran Hotel San Salvador

Desde hace no muchos años están alcanzando un notable éxito los comerciantes que venden productos importados de Estados Unidos. Conocidos como bodegones o más popularmente agachones, estos negocios venden cantidades ingentes de mercancía descartada en el exuberante país vecino bien por defectuosas, pasada de moda o simplemente desgastada por el uso. Son negocios que requieren gran cantidad de mano de obra y que gracias a su eficiente gestión en el reciclaje han introducido importantes modificaciones en el look de los salvadoreños que, ahora, por unas pocas coras, adquieren ropas, calzados y juguetes, algo deslucidos, pero de la mejor de las facturas.

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Foto de Mauro Arias Panamá

Se calcula que en el centro tienen lugar un millón de transacciones diarias. Su intensidad, ajetreo y organicismo recuerda mucho a los bazares orientales de Fez, Cairo o Estambul, solo que los supera a todos en tamaño. Sin embargo el gran mercado a cielo descubierto que es el centro tiene su propia poesía. Alguno de sus admiradores de entre los pocos eruditos lo considera un tianguisEl tianguis es una modalidad de mercado popular, temporal e informal característica de las poblaciones indígenas mesoamericanas. El debate no está cerrado respecto a si su origen es totalmente prehispánico o si tiene influencias musulmanas traídas por los invasores cristianos. Pero en El Salvador es una realidad atemporal. El tianguis san salvadoreño es un fenómeno no controlado que contraviene los dictados de la elite salvadoreña de los últimos cinco siglos pero que satisface las necesidades reales de la inmensa mayoría de la población de este país. Y no parece que ninguna otra iniciativa de las impulsadas desde arriba haya conseguido satisfacer realmente las necesidades de los de abajo, por lo que debemos a la inapelable ley de la naturaleza un tipo de equilibrio que merece al menos un momento de consideración desprejuiciada.

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Foto de Mauro Arias Panamá

La última guerra oficial en El Salvador terminó sin aportar soluciones visibles a ninguno de los bandos. Los ricos siguen teniendo miedo y los pobres hambre. Todos de una manera u otra soportan imposiciones que a menudo rayan en lo insoportable. La conversión espontánea del centro en un inmenso tianguis es también un producto de ese conflicto no tan lejano en el tiempo. Su capacidad de aplacar la miseria, aunque sea levemente, puede haber sido una de las razones de la paulatina y creciente pacificación de, al menos, la capital. Dicha capacidad posee su propia belleza. El centro es amable, colorido, trata bien al visitante y posee un enorme atractivo turístico. En vez de estar sitiado, continuamente amenazado y expuesto a las sacadas de pecho de los políticosel centro debería ser mimado como el refugio de los pobres, como el puente de El Salvador con su propio pasado, como un lugar de contradicciones pero también de encuentros, de disensión así como de consenso, de caos y de orden: de vida en suma.

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Foto de Mauro Arias Panamá. Octubre 2012


En el centro hoy miles de vendedores (ambulantes, informales, espontáneos) y compradores (apresurados, humildes, improvisados) pululan entre los grandes monumentos y las más adorables huellas del pasado, pero también entre las ruinas y los testimonios arqueológicos del sufrimiento. El centro contiene más información sobre la historia de El Salvador que todas las bibliotecas juntas. Permite largos paseos sin competir con el acero de los vehículos. Entre sus calles se encuentran objetos curiosos y de gran valor cultural. Hay también músicos ambulantes, billares, buena comida, espectáculos de lucha libre y predicadores del evangelio. No faltan tampoco encomiables iniciativas institucionales como la restauración de fachadas, la apertura de decentes centros comerciales como el Plaza Centro o el esmerado cuidado del espectacular cementerio de los Ilustres. Ciertamente no estaría mal que alguien eliminara para siempre y del todo las nefastas rejas que convierten la plaza Morazán en un corral de pollos o que se mostrara algo de respeto por la iglesia de San Francisco y las decenas de sorprendentes mesones de la parte oriental del centro antes de que salgan ardiendo como tantos otros antes que ellos.

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Foto de Mauro Arias Panamá


Sin embargo, hay que aplaudir el puntual aseo y desinfectado del Mercado Central y el Mercado Excuartel, así como la limpieza de las calles principales, la generosa y tranquila presencia de policías y que de momento la mayor parte del tianguis siga siendo respetado por la implacable autoridad municipal. El Palacio Nacional y el Teatro no pueden estar más repintados. Se sigue intentando tenaz y regularmente hacer funcionar la fuente de la Plaza Barrios (o Cívica o Telefónica o como quieran llamarla los sucesivos alcaldes). Los viernes por la tarde, en la plaza San José una orquesta, a los Hermanos Flores, deleita a transeúntes despistados y alivia las penas de vagabundos, bolos y prostitutas. Los arboles de enfrente la catedral dan sombra y motivo de reunión a consumados tertulianos que hablan entre sí sin propósito y sin prisas. Jóvenes emprendedores universitarios solo tienen que poner juntas tres tablas para lanzar sus ideas a la calle y vender elaboradas artesanías, esencias personalizadas, sus sueños de un mundo mejor. Las vendedoras y sus hijas cultivan un raro arte de persuasión en el que combinan entonaciones embrujadoras, comprometedores halagos e impúdicas caricias en las manos y en los hombros de los potenciales clientes que a mí y a otros como yo han convencido hasta de comprar el traje completo del equipo de fútbol rival.

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Foto de Mauro Arias Panamá


El Salvador hoy es un país muy distinto al de los años 30 y los años 60 del siglo XX, al de los años 40 y los años 80 del siglo XIX y al de los trescientos años de la colonia española. Todas estas épocas en cambio tienen en común una marcada cultura de confrontación entre las élites y el pueblo. Comparten también un fuerte rechazo hacia su propio pasado y la convicción generalizada que hay que comenzar de nuevo. La novedad sería la aceptación del presente tal y como es y la inoculación de respeto hacia formas de vida realmente distintas. El centro de San Salvador es criticado por todos: quienes lo habitan saben cuánto debería mejorar y quienes no lo conocen piensan que debería desaparecer. Sin embargo ahí está. El centro crece, tiene una historia y una personalidad propia. Cambia y se adapta a las nuevas exigencias. Y hace todo eso a pesar de las ordenanzas y las imposiciones des-consensuadas. Es algo así como un experimento, un laboratorio, una manifestación de civilización espontánea; un espacio que merece respeto y admiración.




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