Revista Viajes

Atrapada, Shanghai

Por Zhra @AzaZtnB

Cuando te levantas a una hora decente, sales a la calle y visitas una ciudad el día da para mucho así que además de pasear es agradable sentarte en algún sitio donde tomar un té o cualquier bebida tranquilamente mientras decides el siguiente paso y escribes un poco. Esta es la historia de una de esas veces.

Eran las tres de la tarde de un día cualquiera en Shanghai, nada más salir del metro en Lujianzui hay un local que venden pastas y sirven té.

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Es barato y tiene mucho movimiento así que puedo estar sentada un buen rato sin recibir miradas acusadoras, a simple vista parece un buen sitio para pasar el rato. Decido entrar, miro la carta de bebidas, elijo una mentalmente y me dirijo a la caja. ¿Recordáis eso que comenté que o son muy majos o te ignoran? Delante mío tengo un caso de ignoración profunda. Llego a la caja registradora y el cajero atiende a una persona que está físicamente detrás mío y me ha de apartar para pagar. Al segundo intento de hacer lo mismo, una sacudida de billetes casi en su cara y una expresión de “Què collons fas?!” hace el efecto deseado.

Con el tíquet en la mano me dirijo al otro lado de la barra para que me den la bebida. Té de Jazmín con leche, suena bien. Lo recojo y me siento en uno de los taburetes que dan a los grandes ventanales desde donde se ve la salida número dos de la estación de metro de Lujianzul. Totalmente de espaldas al interior de la tienda. Justo a mi derecha tengo dos chicos, también extranjeros, acabando su comida servida en una bandejita y a la izquierda un par de taburetes vacios. De la mochila saco la libreta y el lápiz, los coloco sobre la mesa, y con un mismo movimiento abro por la última página escrita y empiezo a escribir. El tiempo desaparece y para cuando lo recobro he escrito un montón con una letra minúscula que seguramente no seré capaz de descifrar nunca más. Me he propuesto dibujar al menos una vez al día, desde monigotes a cualquier cosa que vea así que con un profundo suspiro sigo las normas autoimpuestas. Pero dibujar no es escribir, primero porque los que te miran por encima del hombro saben que estás dibujando, algo que no me importaría si mis sobrinos de 5 años no lo hicieran mejor que yo. Y segundo porque me obliga a levantar muchas veces la cabeza del papel y ser un poco más consciente de mi alrededor.

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En medio de esa recobrada consciencia del ambiente me doy cuenta que algo ha cambiado pero no acabo de ver el qué. Las mesas y sillas están perfectamente ordenadas a mi lado, el murmullo de la gente ha desaparecido y en realidad no veo a nadie a mi alrededor. Sólo la gente en el exterior que sigue imperturbable saliendo del metro y corriendo de un lado para otro. Giro la cabeza hacía un lado y no veo a nadie, giro la cabeza hacía el otro y veo una pareja casi pegados uno al otro bebiendo algún tipo de mejunje chino de la misma copa alta. El chico levanta la cabeza. No hay ningún dependiente y algo va mal. Miro por encima del hombro derecho, luego el izquierdo. Giro un poco el taburete, nada. Miro hacía la puerta y está cerrada, lo sé porque una chica está intentando entrar y no puede abrirla. Es una tienda de grandes ventanales y totalmente transparente a las miradas del exterior aunque a excepción de la chica que ha intentado entrar, y ya se ha ido, nadie parece dirigir la mirada hacia dentro. El secuestro es poco probable y es imposible que hayan cerrado la tienda sin verme. Vuelvo a girar el taburete mirando en todas direcciones, cruzo una mirada con la pareja que parecen nativos pero tienen la misma cara de perdidos que yo, ahora ambos han levantado la cabeza y me miran. Sin que me lo espere: ¡Flash! Una luz me deja medio ciega.

Miro en la dirección de la luz, justo a mi espalda y veo a las tres chicas que recuerdo haber visto fuera hace un segundo. Aunque pensándolo bien seguramente hace más de media hora que han entrado y yo no me he dado cuenta. Han repartido focos por los lados, están cambiando cosas de sitio y haciendo fotos al local. Ok, creo que es hora de salir de aquí. La puerta está cerrada pero estoy segura que alguien me abrirá si ven que me dirijo hacía ella. Recojo mis cosas, las meto en la mochila y cojo lo que queda de mi bebida, convenientemente en vaso de plástico y me levanto. Al instante una de ellas con un fuerte acento americano me dice que estoy “perfectly fine” y que no me mueva, mientras me empuja por el hombro de vuelta hacía la silla. ¡Flash! ¡Flash! “Vamos a mover esto, y esto. No, así no que veo unos gusanos en la imagen”. Frases, efectivamente, en español. Me estoy volviendo loca, estoy encerrada, no me dejan moverme y oigo voces. Esto no va bien.

Calibro las opciones. Gritar como una loca. Esto realmente no es una opción, ingresar en un manicomio en Shanghai no está en mi lista favorita de cosas que hacer hoy. Decirle a la chica que me quiero ir porque me están esperando, el amigo/a fantasma va muy bien en estas ocasiones. Quedarme donde estoy, acabar el dibujo y ver a donde me lleva todo esto. Decido quedarme porque me está quedando una obra de arte que seguro que me saca de pobre y puedo estarme el resto de mi vida de viaje por islas paradisíacas. En realidad no, me quedo porque no me apetece salir a la calle bajo el sol abrasador a caminar sin rumbo y sobretodo paso que venga la chica ultra fuerte con acento americano a sentarme otra vez. Pero de verdad que de vez en cuando oigo hablar en castellano, aunque hace unas semanas confundí unos chicos que hablaban catalán con un idioma extranjero e irreconocible así que ya no me fio de mi oído. Cuando una de las otras dos chicas se acerca aprovecho para asaltarla, es mi momento de coger un rehén y pedir mi liberación incondicional. Pero al abrir la boca le pregunto si me estoy volviendo loca o hay alguien hablando castellano.

Resulta ser una venezolana que está trabajando de asistente para una fotógrafa argentina, que curiosamente se parece mucho a una amiga mía de Bilbao. La hongkonesa ultra fuerte que me ha sentado antes hace de traductora, manejadora del cotarro y lo que haga falta enganchada al teléfono mientras habla con todo el mundo. Un profundo Aaaaaaaah sale esta vez de mi boca. Tenemos una brevísima conversación al fin y al cabo ella está currando y yo estoy secuestrada, el síndrome de Estocolmo todavía no ha hecho efecto así que no es el momento de hacer amistades. Me pregunta si soy arquitecta, algo que niego rápida y rotundamente. Sólo falta que ahora se piensen que tengo dinero y me pidan más por el rescate. En realidad lo decía por las líneas trazadas en mi libreta pero eso es un detalle menor. A continuación me pide que… Bueno, si básicamente podía seguir no haciendo nada más que mover el lápiz hasta que acabaran porque necesitaban gente para las fotos pero no demasiada. Aunque a lo mejor me tengo que mover en unos minutitos. Le respondo que no hay problema, a lo mejor el síndrome de Estocolmo sí está haciendo efecto. Miro mi dibujo que se parece tanto a la puerta del metro que intento dibujar como a una vaca flotando con un globo sobre una nube en un campo de amapolas.

No pasa mucho rato hasta que levanto la cabeza otra vez. Ahí están de vuelta los dependientes y la gente gritando haciéndose entender y pidiendo comida y bebida. Las sillas a mi alrededor están desordenadas y las servilletas por el suelo. Ni rastro del orden y la limpieza de hace unos minutos, ni rastro de las chicas, la cámara o el trípode ¿Lo he soñado? Creo que me marcho de aquí, giro el taburete por última vez hacía la derecha y detrás de uno de los carteles verticales veo un foco y le hago una foto a escondidas para estar segura que no lo he soñado.

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Atrapada, Shanghai

Tu no estas dando la vuelta al mundo! Tu estas en el cuento de Alicia en el país de las maravillas!!!

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Atrapada, Shanghai

Justo ayer comí un trozo de seta y me hice grande, o era pequeña? :p

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