Un estudio realizado por expertos del Queensland University of Technology’s Institute of Health and Biomedical Innovation (IHBI, Australia), concluye que aunque los niños no tengan hambre, no rechazan los snacks u otros alimentos con alto contenido energético (siempre que les gusten), son tentaciones que no pueden rechazar.
Los investigadores analizaron las conductas alimentarias en ausencia de hambre de un grupo de 37 niños con edades comprendidas entre los 3 y los 4 años. Resulta curioso saber que el 100% de los niños participantes quisieron comer 15 minutos después de haber tomado la comida principal un snack muy calórico, dulce o salado, según sus preferencias.
Estos resultados ponen de manifiesto los riesgos para la salud a los que se enfrentan los niños cada día, si un alimento les gusta, por muy llenos que se sientan se lo van a comer. Los expertos explican que en un ambiente donde no se responda a los signos de saciedad y no se tenga autocontrol (hablando de la familia), es muy probable que los niños consuman alimentos muy calóricos, lo que les conducirá a sufrir irremediablemente obesidad.
En la investigación se analizó el comportamiento de los niños estando junto a sus madres, primero se les proporcionó una comida con unas 650 calorías, el equivalente a casi la mitad de las necesidades energéticas diarias que tienen a esa edad. 15 minutos después se les ofreció a elegir entre un snack dulce o salado, galletitas saladas o dulces, patatas fritas, barritas de cereales, etc., en total el aporte calórico ascendía a unas 500 calorías.
Los expertos habían observado que el 80% de los niños no tenían hambre después de haber comido, sin embargo, no rechazaron tomar los snacks indicados. Los investigadores profundizaron en el tema a través de cuestionarios para conocer el comportamiento de las madres con los hijos a la hora de la comida, parece ser que en la mayoría de los casos las madres obligaban a los niños a comerse toda la comida, algo que se relaciona con los niños que consumen más alimentos de lo habitual.
Los expertos explican que obligar a los niños a comerse toda la comida pone en peligro la respuesta a los signos de saciedad y al autocontrol, por tanto, tienen mayor riesgo de comer en exceso, especialmente si lo que se les ofrecen son alimentos que les gustan. Las señales de hambre y saciedad son internas y se transmiten al cerebro, si estas señales se obvian, se altera este mecanismo y el problema puede derivar en obesidad en un futuro.
Entonces la pregunta lógica es ¿qué hacer? Hay niños que no quieren comer y se resisten a ello aunque tengan hambre. En este caso, para garantizar su bienestar hay que obligarles a comer. Pero la diferencia radica en que coman una cantidad de alimento razonable, obligarles a comer más de lo necesario es un grave error. Y podemos añadir que se lleva a cabo desde que los niños son bebés, no es la primera vez que oímos a una madre decir “mi hijo tiene que tomar un biberón con 90 ml. de leche, pero yo le puse 120 y se lo tomó”, esto es un modo de ir degradando los signos de saciedad y autocontrol.
Podéis conocer más detalles del estudio del IHBI, a través de este artículo publicado en Eating Behaviors.
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Aunque los niños no tengan hambre, no rechazan los snacks